"No hemos sabido ver que la desigualdad podría traer serias consecuencias"

El autor aboga por una renovación del capitalismo que recupere su esencia moral y rescate principios redistribuidores. 

Ramón Casilda Béjar, economista, experto en internacionalización de la empresa española, profesor de la Universidad de Alcalá y del IEB, acaba de publicar «Crisis y reinvención del capitalismo». En el libro, prologado por Enrique V. Iglesias, primer secretario general iberoamericano, y Guillermo de la Dehesa, presidente de honor del Centre For Economic Policy Research, analiza el alcance de la última crisis, la globalización, las multinacionales y la revolución tecnológica.

La victoria de Trump, el 'Brexit', Le Pen... ¿la globalización está en crisis?

Visto desde ese punto de vista y sin ir más allá, no pasa por su mejor momento. Pero la globalización es consecuencia del capitalismo y lo que tenemos que dirimir es si es éste el que está en crisis. También, si la crisis es para fortalecerse o si anuncia su decadencia. Hay que averiguar si el motor se está renovando dejando atrás sus imperfecciones más importantes, como la desigualdad, o si el sistema ha cumplido un ciclo en la historia económica y política de la humanidad y está buscando alternativas. No ha habido ningún sistema ni ningún imperio eterno. Éste es el debate. En realidad, Trump no ha hecho campaña contra la globalización.

Pero sí contra sus manifestaciones: no quiere que las empresas americanas se deslocalicen y propone aranceles...

Ha lanzado esas propuestas, pero sin hacer un estudio pormenorizado de lo que son la globalización y el libre comercio: él ha visto los síntomas en la economía americana y ha respondido con un modelo antiguo, el de la industrialización vía sustitución de importaciones, que ya se aplicó en América Latina con poco éxito. Estoy de acuerdo con Krugman cuando dice que los empleos que quiere recuperar Trump, los de la siderurgia, los de la industria pesada, el carbón... no van a volver, porque su traslado ha sido fruto de la competencia y el desfase tecnológico. Sí va a favorecer a ciertos lobbys empresariales, pero no romperá los acuerdos de libre comercio, sólo los renegociará para mejorar la posición de EE.UU. Lo que me llama la atención es que no haya muchos pensadores liberales o neoliberales contradiciendo a Trump: los veo callados, aunque el nuevo presidente haya dado un golpe en la mesa contra su paradigma, el que ha reinado en las últimas décadas. Quizás porque piensan que se aburrirá y porque, en el fondo, es uno de los suyos: Trump es una persona del libre mercado.

¿Se perdió la oportunidad de renovar el capitalismo cuando Sarkozy habló de ello, al inicio de la crisis?

Cada tiempo tiene sus oportunidades, pero posiblemente ahí se desaprovechó la ocasión de haber evitado todo lo que estamos viendo ahora. Desde entonces ha seguido fomentándose la desigualdad. Y no hemos sabido ver que la desigualdad podría traer serias consecuencias. Sarkozy tuvo una buena visión, pero la reforma no tiene que hacerse en un único país, sino que tiene que pasar por un consenso entre las grandes potencias, en el G-20, por ejemplo, como se está haciendo con el clima. Hay que consensuar esta reformulación o reinvención del capitalismo.

¿A qué consenso debería llegarse?

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Ha habido una enorme concentración de la riqueza y por otro lado, una sobreacumulación en los índices de pobreza. Además, cuando se consigue salir de la pobreza, como ha ocurrido en América Latina, la estructura no es lo suficientemente sólida como para que ese logro se mantenga. Por ahí hay que empezar. No hay que poner parches, ni taponar la herida momentáneamente: hay que conseguir una mejor redistribución de la riqueza.

Hay quien dice que la globalización ha hecho a los países más iguales entre sí, aunque en su seno las diferencias hayan crecido...

En España tenemos una renta per cápita de unos 27.000 dólares y en América Latina se habla de clase media cuando uno tiene un empleo estable de unos 1.000 dólares mensuales. Y hay disparidades enormes en los Estados del bienestar: algunos países son competitivos, como los asiáticos, pero no tienen el Estado de bienestar que conocemos en Europa.

¿La robotización puede aumentar el descontento si no se afronta la redistribución y se cierra la brecha social?

Sin duda. Los cambios y las transiciones no son armónicas: tienen fases de tensión. Es cierto que muchos de los que están votando ahora, aparte de influidos por la inmigración, lo hacen como castigo por los empleos perdidos por las tecnologías, algo que no ha hecho más que empezar. No tenemos que olvidar que estamos en un sistema capitalista y sus principios son el libre comercio y el máximo beneficio y se toman decisiones en esas dos direcciones. Pero tampoco hay que olvidar que la economía nace de la filosofía moral y uno de sus padres, Adam Smith, era catedrático de esa disciplina. Si queremos repensar el capitalismo e incluir la redistribución y la igualdad, tenemos que volver a una economía moral y, así, muchos desequilibrios desaparecerían sin aplicar ningún modelo matemático.

Pero parece que el capitalismo no reacciona a principios morales, sino a amenazas. Tras la Gran Depresión, respondió al enemigo que tenía enfrente, a la URSS. Si ahora hubiera un modelo alternativo, ¿se hubiera respondido de otra forma?

Esta crisis comienza a gestarse con la caída del Muro de Berlín. ¿Por qué? Al quedarse el capitalismo sin contrapoder y compitiendo contra él mismo se gestaron las grandes imperfecciones que tiene ahora. El lobo del capitalismo es el propio capitalismo. Pero no hay nadie que ponga encima de la mesa un sistema alternativo. El pacto de posguerra entre social-liberales y conservadores, que consistió, básicamente, en mantener un sistema de libre mercado a cambio de redistribución, se ha roto y el capitalismo, al no tener a nadie enfrente, no necesita pactar: como no tiene amenazas, no hay topes en la maximización del beneficio.

¿De verdad no hay amenazas?

Por el momento, no hay quien pueda poner en serio peligro al capitalismo. El único que podría hacerlo, porque tiene poder militar, sería China. Pero, paradojas de la historia: un país gobernado por un partido comunista es el máximo defensor del libre mercado. Aunque entramos en un momento complicado si realmente China se ve dañada en sus intereses por las políticas proteccionistas de Tump. La reacción de este dragón no sabemos qué intensidad podría tener, pero puede ser altamente peligroso. El mundo es frágil.

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