Una farsa llamada "Unión Europea"
Ahora que los sindicatos parecen encarnar el dibujo que plasmó Elia Kazan en "La ley del silencio". Ahora que los[…]
Ahora que los sindicatos parecen encarnar el dibujo que plasmó Elia Kazan en "La ley del silencio". Ahora que los empresarios se han quitado definitivamente de encima el cliqué que describió Eduardo Mendoza en "La verdad sobre el caso Savolta", damos la bienvenida a una sociedad nueva, distinta. El mundo ha cambiado de base. Los débiles mimbres de pacto social que surgió del fin de la recesión de los años treinta gracias, en parte, al equilibrio de fuerzas que resultó del fin Segunda Guerra Mundial se han roto definitivamente en Europa. Y, con ellos, también la esperanza de creación de una Unión Europea.
Algo se intuía cuando la vanguardia de la Unión Europea elaboraba la mal llamada "Constitución". ¿Cuál era la "idea fuerza" de ese texto? Lejos de la integración y la solidaridad, lo que dominaba en el texto era el egoísmo nacional, la palabra "competitividad" era una de las más repetidas del texto del tratado constituyente. Competitividad de la Unión Europea con respecto al resto del mundo y, también, de los países miembros entre sí. La ley de la selva. La guerra era silenciosa al principio y se limitaba a las deslocalizaciones de los países más caros a los más baratos. Pero ahora, en tiempos de crisis, es feroz y se dirime en los mercados financieros.
Desde hace unas semanas, los expertos afirman que es necesaria una armonización fiscal en la zona euro. Que ese sacrosanto déficit del 3% del PIB se cumpla y que todos los países lo hagan de la misma manera. Es decir, con los mismos impuestos gravando el consumo, las rentas y el capital. Una Europa con más política económica común sería, sin duda, una Unión más política y más unida. Me hace gracia oír ahora estos comentarios. Hace seis años, cuando la aristocracia europea elaboraba el texto constitucional, grupos minoritarios del Parlamento europeo reclamaban armonización fiscal, social y laboral, pero nadie les hizo caso. A los mercaderes les venía mejor que los países batallaran entre ellos para conseguir el parabién de los inversores.
De todas maneras, el reto era muy difícil. ¿Iban a querer los irlandeses subir sus impuestos, de los más bajos de Europa, responsables de su fuerte expansión de la pasada década, y que se les fueran todas las empresas? ¿Iban a aceptar los finlandeses reducir su Estado del Bienestar, consecuencia inevitable de la reducción de impuestos (los nórdicos son los que soportan una mayor carga impositiva) que les iban a reclamar? Y lo mismo respecto a los derechos laborales: ¿Aceptarían los alemanes las condiciones de trabajo de los checos?
Porque está muy bien hablar de armonización de derechos y deberes. Todos podríamos estar de acuerdo. El debate empieza a continuación: ¿Qué armonización quiere Europa?
En realidad, esta discusión ha cruzado el cielo comunitario como una estrella fugaz, como todos los que incorporaban algún atisbo de esperanza en el análisis. Si en el G-20 la idea que ha ganado es la de que cada uno se las apañe como pueda, en la Unión Europea también cunde esa sensación. Que se lo digan a Angela Merkel: su país, una de las principales almas de la Unión que, sin ningún problema de financiación y con un déficit público sólo a tres décimas del cumplimiento del Pacto de Estabilidad, ha metido la tijera al presupuesto más que nadie. ¡Qué solidaridad! ¡Qué manera de "pasar" del G-20 que, aunque veladamente, aprovecha cada vez que puede para echarle la bronca por protagonizar uno de los mayores desequilibrios del mundo: consume demasiado poco, ahorra en exceso y con ese ahorro financia burbujas por doquier! Lo malo es que las burbujas estallan. Y lo peor es que su política insolidaria está hundiendo a sus socios -si Alemania, que no tiene problemas, recorta el presupuesto, qué no tendrá que hacer España. Pero también está descapitalizando a sus propios bancos: el precio de los bonos alemanes sube, pero los del resto de los países baja, haciendo un preocupante agujero de capital a sus ya maltrechas entidades, desde que a principios de los noventa estallara su propia crisis.
Y, precisamente ahí, en el sector bancario se encuentra la enésima batalla competitiva, con la publicación de los próximos "stress test". En este capítulo, España ha puesto su granito de arena en la desunión al anunciar una publicación unilateral de los resultados de las pruebas de solvencia de la banca en caso de que otros Gobiernos de la zona euro no se atrevan a hacerlo. Pero Londres y Berlín se lo han buscado.
Y, por haber ejemplos, también los hay empresariales: el Gobierno portugués ha evitado que Telefónica le compre Vivo a Portugal Telecom. Italia hizo lo propio evitando que Abertis comprara Autostrade. Y en España, conocidos son los movimientos para que E.On no se quedara con Endesa. ¿Alguien habló de Unión?
El futuro no es muy halagüeño para Europa, aunque la victoria de los liberales con Polonia le quite palos a las ruedas de Europa, aunque la entrada del Partido Liberal junto a los conservadores en el Gobierno del Reino Unido también inyecte algo de optimismo sobre el futuro de la Unión.