Dos puntos de inflexión
Es lo que suponen o podrían suponer los resultados del 23 y del 26J. Siempre es aconsejable distanciarse de lo[…]
Es lo que suponen o podrían suponer los resultados del 23 y del 26J. Siempre es aconsejable distanciarse de lo que acontece antes de proceder a valoraciones, pero la doble sorpresa que han deparado las consultas de la semana pasada incita a pronunciarse.
El triunfo de los partidarios del «Brexit» corta, desde luego, un proceso que después de seis décadas parecía irreversible: la construcción de la unión europea, ampliando sucesivamente el número de países y de competencias. En ese sentido, más que una curva en el camino es una vuelta atrás. Un club cuyo problema hasta ahora, con relación al número de socios, era acordar las condiciones y el calendario de quienes solicitaban ingresar en él, se enfrenta abruptamente a que uno de ellos -y no el menos importante, por cierto- opta por desvincularse, impulsando con ello de paso eventuales apetencias análogas entre quienes quedan dentro...
Todo un «shock». No puede restársele importancia. Sí, en cambio, puede aprovecharse para hacer de él un auténtico punto de inflexión en la trayectoria seguida por la UE en los últimos años, tan titubeante. Primero fue el largo «impasse» institucional a consecuencia de la frustración del Tratado Constitucional tras el rechazo en sendos referendos, por cierto de Francia y Holanda. Acto seguido, el impacto económico y social de la Gran Recesión, cuando comenzaba a digerirse la adhesión de doce nuevos países y a rodar una moneda sin apoyaturas. Entre medias, el fiasco de la «Primavera árabe», con recurrentes estallidos del «gran magma islámico» según la metáfora orteguiana, que convierte al flanco sur de Europa en una frontera vulnerable, con letales impactos también tierra adentro. Casi simultáneamente, tensiones conflictivas en la frontera oriental, tras la anexión de Crimea por Rusia.
Todos, como el propio triunfo del «Brexit», acontecimientos no previstos aunque quizá no imprevisibles, que han zarandeado un proceso que tiempo atrás, consumada la unificación de Alemania, parecía tener el camino expedito. Con el resultado conjunto de avances entrecortados y siempre un poco agónicos, perdiendo en el camino crecientes proporciones de opinión ciudadana, que hoy bascula del euroescepticismo a la eurofobia.
Por eso el 23J debe ser un punto de inflexión. O fortalecerse o morir. Más que nunca, el aliento político paz y metas comunes de libertad y progreso que está en la base de lo que hoy es la Unión Europea, tiene que adquirir fuerza suficiente para desbrozar una senda que, en términos retrospectivos, tan buenos réditos ha dado ya a tres generaciones de europeos y que, si se mira hacia delante, es la única que puede salvar de la irrelevancia a la UE y no solo a cada uno de los países que la integran en un mundo global cuyo centro de gravedad se aleja cada vez más de nuestro continente.Como constituiría otro pronunciado viraje el que los resultados del 26J se proyectaran sobre el mapa electoral europeo. La pérdida de votos de las candidaturas abiertamente populistas refuta el supuesto crecimiento imparable de las fuerzas de ese signo, que en tantos casos aquí y en toda Europa mezclan reivindicaciones domésticas con rechazo de la mundialización y la democracia. Lo ocurrido en España como pauta a seguir: otro deseable punto de inflexión.