El oro en tiempos de pandemia: récords y complejidades

Pese a que la evolución del precio del oro en 2020 fue muy positiva, el sector que rodea a este metal precioso enfrentó complejidades por el parón de la actividad de las refinerías en los momentos de mayor incidencia de la pandemia o por restricciones a la movilidad que no han decaído del todo

La referencia al oro como a un ‘activo refugio’ es, a estas alturas, casi un lugar común, pero la intuición generalizada sobre que, en tiempos volátiles, los metales preciosos pueden tener un mejor desempeño que, por ejemplo, la efímera renta variable queda acreditada empíricamente en cada ciclo bajista.

Las turbulencias económicas impartidas por el Covid-19 no han sido una excepción.

En un contexto en que las bolsas han vivido momentos de auténtico pánico, en 2020 el precio del oro aumentó un 13,4 por ciento –en concreto, de los 1.358,46 euros por onza del 1 de enero, a los 1.539,92 del 31 de diciembre, según la cotización oficial de la London Bullion Market Association (LBMA).

Este extraordinario ejercicio, el mejor para el oro desde 2010, se explica sobre todo por la incertidumbre derivada de la pandemia y por su impacto en activos como las acciones, los bonos o las divisas, pero se vio favorecido por el viento de cola que ya provocaban antes de la irrupción del coronavirus en nuestras vidas la tensa situación geopolítica entre Estados Unidos y China o la generalización de las políticas monetarias expansivas por parte de la mayoría de bancos centrales.

En este contexto, Gabriel Ruiz, presidente de SEMPI Gold España, afirma que “la gran ventaja es que, frente a la tentación de poner a funcionar las máquinas de crear dinero, ni en medio de la peor crisis sistemática puede emitirse más oro”.

Precisamente esta cualidad ‘física’ del oro en comparación a otros activos también ha impartido la recomendación de muchos analistas de reservar una parte de las carteras de inversión para este metal precioso.

Antonio González, de Renta 4, recomendaba por ejemplo en el mes de diciembre “tener entre un 5 por ciento y un 10 por ciento” de las carteras en oro, porque sus perspectivas “siguen siendo buenas” y es un activo “que aporta valor”.

Y la propia actividad de compraventa a cargo de los bancos centrales apunta en la misma dirección, porque entre todos atesoraban 35.000 toneladas de oro a cierre de 2020: una quinta parte de todo el metal disponible en el mundo.

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Y en 2021, ¿qué?

Cumpliendo los vaticinios de, por ejemplo, Morgan Stanley, que predijo una mayor presión sobre el precio del oro a medida que los mercados financieros se normalizaran y aumentasen los rendimientos de los bonos a más largo plazo, o del World Gold Council, que apuntó a que en 2021 la negociación del oro sería más moderada, el pasado 16 de abril el precio de la onza fijado por la LBMA se situó en 1.481,13 euros: una cifra nada desdeñable, pero un 3,8 por ciento por debajo de con la que despedimos 2020.

Se trata en cualquier caso de un retroceso pequeño y salvable en lo que resta del año, que otros analistas esperan que sea muy bueno para el oro. HSBC, por ejemplo, prevé que su precio suba en el conjunto de 2021 por la continuidad de la incertidumbre, y el reputado experto Craig Hemke, de TF Metals Report, ha llegado a pronosticar que cerrará el año con un precio cercano a los 2.300 dólares por onza.

2020: un año complejo también para el oro

Con independencia del magnífico 2020 en materia de precio y de si 2021 será también un año de récords o de mayor moderación para el oro, de lo que no cabe duda es que, ni un metal tan unánimemente percibido como resiliente ha podido evitar verse impactado por la pandemia, que reúne muchas más derivadas además de la puramente económica.

Para Gabriel Ruiz, “paradójicamente, esa condición física del oro, tan ventajosa en general, ha sido su Talón de Aquiles en 2020.

Las refinerías por ejemplo han atravesado verdaderos apuros, bien por la acumulación de pedidos durante las etapas de mayores restricciones al desarrollo de su actividad, bien por cómo se ha complicado la logística por las restricciones a la movilidad, que, contra lo que algunos creen, no acabaron cuando decayeron los estados de alarma, sino que permanecen en muchas demarcaciones de todo el mundo en forma de cierres perimetrales”.

Esa debilidad en un eslabón tan fundamental de la cadena de valor del oro como el de las refinerías ha penalizado además especialmente a los tenedores de pequeñas piezas, porque, según Ruiz, “en los momentos en que sus instalaciones han podido funcionar a pleno rendimiento, han primado naturalmente la producción de grandes piezas para, por ejemplo, bancos centrales”.

Esta realidad ha hecho que compañías como SEMPI Gold hayan enfrentado complejidades inéditas desde su creación.

“Por ejemplo, casos puntuales de demora en las entregas de metal, o, de forma igualmente puntual, clientes nerviosos que nos han instado a devoluciones inmediatas de sus inversiones: una demanda comprensible en momentos de tanto pánico e incertidumbre, pero que contraviene a la lógica de cualquier contrato de compraventa”, señala Ruiz.

Pese a estas dificultades, el oro encara este 2021 como un activo sólido al que destinar excedentes económicos, “entre otros motivos –apunta Ruiz– porque sus existencias siguen siendo limitadas. Al ritmo de extracción actual, los expertos apuntan a que el oro existente en el subsuelo de nuestro planeta se habrá agotado en entre 12 y 15 años”.

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