Las razones por las que no suben los salarios
La creciente concentración empresarial y la reducción del poder de negociación de los trabajadores, las principales claves que dieron los expertos en la reunión de Jackson Hole.
La tasa de paro de Estados Unidos está en el 3,90%. Y lleva por debajo del 5% desde principios del año 2016. Aunque en esta situación, en teoría, los salarios deberían subir, siguen estancados y su participación en el PIB se encuentra seis puntos por debajo de los niveles en los que arrancaba el nuevo milenio, cuando la tasa de paro rondaba los niveles actuales.
La reunión de los principales banqueros centrales del mundo y grandes académicos que se celebró el fin de semana pasado en Jackson Hole tuvo como hilo conductor las consecuencias de la concentración empresarial en la formación de precios, en la inversión y en la política monetaria. Y no se podía pasar por alto el impacto que está sufriendo el mercado de trabajo y el modo en que mete presión, o se la quita, a la estabilidad de precios.
El gráfico bajo estas líneas y que muestra la participación de los salarios en la riqueza nacional americana forma parte de la presentación de John Van Reenen, profesor del MIT, y se observa en él claramente cómo ha ido reduciéndose su trozo de pastel. En el resto de las diapositivas se muestra el modo en el que ha crecido la concentración sector por sector, así como la desigualdad entre empresas en términos de productividad.
Pero vayamos a la cuestión que nos ocupa, a la remuneración del factor trabajo. Fue Alan B. Krueger, profesor de la Universidad de Princeton, quien realizó una exposición sistemática de las razones por las que, a su juicio, los salarios no están subiendo. Partió de la idea de que un mercado laboral tensionado, es decir, con un ejército laboral en la reserva reducido, con una tasa de paro muy baja, como la actual, los salarios tradicionalmente tienden a subir y las oportunidades para los trabajadores con sueldos más bajos tienden a aumentar. Esto puede seguir siendo así, pero cada vez menos: si a finales de los años setenta y en la década de los ochenta un trabajador con un salario medio veía incrementada su remuneración cuando la tasa de desempleo bajaba del 6,8%, en los años noventa, necesitaba que el paro cayera por debajo del 5,4%. Y parece que ahora es necesario que el desempleo baje todavía más para lograr mejoras salariales.
Efectivamente, como recoge Krueger en su exposición, el incremento medio de los salarios es más débil de lo que cabría esperar: aunque los salarios nominales han estado aumentando durante la recuperación, en los últimos doce meses su avance se ha quedado por detrás de la inflación. Y Krueger, para explicar por qué ha sucedido esto, menciona en primer lugar los argumentos más populares: baja inflación de precios, reducido crecimiento de la productividad, un ejército laboral en la reserva oculto a las estadísticas y cambios demográficos. Pero Krueger afirma que estas razones no llegan a explica del todo el problema. Y es que, según sus cálculos (y apelando a la curva de Philips, que relaciona tasa de paro e inflación, muy en cuestión, porque parece que ya no funciona), los salarios están creciendo entre 1 y 1,5 puntos porcentuales menos de lo que deberían. Y si bien, en su opinión, la dinámica demográfica actual podría restar entre 0,2 y 0,3 puntos porcentuales al crecimiento de los sueldos y el bajo crecimiento de la productividad podría restar hasta un punto porcentual, lo cierto es que en el último año, periodo en el que la productividad ha repuntado, el crecimiento real de los salarios se ha reducido.
Cada vez más imbatible poder de monopsonio
Entonces Krueger da un paso más allá y señala como principal responsable del estancamiento de los salarios a un fenómeno llamado "monopsonio". Si con la palabra "monopolio" se alude a una situación en la cual sólo hay un vendedor, con "monopsonio" se describe una situación en la que existe un solo comprador (en este caso, comprador de fuerza de trabajo). Un comprador, o menor número de ellos que antes, por el proceso de concentración empresarial que ha experimentado la economía en las últimas décadas; o por las propias dinámicas del mercado de trabajo que llevan a los empleadores a operar en un mismo sentido. Así, Krueger cita estudios que muestran que los salarios son más bajos en mercados de trabajo muy concentrados.
El autor reconoce que esta dinámica probablemente ha existido siempre. Quizás con más fuerza en ciertos sectores más concentrados, con menos empleadores. Pero ahora el poder de monopsonio es más fuerte porque el de negociación de los trabajadores ha caído. En primer lugar, porque si en 1980 el 25% de los trabajadores americanos estaba afiliado a un sindicato, en el año 2017, sólo lo estaba el 10,7%. Además, la negociación colectiva ahora es mucho menos común en Estados Unidos. Y las consecuencias de ambos fenómenos ha sido más amplio de lo que correspondía porque ha desaparecido el "efecto de la amenaza sindical": ahora, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, pocos empleadores suben los salarios preventivamente, adelantándose a las reivindicaciones de los trabajadores.
También alude Krueger al papel del salario mínimo, que no ha subido desde julio de 2009 en Estados Unidos, cuando se fijó en los 7,25 dólares la hora, una cifra que, en términos reales, es un 20% inferior a la de 1979.
Estos factores explican, a su juicio, la creciente desigualdad y polarización del mercado de trabajo americano y que la participación de los salarios en la riqueza nacional no haya dejado de reducirse desde los años noventa, después de décadas de estabilidad.
El profesor de Princeton encuentra otras razones que han favorecido el fortalecimiento del poder de monopsonio, como la creciente importancia de las agencias de colocación y de las subcontratas; así como las restricciones que tienen un 25% de los trabajadores americanos para emplearse en ciertas ocupaciones o ciertas empresas de la competencia por las cláusulas que han firmado en trabajos actuales o anteriores, lo que reduce sus opciones y su poder de negociación. A ello hay que sumar limitaciones existentes para que unas franquicias contraten a trabajadores de otras de una misma cadena; o acuerdos entre empresas distintas para no "robarse" empleados. Y todo ello es mucho más fácil de conseguir si los procesos de concentración provocan que haya menos empresas compitiendo en el mercado de trabajo.
Si en el mercado de trabajo funcionaran la ley de la oferta y la demanda como idealmente lo creen o desean algunos, cabría esperar que a menores salarios, menos gente estaría dispuesta a trabajar y, por tanto, habría menos oferta de empleo. Pero ésta, sobre todo entre los hombres, es bastante inelástica, es decir, no fluctúa demasiado en función del precio que el mercado le dé. Ello, por tanto, da todavía más poder de fijación de precios a las empresas.
Ni suben los salarios ni aumenta la inversión empresarial
El bajo crecimiento de los salarios y su progresiva menor participación en el PIB tiene que ver con la creciente concentración de la economía y con el menor poder de negociación de los trabajadores. La mayor plusvalía con la que, por tanto, contarían las empresas no se está destinando a la inversión productiva. De hecho, éste fue otro de los temas objeto de discusión en Jackson Hole: por qué es tan débil la inversión en capital y si ello puede tener repercusiones en el crecimiento potencial de la economía.
En concreto, de acuerdo con Nicolas Crouzet y Janice Eberly, la inversión en capital se encuentra cinco puntos por debajo de la tendencia previa a los años 2000. Ello, según los autores, se debe a la importancia creciente de los intangibles en las empresas, que todavía tienen una mayor relevancia en las industrias más concentradas.
De todos modos, lo que llevan consigo las dinámicas descritas es un progresivo incremento de los márgenes empresariales sobre los que, además, cada vez pesa menor carga impositiva. Si se podrá mantener de manera indefinida esta situación es una incógnita. Pero que preocupa a los bancos centrales, al menos en Estados Unidos, es una certeza. Y también debería ocupar a este lado del Atlántico, dado que hay economías en las que no sólo los salarios no suben, sino que además son incapaces de que las tasas de paro bajen a niveles más aceptables.
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