El peor y más decepcionante año para los mercados financieros

2018 prometía, pero se ha convertido en un ejercicio muy frustrante para los inversores, que se han topado con numerosos imprevistos.

Las Bolsas europeas llegan a la última sesión de 2018 con pérdidas de entre un 10% y un 20%. Y lo peor ha sido que, como afirma Mario Lafuente, de Atl Capital, el mal tono no ha sido exclusivo de la renta variable: se ha producido una caída sincronizada de todas las clases de activos, lo que ha provocado que el inversor más conservador haya tenido pocos sitios donde refugiarse. Jesús de Blas, de Bankoa Crédit Agricole, considera que, por las pérdidas que acumulan todo tipo de activos, se le puede considerar al que termina como el ejercicio más complicado. Victoria Torre, de Self Bank, insiste: «El pesimismo se ha cernido sobre toda clase de activos. No se ha salvado nada, ni la renta variable, ni la fija, ni los activos alternativos. La búsqueda de instrumentos descorrelacionados se ha vuelto misión imposible»

De Blas cree que ello puede tener importantes consecuencias: muchos inversores habían aceptado incorporar algo más de riesgo en sus carteras y han visto que la decisión les ha supuesto acarrear fuertes pérdidas. Un inversor conservador que ha accedido a comprar algo de Bolsa, ha podido pasar de esperar una rentabilidad del 2% a perder un 5%. Esa caída le ha pillado desprevenido y puede derivar en una gran pérdida de confianza. De hecho, como apunta Diego Jiménez-Albarracín, de Deutsche Bank, los inversores parecen estar aprovechando cualquier oportunidad para bajar exposición a la volatilidad, la gran desparecida de los mercados en los complacientes años anteriores. Y las caídas se han agravado porque han coincidido con un momento en que las carteras estaban muy invertidas y los inversores han considerado que no era «el momento de reincidir».

Fugaz buen arranque de año

El sentimiento dominante ante este cierre de ejercicio es de gran decepción. Porque, como añade De Blas, las perspectivas a principios de año eran buenas de verdad, con crecimiento sincronizado de las economías a nivel global y unos beneficios empresariales que también han sido muy positivos. Como rememora Diego Jiménez-Albarracín, el ejercicio empezó muy bien. Enero fue muy alcista. Quizás exageradamente: el Ibex-35, por ejemplo, ganó un 4%, pero pronto comenzaron las complicaciones. En primer lugar, como recuerda Jiménez-Albarracín, llegaron los miedos inflacionistas a Estados Unidos, ante el fuerte crecimiento del empleo y de los salarios al que se asistió a principios de año. Ello hizo temer una política monetaria más agresiva por parte de la Reserva Federal norteamericana y ocasionó fuertes subidas en los intereses de los bonos: el del título americano a diez años llegaría a superar la cota psicológica y temida del 3%. 

En marzo Trump arrancaba la guerra comercial con los primeros aranceles contra China, lo que se ha convertido en el principal tema del año. «El tema más peliagudo para los mercados, sin duda, es la guerra comercial entre China y EE.UU., cuyo desenlace es impredecible. Las buenas vibraciones entre China y EE.UU. tras la cumbre del G-20 de diciembre en la que se pactó una tregua de noventa días se pusieron en entredicho tras la detención de la directora financiera de Huawei en Canadá, Meng Whanzou. Las últimas noticias parecen más esperanzadoras, y de reducirse este riesgo, los mercados respirarían más tranquilos», explica Torre.

De por medio, más tensión geopolítica por, como recuerda Jiménez-Albarracín, Italia, su gobierno populista y el desafío presupuestario planteado a Bruselas y luego corregido; y el Brexit. Y, además, el conato de crisis emergente durante el verano, con la caída a plomo de la lira turca y el contagio que se extendió por todos los mercados bajo su misma rúbrica y que golpeó muy especialmente al Ibex-35 porque sus multinacionales están muy expuestas a Turquía (BBVA) y a América Latina.

El miedo a la recesión

Para Torre, el denominador común que subyace bajo todos los riesgos es el temor a una brusca desaceleración de la economía. «Si ésta llegara (aunque no son pocos los que consideran que se está pintando un escenario excesivamente pesimista), además, supondría un problema importante a la hora de manejarlo; ¿qué haría el BCE, teniendo en cuenta que los tipos en Europa siguen en el 0%?, ¿con qué herramientas le haría frente? En el caso de EE.UU., al menos, las últimas subidas dejan un cierto margen de maniobra». 

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Como sintetiza Lafuente, si el mercado comenzó el año preocupado por la subida de la inflación y el repunte de los tipos, lo acaba con el temor a una recesión, lo que queda de manifiesto en la inversión de la curva de tipos americana (el mercado empieza a requerir más rentabilidad por los bonos de más cercano vencimiento que por la deuda a largo). 

«El deterioro que se ha puesto en precio es mayor al que se puede producir en los seis o doce próximos meses», afirma, sin embargo, Lafuente. Las previsiones apuntan que seguirá el crecimiento económico aunque, según señala Michaël Lok, de UBP, es cierto que «el panorama económico comienza a parecer irregular» y considera que «la desincronización de las economías será el tema dominante el próximo año». Según las previsiones de Lok, el crecimiento global será de un 3,5% en 2019, mientras que, según Lafuente, los precios de los activos estarían descontando una expansión inferior al 3%, situación que llevaría implícita que ciertas regiones entrarían en recesión. ¿Puede estar el mercado anticipando lo que podría ocurrir en 2020? «Nunca he visto una recesión tan anunciada como esta, a dos años vista», señala Jesús de Blas, que añade que es posible que el temor existente en el mercado obedezca al enorme trauma que dejó la crisis de 2008. 

Preocupante final

En los últimos días del año los inversores se han topado con otros problemas, como el cierre parcial de la Administración americana, el cuestionamiento por parte de Trump del presidente de la Fed, Jerome Powell, cuyo último discurso fue menos complaciente de lo esperado, o la llamada del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, a los directivos de los principales bancos americanos, conversaciones que, según De Blas, no deberían haber salido a la luz. Todo ha contribuido al nerviosismo. Y, según De Blas, ahora empieza a temerse que la propia diabólica evolución de los mercados se convierta en un riesgo para la economía real. 

Los analistas dan alguna nota positiva. Por ejemplo, Lafuente: «De mantenerse el crecimiento de los beneficios en 2019, esta situación no debería durar mucho, deberíamos asistir a un rebote de cierta importancia». Torre constata, de hecho, que si bien generalmente se da una correlación entre el comportamiento de las Bolsas y el de los beneficios empresariales, este año se ha roto: los beneficios han crecido y la renta variable ha bajado. Jiménez-Albarracín señala, en concreto, que cree que el primer trimestre de 2019 puede ser positivo gracias a las cuentas del cuarto trimestre de 2018, aunque avisa de una volatilidad omnipresente.

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