El 28-A como oportunidad
No es lo que se lleva, pero yo quiero ver en la cita electoral de finales de abril una ocasión[…]
No es lo que se lleva, pero yo quiero ver en la cita electoral de finales de abril una ocasión oportuna para desbloquear la acción de gobierno ante los problemas y retos de mayor alcance que España tiene planteados. Durante los últimos tres años y medio, las circunstancias del escenario político no lo han permitido, sucediéndose dos legislaturas de nuestra democracia en ese sentido estériles: la XI, entre diciembre de 2015 y junio de 2016, frustrada sin tan siquiera sesión de investidura, y la XII, acortada y previamente sacudida por dos mociones de censura (la que no prosperó en junio de 2017 y la que doce meses después sí salió adelante). ¿Clima predominante? El de una campaña electoral mantenida sin tregua alguna a lo largo de todo ese periodo, que ha sido también el que sobre la marcha, por así decirlo, ha tenido que asimilar dos novedades de calado en el mismo escenario: la fragmentación partidista, con la comparecencia de nuevas relevantes formaciones y consecuente reducción del peso de los dos mayores partidos, y el recambio generacional en la jefatura de estos. Si a todo ello se añade el abierto desafío del independentismo en Cataluña, antes y después de la declaración unilateral de independencia en octubre de 2017, se comprende que no haya sido propicio para empeños de envergadura el tiempo que ahora, tras el 28 de abril, debería darse por terminado.
No es ilusorio plantearlo. La nueva composición del mapa político, distante definitivamente del bipartidismo -hegemónico si bien imperfecto al tener que depender con frecuencia de formaciones menores con implantación territorial estrictamente localizada-, no tiene por qué suponer un obstáculo insuperable: la condición para ello, obvio resulta, es la sustitución de la dinámica aguerridamente competitiva que hasta ahora ha prevalecido por otra que prime la colaboración, también a la hora de formar gobierno. Es más, la apuesta por la colaboración puede transmutar un riesgo en una ventaja: el riesgo de inestabilidad, al no alcanzar ningún partido mayoría absoluta de escaños, reemplazado por la fortaleza y predictibilidad de gobiernos de coalición sobre amplios acuerdos programáticos.
De los errores se aprende, y algunos son del todo recientes: gobernar en solitario sin suficiente respaldo y sin ruta programada, o depender de votos sin lealtad constitucional contrastada, conduce a la inanidad cuando no al empeoramiento de la situación de partida. A grandes retos -como lo son el independentismo o el alto desempleo o el desequilibrio de las cuentas de la Seguridad Social, que pone en peligro la sostenibilidad del sistema de pensiones, la joya de la corona de nuestro estado del bienestar-, ambiciosas respuestas. Es la hora de quienes creen de verdad en las posibilidades de España, en la calidad de su sociedad, en el vigor de su economía y en su capacidad para contribuir a dar nuevo aliento al proyecto de una Europa unida. Es, en este sentido, «la hora de los moderados», como con acierto se ha escrito (López Burniol).
La democracia española alcanza ya la edad de la madurez -40 años- y sus principales actores han de actuar en consecuencia. El 28 de abril les brindará, a buen seguro, oportunidad para demostrárnoslo.