Autopsia moral

Qué lejano está el día en que, tras el crimen de las niñas de Alcácer, la sociedad española censuró el[…]

Qué lejano está el día en que, tras el crimen de las niñas de Alcácer, la sociedad española censuró el despliegue sensacionalista y truculento de una televisión con un veredicto unánime de reproche y desprecio. Entonces el populismo -político, informativo, social- era una entelequia impropia de un país que aún se tenía a sí mismo por serio. Hoy es el momento en que tras cada suceso de cierto impacto se desencadena una oleada de agitación escabrosa, oportunismo insano y morbo histérico. Nada que deba sorprender en las redes sociales ni por desgracia en los medios, acostumbrados los unos y las otras a nutrirse de la basura de los vertederos, pero sí en unas élites capaces de convertir la carnaza efectista en materia de un debate en el Congreso. Debe de ser que el progreso intelectual de la posmodernidad consistía en esto: hacer política con el dolor ajeno, periodismo con despojos sangrientos, justicia con juicios paralelos. Construir estados de opinión pública con primarias hipérboles de trazo grueso. Levantar pretensiones de liderazgo sobre el sustrato más primario de los sentimientos.

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