Días de infarto, hasta la Cumbre Europea, para la prima de riesgo española

Los inversores conocen bien de la inutilidad de las reuniones y los documentos del G-20, de ahí que las tensiones en los mercados de deuda en estos últimos días no hayan cesado mientras que los grandes líderes se mantenían reunidos en México. 

"Hace falta estabilizar los mercados financieros y apoyar el crecimiento económico... Continuaremos nuestros esfuerzos enérgicos y tomaremos cualquier acción adicional necesaria para estabilizar el sistema financiero... Usaremos medidas fiscales para estimular de forma rápida la demanda interna, al tiempo que se mantiene un marco propicio para la sostenibilidad fiscal...". Son acuerdos del G-20, pero de la reunión celebrada en noviembre de 2008. Y, sin embargo, podrían formar parte del documento final de la reunión que se está celebrando en Los Cabos de México. Los acuerdos de la reunión del G-20 en el 2008 establecían el compromiso de todos los países participantes en hacer más transparentes los productos financieros y defender los intereses de los pequeños ahorradores e inversores: en aquellos días, e incluso meses después, en España se estaban vendiendo participaciones preferentes sin la menor consideración de su falta de adecuación al perfil de la clientela al que se colocaron.
El G-20 suele concluir sus reuniones con un acuerdo de principios, muy lejos de las decisiones contundentes que precisa la situación actual. Desde el inicio de la crisis, sus reuniones concluyen con un documento que analiza de forma muy certera la situación que se vive en ese momento, pero ante la que sólo acierta, no puede hacer otra cosa, a señalar un rosario de intenciones que van perdiendo fuerza, que no vigencia, con el paso del tiempo. Es fácil comprobar, al cabo de unos años, el poco compromiso de los países participantes en las reuniones del G-20 por asumir los acuerdos alcanzados.

Los inversores conocen bien de la inutilidad de las reuniones y los documentos del G-20, de ahí que las tensiones en los mercados de deuda en estos últimos días no hayan cesado mientras que los grandes líderes se mantenían reunidos en México. También ha resultado poco trascendente para los mercados el resultado de las elecciones griegas. Analistas e inversores lo tienen bien claro: las decisiones que se necesitan en estos momentos no se toman en Grecia o en México, sino en Bruselas. Por tanto, todo queda pendiente de la Cumbre Europea del 28 y 29 de junio.

Cumbre al alza o a la baja

La Cumbre Europea va a cotizar, sin duda, en los mercados. Cotizará al alza si, ante la más que preocupante situación actual, Alemania da claros síntomas de querer implicarse en la solución de los problemas de deuda de los países en dificultades, entre ellos España. Cotizará a la baja si, como ha venido ocurriendo en las últimas cumbres, se trata de ganar tiempo con soluciones incomprensibles y nada decisivas para los mercados. Probablemente no será suficiente que la Cumbre Europea adopte algún tipo de acuerdo para tratar de impulsar la economía europea. Tal impulso a estas alturas sería bueno para economías que no están en el punto de mira de los mercados financieros, como Francia, pero de poco serviría para España e Italia cuyo problema de credibilidad precisa de otro tipo de acuerdos y decisiones más contundentes en el tiempo.

Si Alemania, sigue mostrándose huidiza y contradictoria respecto a la toma de decisiones para facilitar que España e Italia puedan tomar crédito en los mercados extranjeros a menor precio que el actual, estará dando una señal inequívoca de que está dispuesta a asumir la ruptura de la zona euro, pese al coste que ello significaría para los propios bancos alemanes. Ya no hay tiempo que ganar, como ha venido ocurriendo en las cumbres anteriores, porque no hay tiempo: España no puede pagar una rentabilidad del 7 por ciento por sus bonos a diez años. Tal remuneración supone un 30 por ciento más del 5,40 que preveía para el 2012 en sus presupuestos. Y los inversores sólo prestarán a España, si Alemania está dispuesta a avalar de alguna forma tales créditos. Tal y como ha venido ocurriendo hasta ahora, pedir un rescate, aunque sólo sea para la banca, es síntoma de dificultad y retrae a los inversores. La tardanza en concretar las condiciones de tal rescate sólo ha venido a confirmar la desconfianza y a alejar cualquier sentimiento de que se trataba de unas ayudas en unas condiciones "excepcionales". Poco o nada excepcionales si diez días después no se saben sus características.

En tal ambiente, a España sólo le queda tratar de capear el temporal durante los próximos diez días con la esperanza de que alguna declaración de intenciones, aunque luego se desmienta, hagan algo más pasajero el calvario. Por lo pronto la gran prueba es la del día 21, cuando está prevista la subasta de bonos del Tesoro del Reino de España a diez años. Días de infarto.

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