Lo que se lleva
Como si se tratara de una campaña de ropa de moda, vuelven ahora a multiplicarse las voces que abundan en[…]
Como si se tratara de una campaña de ropa de moda, vuelven ahora a multiplicarse las voces que abundan en «los males de la patria», ese rótulo que hace la friolera de 125 años le sirvió a un ilustre (y no por ello menos atrevido) geólogo para encabezar la manifestación regeneracionista con la que se cerró nuestro agitado siglo XIX. Desde sesudos académicos hasta colaboradores asiduos de medios de comunicación; desde obras con una u otra ambición ensayística, hasta artículos y editoriales en acreditados rotativos. La coincidencia de base es plena: esto no funciona, una entera «década perdida», «el régimen» de la Transición se «desmorona» y «el sistema» (el de la Transición, igualmente), «listo para sentencia». Algunos títulos, propios o prestados, son inequívocos: «El desengaño», «La gran desilusión», «Entre el ruido y la furia», «¿Cuándo se jodió España?». Sin duda, es lo que más se lleva entre nosotros: practique ud. esta temporada la elegancia social del pesimismo, parece el dictado.
Al no avalar los indicadores macroeconómicos ese negro diagnóstico, se apunta a aspectos de la realidad más difícilmente mensurables y más susceptibles de valoraciones encontradas. De nada sirve, en efecto, para al menos introducir matices que la economía española lidere desde hace más de un trienio el crecimiento en la eurozona, que se hayan ganado diez puntos en la reducción tanto del desempleo como del déficit público, que la prima de riesgo haya caído en menos de seis años seiscientos puntos básicos, que las exportaciones mantengan un ritmo expansivo formidable o que se haya superado ya el salario medio y la renta por habitante anteriores a la crisis.
Con señalar que todo ello se queda en la superficie, sin permear el tejido productivo y social (la «macro» que no llega a «los bolsillos», esa otra matraca), y subrayar la elevada precariedad en el empleo y el aumento de la desigualdad (sin precisar si se habla de «renta» o de «riqueza») que lleva aparejado un mayor riesgo de pobreza, el tema se da por cerrado. Además, siempre quedan dos poderosos resortes argumentativos: la debilidad institucional y un modelo productivo el de sol y ladrillo inalterado. Ambos no es necesario advertirlo terreno propicio para quienes prefieren opinar a medir.
No hay espacio en esta página para rebatirlos, pero rebatibles son. La economía española ha salido de la crisis con una estructura muy distinta a la de antes: se ha modificado la composición de la demanda agregada, con un aumento no poco espectacular de los servicios no turísticos, reduciéndose sustancialmente el peso de la construcción; se ha ganado en productividad y en competitividad, como refleja la capacidad exportadora; más significativamente aún, ahora el crecimiento del PIB es compatible con superávit por cuenta corriente y desapalancamiento del sector privado: «algo insólito» en la trayectoria de la economía española, ha concluido acertadamente un buen conocedor de la misma, Rafael Doménech. Y, en fin, si algo está demostrando el contencioso catalán es que el Estado es más que el Gobierno, y que las instituciones desde la Corona al poder judicial cumplen su cometido en una democracia quizá no madura, pero sí ya curtida.