¿Por qué se necesita tanta energía para minar un bitcoin?
La propia dinámica para extraer bitcoins implica un gasto de energía cada vez más elevado. Con todo, la huella ambiental aún es marginal
El bitcoin acaba de superar los 50.000 dólares, nuevos máximos históricos, pero nunca se libra de la polémica. Uno de los principales argumentos que suelen esgrimir los críticos es el desmesurado consumo energético que acarrea el minado de la moneda digital.
El indicador más popular para estimar este gasto es el que ha desarrollado la Universidad de Cambridge. Con datos anualizados al año, el minado de bitcoins consumió 1,16 teravatios, la cantidad equivalente a 116.000 gigavatios.
Ello supone un gasto mayor que el de algunos países, como los Emiratos Árabes Unidos o los Países Bajos. Cada año, el bitcoin supone el 0,53% del consumo de energía eléctrica a escala global.
Aunque son cifras muy respetables, la propia Universidad de Cambridge reconoce que actualmente hay pocas evidencias de que el bitcoin contribuya directamente al cambio climático.
Incluso suponiendo que la minería de bitcoin funcionara exclusivamente con carbón, un escenario muy poco realista porque muchas mineras emplean energías renovables, las emisiones totales de dióxido de carbono no superarían el 0,17% del total mundial.
Las razones que explican el consumo energético
Para entender cómo se llega a estas cifras de consumo eléctrico es necesario analizar el proceso de minado. Para los pequeños inversores hace tiempo que dejó de ser rentable, pero no así para las empresas especializadadas. Para que un nodo añada un nuevo bloque de transacciones a la cadena (blockchain) tiene que emplear energía de procesamiento.
Esta energía se gasta en resolver complejos problemas matemáticos cuya solución, sin embargo, es fácil de verificar. Es lo que se conoce con el nombre de “prueba de trabajo” o ‘PoW’ (proof of work, en inglés).
Los nodos que solucionan esta prueba de trabajo reciben el nombre de mineros. Una vez solucionada la prueba, otros nodos votan su validez, y cuando una mayoría ha votado, se aprueba el bloque y se abona la recompensa al nodo que resolvió la prueba.
El sistema de prueba de trabajo es clave para garantizar la integridad de las operaciones. O lo que es lo mismo, la seguridad. El coste de escribir un bloque es muy elevado, pero por el contrario, el de verificarlo muy bajo.
Un gasto para reforzar la seguridad
De esta forma, se eliminan prácticamente todos los incentivos para querer crear transacciones fraudulentas. Si alguien lo intentara, malgastaría mucha electricidad sin recibir la recompensa por bloque.
“La energía es un equivalente a seguridad, puesto que la capacidad de cálculo hace que la red sea más segura”, apunta Jon Arregi, experto de la firma Coinpods, especializada en servicios de ‘hosting’.
La capacidad de cálculo se llama ‘hashrate’ y cuanto mayor sea esta tasa, más segura es la red, más interesante es almacenar valor en ella.
A medida que las personas deciden poseer más bitcoins, aumenta la cotización de la moneda y ello hace que la minería sea más rentable. Por tanto, llegan más mineros a la red y aumenta la energía de procesamiento necesaria para solucionar la prueba de trabajo.
La irrupción de los circuitos integrados (ASIC)
Si ya la propia dinámica del bitcoin implica este gasto de energía, el consumo se elevó todavía más desde que irrumpieron en el mercado los procesadores especialmente diseñados para ser eficientes con el software del bitcoin.
Estos circuitos integrados para aplicaciones específicas reciben el nombre de ASIC, de nuevo por sus siglas en inglés. Estos chips no tiene otra función más que la de verificar transacciones y recibir monedas de recompensa.
De alguna forma, el desarrollo de la minería especializada ha permitido que la energía de procesamiento en la que se apoya la red crezca a tasas inimaginables hace algunos años.
El factor localización para aprovechar la energía
En todo caso, a pesar de que el gasto energético es considerable, la popularización del bitcoin y el impulso a las actividades de minería no siempre supone un despilfarro de recursos energéticos.
De hecho, las instalaciones tienden a juntarse en aquellas zonas geográficas en las que hay sobre producción de energía eléctrica. Se trata de zonas donde hay exceso de capacidad, donde existen recursos infrautilizados y en las que, simplemente, la energía se perdería.
El caso más claro es el de China. En el gigante asiático hay unas regiones con una gran capacidad hidroléctrica en el oeste del país, cuando la gran masa de la población se concentra en el este.
Esto supone que hay unos grandes volúmenes de electricidad que si no se consumen donde se producen, se pierden. El debate está abierto, y aunque es evidente que será necesario racionalizar los recursos energéticos empleados en la extracción de bitcoins, las cifras hay que ponerlas en perspectiva.
De hecho, la propia Universidad de Cambridge reconoce, incluso en el peor de los casos (es decir, la minería alimentada exclusivamente por carbón), que la huella ambiental del bitcoin actualmente sigue siendo marginal.