Rajoy y Puigdemont: duelo de funambulistas

Puigdemont y Rajoy, los dos, se encuentran en un peligroso juego de equilibrios que tiene toda la apariencia de que[…]

Puigdemont y Rajoy, los dos, se encuentran en un peligroso juego de equilibrios que tiene toda la apariencia de que va a durar semanas o meses. 

Puigdemont está condenado al funambulismo porque sabe que puede perder el apoyo de la CUP o porque arriesga la autonomía catalana si sus actuaciones desatan la aplicación del artículo 155 de la Constitución. 

El president hoy no ha podido dar una respuesta clara porque si dice que no ha declarado la independencia, la CUP le retiraría el apoyo y Junts pel Sí, la coalición formada entre el PdCat y ERC, se quedaría en minoría en el Parlament y no habría más remedio que convocar elecciones, lo que, según las últimas encuestas, mermaría drásticamente los apoyos del PdeCat a cambio de una subida espectacular de Esquerra Republicana de Cataluña. Ello, posiblemente, acabaría con la carrera política de Puigdemont (si es que sobrevive al periodo pre-electoral y conserva un puesto en las listas del PdCat), dado que se le consideraría responsable de haber acabado con la hegemonía del principal partido catalán desde la Transición, el de Pujol, para dejarlo mermado a una posición subordinada a ERC. 

Pero Carles Puigdemont tampoco podía responder que sí declaró la independencia la semana pasada, porque en ese caso el Gobierno activaría de manera completamente justificada el artículo 155. Nadie, a excepción de Unidos Podemos y, quizás, del PNV, aunque con la boca pequeña, tal y como viene expresándose durante toda la crisis catalana, cuestionaría la apertura de un proceso hacia la suspensión del autogobierno catalán. La aplicación del artículo 155 también implica la celebración de elecciones en un periodo relativamente corto de tiempo, con quizás las mismas consecuencias que el primer escenario que hemos planteado, salvo en una cuestión: la suspensión de la autonomía podría alimentar la moral independentista, que podría sentirse una vez más ultrajada por la "violencia del Estado". 

Puigdemont quiere diálogo o que se aplique el artículo 155 como respuesta a su oferta de negociación con el Gobierno de Madrid para reaglutinar a las fuerzas independentistas, tanto a las más moderadas que no se muestran partidarias de la declaración unilateral de independencia, como a las más radicales de la CUP. Ése es el juego de equilibrios que plantea Puigdemont: pedir diálogo, evitar elecciones, mantener al independentismo en una precaria cohesión, y si el peor de los escenarios, la activación del 155, se acaba desatando, que parezca que no ha sido por su culpa. Puigdemont es un funambulista sin red. 

Rajoy, en este contexto, también está obligado a un juego de equilibrios, a un juego con los tiempos, con las diferentes sensibilidades de su partido, de sus rivales parlamentarios, de quienes quieren minar su base electoral con sus sobreactuaciones. El presidente del gobierno debe satisfacer a quienes utilizan un lenguaje más grueso y a quienes pretenden desescalar la tensión, porque necesita el apoyo de ambos: necesita el respaldo de Ciudadanos y también del Partido Socialista. Quizás, no requiera su respaldo formalmente, puesto que cuenta con la mayoría absoluta en el Senado requerida para activar el 155, pero una actuación tan importante impone un amplio consenso. 

Pero el reto más importante al que se enfrenta Mariano Rajoy no es aunar a las filas constitucionalistas, que se han unido de una manera prácticamente natural (Ciudadanos nació contra el nacionalismo catalán y al Partido Socialista no le interesa cuestionar a Rajoy en cuestiones territoriales si no quiere reabrir una guerra interna y si no quiere en las próximas elecciones municipales, autonómicas y generales minar aún más los apoyos con los que cuenta en el resto de España). El principal reto al que se enfrenta Rajoy es procurar no engordar la bicha independentista y las simpatías que despierta entre parte de la izquierda española a la izquierda del Partido Socialista o incluso entre la prensa internacional. Mariano Rajoy ha debido de aprender del error cometido el 1-O con los abusos policiales, que aumentaron el victimismo y la cohesión independentistas, y ahora se muestra más que cauto. Además, Mariano Rajoy debe de tener precaución para que las actuaciones del Gobierno de Madrid no ahonden la brecha social ya abierta en Cataluña. 

Por todo ello, Rajoy está soportando las presiones que le llegan de numerosos frentes para que se muestre más contundente. Por eso está dando tiempo a Carles Puigdemont para que dé marcha atrás. Y ello, mientras sopla a su favor la incesante retirada de empresas de Cataluña, un quizás involuntario instrumento de presión que ha bajado la moral del independentismo liberal-conservador. Si el próximo jueves, el siguiente día D de esta crisis política sin fin, el Gobierno del Partido Popular arranca el proceso para aplicar el artículo 155, el independentismo aún tendrá tiempo para rectificar, puesto que las diligencias se pueden dilatar durante semanas. Si la finalidad del 155 es convocar elecciones, no estaría mal que éstas fueran negociadas con el independentismo, puesto que, de lo contrario, se podrían correr importantes riesgos. 

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