De la credibilidad de los bancos centrales al esperpento de AENA
El mayor activo de un banco central es su credibilidad, como muestra el programa OMT, una herramienta que no solamente no se ha activado (quizás nunca lo haga), sino que algunos dudan de su legalidad.
El mayor activo de un banco central es su credibilidad, como muestra el programa OMT, una herramienta que no solamente no se ha activado (quizás nunca lo haga), sino que algunos dudan de su legalidad y, sin embargo, la mera posibilidad y mención de la misma por parte de Mario Draghi ha eliminado durante los últimos meses el riesgo sistémico de la zona euro. Algo similar ha sucedido en Japón con el aumento de su masa monetaria, o en Estados Unidos con los estímulos cuantitativos...
Pero la credibilidad tiende a desaparecer cuando los artificios se hacen evidentes, que es exactamente lo que ha sucedido recientemente como muestra una comunicación, que se ha vuelto confusa: el Banco Central Europeo planteaba ayudar al acceso al crédito de las PYMES, mientras guardaba ese mismo plan en el cajón; el gobernador del Banco de Japón se jactaba del aumento de las tasas de interés, como signo del éxito de su política de reactivación económica, y cambiaba de opinión unos días después cuando ese aumento cobró su peaje al mercado de renta variable; y la Fed ha pasado de tener prisa por salir del QE hace solamente unas semanas para acomodarse ahora en un esperar y ver.
Este mensaje, confuso y sin rumbo claro desde los bancos centrales, es, particularmente lamentable, dada la persistente fragilidad de la economía mundial, tanto en la economía real, reflejado en las cifras de desempleo, como en el sector financiero, muy en particular en la situación de los bancos. Especialmente en Europa. Así, aunque la economía mundial está creciendo, lo hace a un ritmo que no alcanza el 3%, cifra que, ni mucho menos, proporciona una protección efectiva contra cualquier tipo de shock inesperado. Con la excepción de Japón, cuyas cifras de crecimiento se han revisado al alza, la tendencia general en el resto de regiones ha sido la de hacer recortes modestos a las previsiones o posponer el escenario de una mejora de uno o dos trimestres. Incluso en China, donde se esperaba que la desaceleración que se inició en 2010 terminara a finales de 2012, se prolonga la expectativa de bajo crecimiento hasta mitad de 2013. Hasta el mes pasado, la previsión del consenso para la economía china era un crecimiento con más fuerza en 2014 que en 2013... Ese ya no es el caso.
En Estados Unidos abundan las señales positivas. Hasta ahora los consumidores han absorbido las medidas de ajuste fiscal y, sin embargo, su gasto no se ha resentido sustancialmente, mientras que la confianza sigue mejorando, debido posiblemente a que, aunque la renta disponible sigue bajo presión, el efectos riqueza y la recuperación del sector inmobiliario pesan positivamente. Teniendo en cuenta, además, la evolución del mercado laboral y que no hay riesgo inflacionario, parece razonable pensar que la salida de la política QE será inicialmente técnica, esto es: la Fed va a comprar menos títulos públicos, ya que el déficit federal se está cayendo más rápido de lo esperado y el Tesoro reducirá sus emisiones.
Y en la zona euro, por primera vez en tres años, la clase política se da un baño de realidad: son pocos los países que han sido capaces de alcanzar sus metas fiscales sin imponer una austeridad ampliamente cuestionada, por lo que se ha adoptado la decisión de aplazar estos objetivos, en un contexto previo a las elecciones generales de Alemania, que probablemente consideró útil dar a sus socios un poco de espacio para respirar. A cambio, los países que se benefician de esta flexibilidad (el 70% de la zona euro), tendrán que poner más énfasis en las reformas estructurales, un tema que toca de lleno a Francia. El programa de reformas de François Hollande puede parecer ambicioso a los ojos de un socialista francés, pero es minimalista para un alemán socialdemócrata o un comisario europeo, por no hablar de un inversor internacional. Cualquier retraso en la implementación de reformas en los países que han visto flexibilizado su objetivo de déficit o un fuerte deterioro de sus finanzas públicas, proporcionaría un buen pretexto para volver a evaluar el riesgo país, especialmente ahora que la indulgencia proporcionada por el Banco Central Europeo pierde fuerza.
Una situación que es claramente aplicable a España, encomendada a una recuperación económica global más fuerte, que evite un deterioro de las finanzas públicas y mayores necesidades de capital para la banca. Es en este contexto donde surgen ideas para aligerar la carga financiera del Estado, como la privatización de AENA, posiblemente una de las que mayor dificultad presenta, y no se trata en esta ocasión de una cuestión de mercado y oportunidad, sino de la propia aberración sobre la que se concibió y ha llegado hasta hoy ANENA.
El sistema de gestión centralizado de aeropuertos por AENA no solamente es obsoleto en el contexto europeo y debe ser replanteado, sino que debe, además, abordarse su doble condición de gestor del tráfico aéreo y de los aeropuertos. Una criatura que ha crecido en un mercado cautivo que ahora pide a gritos liberalización. Es difícil de explicar que una empresa como Ferrovial pueda gestionar aeropuertos en Londres pero no pueda hacerlo en España. Mejorar la gestión y la competencia no son sólo cuestiones en beneficio del usuario y del interés común, sino condiciones imprescindibles para dar la vuelta a unos resultados operativos y de eficiencia que se han deteriorado hasta lo inimaginable, tanto es así, que AENA ha llegado incluso a colocarse como el gestor de aeropuertos con mayor nivel de pérdidas relativo y absoluto de toda la OCDE.
Y llueve sobre mojado, porque la coyuntura del propio negocio de AENA tampoco es buena por la crisis económica: las cifras de tráfico aéreo son francamente malas. Y debemos concluir que AENA resume posiblemente los males de la economía española.