La verdad sobre el corresponsal del «New York Times» que ocultó las matanzas de Stalin y recibió el Pulitzer
Cuando le vio la orejas al lobo a las nuevas políticas bolcheviques en 1921, Walter Duranty (1884?1957) sí que informó[…]
Cuando le vio la orejas al lobo a las nuevas políticas bolcheviques en 1921, Walter Duranty (1884?1957) sí que informó de ello en un artículo publicado en agosto de ese año bajo el titular «El hambre está empujando a Rusia hacía la revuelta. Miles de víctimas huyen a las ciudades». En el texto podía leerse: «Las últimas noticias han revelado una imagen espantosa de hambruna y desesperación en el interior del país. Se estima que 20 millones de personas están condenadas a muerte a consecuencia de ello, aunque algunos informes elevan la cifra hasta los 35 o 40».
El corresponsal del «New York Times» se acababa de trasladar a Moscú para cubrir el nacimiento de la Unión Soviética apenas cinco meses antes de que Lenín se hiciera con el poder absoluto. Llegaba con el respeto y la credibilidad ganadas tras cubrir la Primera Guerra Mundial en el que fue su primer destino como reportero del periódico más influyente del planeta. Un prestigio que fue en aumento con sus crónicas concienzudas durante los primeros seis años de vida de la URSS y que prolongaron hasta que Stalin aplico? su primer plan quinquenal (1928-1932) para imponer sobre el campesinado la completa colectivización de sus tierras. Fueron precisamente una serie de artículos publicados en el diario neoyorquino sobre esta radical transformación de las estructuras económicas y sociales de las repúblicas socialistas ?en 1930, más del 90% de las tierras agrícolas ya estaban colectivizadas y los hogares rurales convertidos en granjas comunales con sus huertos y ganado? lo que le valió a Duranty su premio Pulitzer de 1931.
Pero, ¿qué le ocurrió entonces al corresponsal a través del cual los estadounidenses deberían haber conocido uno de los periodos más oscuros y sangrientos de la historia contemporánea? No pasó mucho desde que recibiera el famoso galardón hasta que en sus informaciones se pudiera leer: «Cualquier informe de hambruna en Rusia es hoy una exageracio?n o propaganda maligna. No hay hambre o muertes por inanicio?n», escribía. Un incomprensible e inalterable enfoque que mantuvo a partir de entonces, justo en el momento en el que comenzó el «Holodomor», aquel periodo comprendido entre 1932 y 1933 en el que Stalin provocó la muerte de siete millones de personas.
«Las ferocidades bolcheviques»
Esta postura adoptada por Duranty, convertido ya entonces en uno de los periodistas más influyentes de su tiempo, y cuyas crónicas eran publicadas también en España, fue enormemente útil para el régimen soviético de cara a su imagen en el exterior. Algo que preocupó a propio Stalin, obsesionado por controlar a la prensa. Numerosos fueron los casos de pueblos y granjas colectivas montadas como teatros, incluso con actores, para engañar por completo a ilustres visitantes extranjeros. Es el caso del primer ministro francés Edouard Herriot, el arzobispo de Canterbury y el mismo Bernard Shaw, famoso y polémico dramaturgo irlandés que visitó la URSS durante una de sus peores hambrunas y decidió descartarla con un comentario de lo más frívolo: «¡Nunca he comido tan bien como durante mi viaje a Rusia».
En lo que respecta al reportero del «New York Times», parece Stalin supo ganárselo con el tiempo, haciendo todo lo posible para garantizar que tuviera una calidad de vida muy alta en Moscú, muy por encima del resto de la población. Le proporcionaron una vivienda enorme y buen un automóvil con chófer para que paseara a su amante. Contó con el mejor acceso a información del Estado y pudo entrevistar a Stalin hasta en dos ocasiones. La última de ellas, en diciembre de 1933, fue recogida en España por el diario «La Nación», sin que en ella se atisbara la más mínima crítica ni rastro de atrocidad.
Es muy poco probable que a Duranty le fuera imposible informarse sobre aquel exterminio. Sobre todo, porque lo que el corresponsal callaba era contado por diarios como ABC en numerosos artículos e informaciones, incluso a sabiendas de que el régimen bolchevique gozaba de las simpatías del gobierno de la Segunda República. En 1933, por ejemplo, este periódico publicó en exclusiva una carta de la hija de Tolstoi criticando las atrocidades de Stalin que Duranty ocultó: «Desde hace quince años el pueblo ruso padece esclavitud, hambre y frío. El Gobierno bolchevique sigue oprimiéndole y le arrebata su trigo y otros productos, que envía al extranjero, porque necesita dinero. Lo hace no sólo para comprar maquinarias, sino para hacer la propaganda comunista en el mundo entero. Y si los campesinos protestan y ocultan su trigo para sus familias hambrientas... se les fusila», decía la misiva.
En 1932, Stalin había ordenado, efectivamente, incrementar la produccio?n de las granjas colectivas de Ucrania para disponer de ma?s grano que exportar. No quedaba nada para las familias y, encima, ordenó bloquear las fronteras para que no les llegase comida del exterior. Más de 25.000 personas, sobre todo nin?os, mori?an de hambre cada di?a, pero Duranty seguía asegurando que se había informado de manera concienzuda y podía afirmar de que no había la menor carestía en aquella región: «No hay nadie que sufra de inanición, ni síntomas de que puedan presentarse problemas de hambre».
En septiembre de 1933 fue el primer corresponsal en visitar el norte del Cáucaso, que estaba afectado también por aquella terrible epidemia provocada por el dictador soviético, y seguía insistiendo: «El uso de la palabra ?hambruna? en relación con el Cáucaso Norte es un verdadero absurdo. Las historias que circulan en Berlín, Riga, Viena y otras ciudades acerca de las supuestas hambrunas son un intento de última hora de elementos hostiles a la Unión Soviética, para impedir su reconocimiento por parte de Estados Unidos».