El Banco Central Europeo quiere, pero no se atreve
La declaración del presidente, Mario Draghi, contenía un nuevo lenguaje que ha supuesto, y supondrá, un cambio de ciento ochenta grados en la forma de actuar y la de comunicar del banco emisor de la Eurozona.
Aunque el Banco Central Europeo no tomó ninguna acción concreta el jueves pasado, a pesar de una caída del índice de precios al consumo hasta el nivel del 0,5% en marzo, la declaración del presidente, Mario Draghi, contenía un nuevo lenguaje que ha supuesto, y supondrá, un cambio de ciento ochenta grados en la forma de actuar y la de comunicar del banco emisor de la Eurozona.
Draghi señaló que el Consejo de Gobierno del BCE acordó, por unanimidad, la posibilidad de implantar medidas de flexibilización cuantitativa, conocidas por sus siglas en inglés QE, con el fin de hacer frente a la prolongada baja inflación. La declaración supone un cambio radical en la manera en que el banco central se aproxima a la solución de los problemas monetarios y, a pesar de la inexplicable falta de actuación, supone cierto alivio ante el inminente riesgo de baja inflación y con él de estancamiento de la actividad económica de la eurozona.
Reconocer la importancia de este cambio de actitud es fundamental, y es algo que se ha visto reflejado en los mercados. Si tenemos en cuenta lo que tan sólo unos cuantos meses atrás el banco central pensaba acerca del QE, nos daremos cuenta de lo excepcional del caso. Al principio de la crisis se tendía a descartar la opción de compra de deuda soberana en el mercado secundario, con el argumento de que podía ser considerado financiación directa de la deuda de los gobiernos, y estaba, por tanto, en contra de los términos de los tratados de la eurozona. Más recientemente, el argumento de inconstitucionalidad se ha ido diluyendo, pero el banco emisor descartaba la utilización de medidas de política económica no convencionales, porque no eran necesarias. Quedaba, según ellos, recursos dentro de las convencionales.
El jueves pasado, el presidente dijo que las políticas no convencionales se podrían utilizar para hacer frente a la prolongada baja inflación, y añadió que una situación de estancamiento prolongado, con baja inflación, no sólo era su principal preocupación, sino que, además, creía que ya estaba sucediendo, e hizo hincapié en que el Consejo de Gobierno había adoptado ese compromiso por unanimidad de todos sus miembros. Habiendo dicho todo eso, el consejo de gobierno, sin embargo, volvió a caer en uno más de sus habituales episodios de contradicción e incoherencia, al no adoptar ninguna medida de política monetaria no convencional durante la reunión. Reconocen por unanimidad su necesidad, y terminan sin tomar ninguna decisión.
Nos quedamos, por tanto, con la incertidumbre usual. Si no lo han hecho ahora, cuando lo harán. Una interpretación de las palabras del Sr. Draghi podría sugerir que la acción sólo se llevará a cabo cuando las proyecciones de inflación se revisen a la baja. El problema puede plantearse si estas revisiones y, por tanto la acción, llegan tarde. Los bancos centrales, al igual que los mercados, se adelantan a los acontecimientos de acuerdo a sus previsiones de futuro para, en el caso de los mercados, obtener un beneficio y en de los reguladores monetarios, actuar preventivamente y ser más eficientes.
Quizás el retraso pueda deberse a que el Banco Central Europeo aún no tiene decidido el activo sobre el que debe actuarse cuando se implemente el QE. Draghi parece haberse inclinado siempre a la compra de activos de deuda privada, como las titulizaciones de préstamos ABS, en lugar de la deuda pública, elección con sentido para un banco central que quiere mantenerse al margen de cualquier sospecha de financiar deuda de los gobiernos, además sería más efectivo a la hora de favorecer el mercado crediticio, que se encuentra deprimido en casi toda la eurozona.
El problema, sin embargo, es que en Europa no existe un mercado lo suficientemente importante de activos titulizados de préstamos bancarios y, por lo tanto, no existe ni transparencia de precios ni profundidad suficiente para que el Banco Central Europeo pueda dedicarse a comprarlo en el mercado.
La compra de deuda pública emitida en otra divisa que no sea el euro, por ejemplo tesoros americanos, sería probablemente una solución. Esta posibilidad ha sido sugerida por prestigiosos académicos internacionales como la medida más idónea, ya que, a la vez que inyecta liquidez al sistema, presionaría al euro a la baja y eliminaría por completo cualquier sospecha de financiación de déficits gubernamentales.
Puede que por ahí vayan los tiros. Sería, sin ninguna duda, una medida audaz e impensable en otros momentos. Parece que les cuesta tirarse a la piscina, aunque han reconocido que lo tienen que hacer. Esperemos que la próxima vez tengan el ánimo suficiente y no lo dejen para cuando el agua esté ya demasiado fría.