Reforma financiera: los Estados pierden frente a los mercados

La tormenta perfecta en los mercados puede repetirse en cualquier momento. De hecho, no dejamos de asistir a continuas réplicas.[…]

La tormenta perfecta en los mercados puede repetirse en cualquier momento. De hecho, no dejamos de asistir a continuas réplicas. No son tan fuertes como el temblor original, cuyo epicentro fue la caída de Lehman en septiembre de 2008, pero vuelven a provocar temor. Mientras la recuperación económica languidece en Europa y muestra algo más de vigor en Estados Unidos, el mercado nunca duerme y no deja de buscar, y encontrar, nuevos huecos donde hacer beneficios rápidos: si se agota el ciclón especulativo contra el euro y la deuda soberana del sur del Europa, es de inmediato sustituido por otro similar contra la libra; en las bolsas, las posiciones cortas cambian de objetivo según soplan los vientos y generan una intensa volatilidad en los valores financieros y, por contagio, en casi todos los demás; y en las materias primas, asistimos al hecho poco habitual de que petróleo y dólar suban al mismo tiempo, el primero impulsado por las mejores perspectivas de demanda, el segundo animado por la debilidad de la divisa europea, lo cual es otro inquietante factor tormentoso, ya que puede acabar degenerando en inflación.

En realidad, tanta agitación responde a las reglas del juego de siempre, pero ahora aceleradas y dominadas por los grandes inversores (no sólo por los denostados «hedge funds»), que viven mejor en ambientes agitados (por ellos mismos), en los que es más fácil y rápido ganar con los movimientos verticales, al alza o a la baja. Este entorno volátil también ofrece oportunidades intradía a los inversores bien formados, con buenas herramientas para operar y que, por supuesto, estén dispuestos a asumir riesgos: deben estar muy atentos para no ser expulsados del mercado, con fuertes pérdidas, en cualquier súbito cambio de rumbo.

Tanta turbulencia demuestra que los mercados le están ganando el partido a los Estados. Tras la ola ultraliberal de los últimos tiempos, ahora es complicadísimo volver a embridar a «la bestia», pese a que haya habido que rescatarla para evitar su autodestrucción. Ni siquiera Obama lo consigue. Un año después de anunciar un cambio radical en la supervisión financiera, sus tres grandes pilares -agencia única de protección del ahorrador, más poder para la Reserva Federal y prohibición a los bancos de que especulen a todo ritmo- languidece en un Senado dominado por los republicanos, siempre atentos a los deseos de Wall Street. Las cosas no van mejor en una Europa dividida: sus líderes no escatimaron acusaciones de «avaricia» contra los mercados, pero ahora, acosados por sus problemas internos, se muestran impotentes y titubeantes después de cada sacudida (como la de Grecia... y las que vendrán). «Tenemos las herramientas de tortura en el sótano y las mostraremos si es necesario», afirmó cuando estallaron los primeros episodios de la crisis griega Jean Claude Juncker, primer ministro luxemburgués, que es como amenazar en el vacío.

¿Prohibición de especular con los seguros de crédito (CDS), más control de los «hedge» y de las posiciones cortas, nacionalización del negocio del «rating», control absoluto de los nocivos «bonus», impuestos especiales sobre la banca? Sobre todo ello se ha dicho mucho. Pero, como dice la canción, «parole, soltanto parole...». Sólo palabras. Pero no de amor, sino de temor.

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