China tira de talonario para frenar la sangría bursátil
No siempre es cierto aquello de que después de la tempestad llega la calma. Al menos en los mercados de[…]
No siempre es cierto aquello de que después de la tempestad llega la calma. Al menos en los mercados de valores de China. Se demostró este martes, un día después de que las bolsas del gigante asiático tuviesen que cerrar de forma prematura después de haber caído un 7%. Aunque durante el día llegaron a registrar leves ganancias, pronto volvieron a teñirse de verde, que es, curiosamente, el color utilizado para marcar las acciones cuyo precio baja. Cuando la caída ya superaba el 3%, al final de la sesión, el Banco Central de China decidió intervenir para evitar males mayores y estabilizó los mercados con una inyección de capital de nada menos que 130.000 millones de yuanes (18.500 millones de euros). De esta forma, las bolsas de Shanghái y de Shenzhen cerraron el día con un suspiro de alivio y con un discreto retroceso del 0,26% y del 1,86% respectivamente.
Se trata de una notable mejora si se compara con el pánico que cundió el lunes, cuando tuvo que activarse el nuevo mecanismo de emergencia diseñado para combatir la volatilidad y la especulación a muy corto plazo. Este 'freno de emergencia' activa su primer paso cuando el índice CSI 300 sube o baja un 5%, provocando una suspensión temporal de las operaciones bursátiles durante 15 minutos. Teóricamente, es un primer toque de atención que debería servir para calmar los ánimos, pero la primera jornada del año se demostró que consigue todo lo contrario. Terminado el desasosegante cuarto de hora, las ventas se multiplicaron y la bolsa tuvo que activar el segundo mecanismo del freno: el cierre de la sesión.
A pesar de que muchos analistas han criticado esta medida de seguridad, el organismo regulador de los mercados chinos afirmó este martes que es sólo cuestión de tiempo que los corredores de bolsa se acostumbren a su funcionamiento. "Es de gran ayuda para estabilizar los mercados, ya que proporciona un período de reflexión que reducirá el número de operaciones precipitadas en momentos de gran oscilación", explicó en un comunicado. Las Autoridades también pretenden extender el veto que impusieron el pasado 8 de julio a quienes tengan más de un 5% de las acciones de empresas cotizadas y a altos cargos de grandes compañías, que desde entonces no pueden deshacerse de sus acciones. Aunque la prolongación de la medida no se ha hecho oficial todavía, diferentes fuentes de las bolsas chinas afirmaron que ya han sido informadas de la decisión por canales poco habituales.
"Hemos recibido la llamada de un funcionario de la bolsa de Shenzhen para advertir a los intermediarios, a ciertos empresarios, y a grandes inversores de empresas importantes de que no deben vender acciones cuando concluya la prohibición", comentó el director de una importante correduría, que no quiso ser nombrado, al diario South China Morning Post. "Lo que no ha dicho es cuándo acabará el veto", añadió. Es, sin duda, una fórmula que, en la mejor tradición china, busca contar con flexibilidad para tomar decisiones según se considere conveniente.
El problema es que la bolsa es sólo uno de los muchos problemas a los que se enfrenta el gobierno de Pekín. Porque todo apunta a que en 2015 la segunda potencia mundial creció al menor ritmo del último cuarto de siglo, y las estadísticas macroeconómicas no invitan al optimismo: las manufacturas caen, la mano de obra pierde competitividad, el stock de viviendas crece, y el consumo interno es incapaz todavía de compensar la situación. No obstante, aunque es fácil imaginarse un oscuro horizonte económico parece mayoritaria entre los analistas la sensación de que es más un chaparrón que una tormenta perfecta.