Una batalla sin tregua

Hubo un tiempo en el que, al llegar la Navidad, las naciones en guerra decretaban una breve tregua. Todavía en[…]

Hubo un tiempo en el que, al llegar la Navidad, las naciones en guerra decretaban una breve tregua. Todavía en 1914 se interrumpieron las hostilidades en los frentes; y los soldados franceses abandonaron las trincheras y avanzaron desorientados entre la niebla, como muertos convocados por la trompeta del Juicio Final, hasta encontrarse con los soldados alemanes, con los que intercambiaron cigarrillos, mientras les mostraban las fotos de sus novias o de sus hijos recién nacidos, mientras los abrazaban y palmeaban en la espalda enteca, y juntos lloraban, haciéndose la ilusión de que la guerra había terminado, o que no había empezado nunca. Después de aquellas breves treguas navideñas, los oficiales observaban que a los soldados les costaba mucho más volver al combate y disparar contra quienes hasta el día interior habían sido enemigos sin rostro. Así que las autoridades francesas y alemanas, para evitar que estas confraternizaciones efímeras apagasen el ardor guerrero de sus ejércitos, prohibieron las treguas navideñas. Había que mantener el odio encendido, para poder ganar la guerra.

Más información

En portada

Noticias de