Aprender del pasado
Se cumplen diez años desde el inicio de la 'Gran Recesión' y todavía no conocemos bien del todo ni los[…]
Se cumplen diez años desde el inicio de la 'Gran Recesión' y todavía no conocemos bien del todo ni los factores que la originaron ni tampoco sus potenciales consecuencias a medio y largo plazo. Pero esto no significa que la incertidumbre nos paralice. Durante este tiempo se han tomado medidas relevantes de tipo estructural en las economías, las entidades de crédito se han reforzado y se ha avanzado de forma clara para lograr una mayor coordinación a escala internacional. La incertidumbre actúa como factor de alerta ante la tentación de bajar la guardia.
La crisis tuvo un origen financiero con un caldo de cultivo propicio como fue una política monetaria laxa mantenida durante la década anterior, conocida como la 'Gran Moderación'. Durante este periodo los bancos centrales se enfocaron de forma excesiva en la estabilidad de la inflación y menos en la estabilidad financiera. Una inflación baja, en un contexto de rápida e intensa globalización, factores demográficos y la propia credibilidad de los bancos centrales, favorecieron unas condiciones financieras expansivas en un contexto de elevado crecimiento económico mundial. Tampoco los estabilizadores fiscales fueron tan anticíclicos como hubiera sido deseable en este periodo. La acumulación de desequilibrios financieros y económicos no se tradujo en nuevas medidas de oferta ni en reformas estructurales que hubieran atenuado las consecuencias posteriores de la crisis.
La aplicación conjunta de medidas monetarias y fiscales expansivas ha sido clave para superar la recesión. El protagonismo asumido por la política monetaria, nunca visto en el pasado, se ha traducido en una combinación de medidas convencionales llevadas al límite con otras no ortodoxas, como la compra de activos en el mercado de renta fija y en tipos de interés negativos en Europa. El menor margen de maniobra previo a la crisis de la política fiscal no ha impedido su utilización, aunque ha dado lugar al mayor 'stock' de deuda pública desde la Segunda Guerra Mundial. Instituciones internacionales como el FMI y el BIS aluden de forma frecuente a las vulnerabilidades a medio y largo plazo creadas por estas medidas extremas de política económica. Pero consideran que su normalización debe ser prudente ante la elevada incertidumbre existente que las propias medidas han contribuido a generar.
La crisis internacional se vio agravada en Europa por las deficiencias iniciales para alcanzar una unión monetaria óptima. Su impacto demostró que la convergencia monetaria de partida era insuficiente para dotar de estabilidad a la unión. Lo que falta es una mayor convergencia real, también mecanismos para compartir riesgos, finalizar la unión bancaria y crear un mercado de capitales único. La crisis ha servido como acicate para avanzar en estos temas, aunque sin cerrarlos del todo. Avanzar en la unión bancaria ha exigido que las entidades de crédito estén ahora sometidas a un marco de actuación totalmente regulado y supervisado, con el doble objetivo de proteger al consumidor y reforzar la estabilidad financiera. Pero es precisamente este segundo objetivo el que se ve amenazado por las vulnerabilidades existentes y que, en la mayoría de los casos, son ajenas a los bancos. En este difícil escenario, nuestras entidades se enfrentan a tres retos: la digitalización, la competencia de terceros que no son bancos, pero ofrecen servicios financieros, y la necesaria mejora de la rentabilidad aún por debajo del coste de capital.
La principal conclusión de todo lo vivido en esta última década es precisamente que hay que prepararse para lo que pueda venir. Es fundamental la voluntad de nuestras autoridades y del resto de los agentes económicos de intentar anticipar los riesgos y, si se materializan, tomar las medidas necesarias para combatirlos.