Inversor, así le boicotean sus emociones
Los inversores invierten más con los sentimientos que con los datos. Saber distinguirlo permitirá ganar con la asignación errónea de precios y evitar las burbujas.
El peor enemigo del inversor no es el «Brexit», ni las elecciones en España. Es su propio cerebro. Como seres humanos nos creemos que nuestras decisiones son racionales. Sin embargo, los datos históricos demuestran que se opera en el mercado más en base a los sentimientos que las frías cifras económicas. Y es una tendencia que se acelera al mismo ritmo al que la tecnología transforma a un mercado digitalizado y veloz. «Esto obliga a los gestores a tomar decisiones rápidas», apunta Ana Cuddeford, especialista de inversiones del equipo de multi-activos de M&G. «A veces demasiado rápidas».
Precisamente cuanta más información recibe un inversor más deja influir sus emociones. Cuando la masa del mercado se mueve así, da origen a burbujas en activos o episodios de pánico. Fue lo que se vivió en la 'burbuja punto com'. De 1996 a 1999, la cotización del Nasdaq se disparó como si el beneficio medio por acción fuese de 300 dólares cuando en realidad era de 50. Asumir esta irracionalidad del mercado permitirá ganar aprovechándose de las ventas erróneas. ¿Cómo distinguir un momento de pánico de una corrección?
Un 'episodio conductual', como lo llaman en M&G, se distingue por tres factores, según determina la teoría del 'behavioural finance' (finanzas conductuales). Primero, cuando los precios los determina un único 'tema'. Por ejemplo, en la crisis de la zona euro en 2012. Segundo, cuando las respuestas son inconsistentes, cuando los inversores no actúan con racionalidad, como cuando hay un atentado y las bolsas caen sin un fundamento de peso. Y por último, por el movimiento rápido de las cotizaciones. Véase el viernes del «Brexit» con el hundimiento de la libra o en 2013, con el 'taper tantrum'.
¿A qué se debe?
Eran 1981 cuando Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía en 2013, acuñó el concepto de «behavioural finance» para describir la formación de precios en base a creencias erróneas. En M&G decidieron aplicarlo a sus carteras de multiactivos cuando David Fishwick, jefe de macro y renta variable de la entidad, y su equipo percibieron esa tendencia a invertir en base a previsiones macroeconómicas que al mes siguiente se revisaban al alza o a la baja. Desde la economía a la medicina, pasando por la estrategia militar, el mejor consejo que ofrece esta experta es: «No confie en los expertos». A la hora de realizar pronósticos, la media histórica muestra que un experto hubiera acertado más lanzando una moneda al aire. ¿Por qué?
Por una parte, por el sesgo humano hacia la negatividad. De media, harían falta cinco recuerdos buenos para compensar uno malo. «Uno preferiría sacrificar la posibilidad de ganar 300 euros a cambio de no perder 100», señala Cuddeford. Lo que explica la preferencia general por ser inversores «conservadores». O eso nos decimos. Ante la pregunta «¿En cuántos de los últimos 10 años naturales han superado las acciones a los bonos?», la mayoría se inclinaría por la renta fija, pero no. Solo dos de los últimos 10 años ha dominado la rentabilidad de los bonos, si se compara el MSCI World Total Return y el JPM Global Govt. Bond Total Return.
Por otro lado, por el sesgo de familiaridad. Se tiende a invertir en aquello que más se conoce. Es decir, en la bolsa doméstica. E incluso peor, los empleados de una compañía prefieren acciones de esa compañía y hay predilección por acciones de compañías ubicadas cerca de donde vivimos.
Pero incluso superando estos dos niveles, existe el sesgo de confirmación. Más conocido como «seguir al rebaño». Los inversores buscan reafirmar sus teorías a través de lecturas, programas de televisión, clubes, etc., lo que fomenta la aparición de burbujas.