El atrevimiento de los políticos norteamericanos
El mundo económico se encuentra desde hace unos días pendiente de la voluntad de unos cuantos políticos.
El mundo económico se encuentra desde hace unos días pendiente de la voluntad de unos cuantos políticos. Tras la falta de acuerdo entre el Gobierno norteamericano y los representantes del partido Republicano en el Congreso sobre la financiación de los gastos públicos, Estados Unidos ha entrado en un extraño proceso llamado cierre gubernamental, por el que va quedándose corto de la liquidez necesaria para hacer frente a sus gastos comunes y se ve obligado a clausurar agencias gubernamentales y a dejar de prestar ciertos servicios.
Como ejemplo, casi todos los departamentos de la NASA quedan inoperativos, los servicios consulares de concesión de visas para turistas se cierran o la publicación de datos económicos tan importantes para el mercado como el de la tasa de desempleo del mes de septiembre por primera vez no pudo llevarse a cabo. Los gastos del gobierno tienen que ser aprobados por las dos cámaras legislativas norteamericanas y, en este caso, el sector más conservador del partido Republicano se niegan a dar su visto bueno a menos que se posponga indefinidamente el proyecto de ley sobre la financiación de la sanidad pública, uno de los pilares de la política del presidente Obama.
Pero el asunto todavía podría ir a peor, ya que de no llegarse a ningún acuerdo antes del 17 de octubre, fecha límite para que se eleve el llamado techo de deuda del gobierno (máximo de endeudamiento aprobado por las cámaras al que puede optar el gobierno del país) podría darse la pavorosa situación que la primera potencia económica del globo incurriera en un " default" o impago de su deuda pública.
Curiosamente, durante los primeros días en los que apareció el problema, los mercados reaccionaron de manera tranquila y confiada, como si se negaran a aceptar que un desastre de este tamaño pudiera llegar a producirse, pero a medida que van pasando los días la tensión va aumentando, y vemos como las bolsas van cayendo, cada vez con más virulencia, y el dólar se resiente contra casi todas divisas hasta el punto de elevar al euro a máximos de su cotización anual.
El proceso de cierre gubernamental es de por si perjudicial. Se calcula que puede costar alrededor de 8 billones de dólares semanales a la economía estadounidense. Evidentemente, el tiempo juega en contra, y cuanto más se alargue el proceso, mayor será el impacto en la economía, pero este coste sería despreciable si se le compara con el impacto que tendría no solo en Estados Unidos, sino en la economía mundial, el que a partir del 17 de octubre, este país no fuese capaz de hacer frente a sus obligaciones de deuda pública.
Gran parte de los bancos centrales del resto del mundo se encuentran en situación de alerta. El Banco de Japón advirtió el viernes pasado de las consecuencias de este insólito suceso. No en vano, gran parte de los bonos americanos están en mano de Japón que, junto con China, son los principales prestadores al Tesoro norteamericano.
Además de una caída sin freno del dólar, los tipos de interés de esta divisa se dispararían, al alza, ante la caída del precio de la deuda pública, que sería vendida en pánico por sus tenedores, desencadenándose con ello las rebajas de la calificación crediticias de estos valores por la agencias de rating.
De inmediato, grandes pérdidas se producirían en los balances de los bancos norteamericanos por la subida de los tipos de interés y las caídas de los bonos de los que son también, como es natural, grandes tenedores. El efecto se transmitiría al resto de los sistemas financieros, y la crisis del 2008 se quedaría corta en repercusiones, si la comparamos con este hipotético escenario.
Por esta razón, por la evidencia de esas consecuencias apocalípticas y por la que los inversores no llegan a creerse del todo que ese grupo de políticos norteamericanos alcancen un grado de irresponsabilidad tan inconcebible como para dejar que la economía mundial se desplome. Por ello, lo más razonable y probable es que se llegue a algún tipo de acuerdo que evite la catástrofe, pero, mientras tanto, se atreven a pasear por el filo de la navaja sin ningún temor. En todos sitios cuecen habas.