El catalán que casi asesina a Franco cuatro días antes de la Guerra Civil: «¡Socorro, pistoleros!»

De los 17 planes que se idearon para asesinar a Franco hasta 1970 ?protagonizados por anarquistas, republicanos, monárquicos y hasta[…]

De los 17 planes que se idearon para asesinar a Franco hasta 1970 ?protagonizados por anarquistas, republicanos, monárquicos y hasta falangistas?, este que se produjo a tan solo cuatro días del comienzo de la Guerra Civil es, quizá, el más relevante de todos. Primero, porque fue el que más cerca estuvo de conseguirlo y, segundo, por lo que habría podido significar para la historia de España estando tan cerca el levantamiento contra la Segunda República.

En ese momento, Franco era comandante militar de Canarias. Había llegado a Tenerife el 13 de marzo de 1936 como el general más prestigioso del Ejército español, tras sus campañas en Marruecos y, más recientemente, por su papel en la represión de la Revolución de Asturias en 1934. En la isla fue recibido con fervor por parte del estamento militar y los conservadores, mientras que los partidos republicanos y anarquistas mostraron pronto su rechazo por la presencia del distinguido militar. Llegaron a organizar una huelga general y llenaron la ciudad de Santa Cruz con pintadas como: «Muerte a Franco» y «fuera de Tenerife».

Era la muestra de que España estaba ya dividida y vivía momentos de enorme tensión, la cual se había extendido incluso al Congreso de los Diputados. Lo demuestra el incidente que protagonizaron dos diputados en la cortes, tres días después de la llegada de Franco a Tenerife, en el que estuvieron a punto de llegar a la manos porque uno de ellos se negó a gritar «¡viva la República!». El mismo día, el Partido Socialista denunciaba ante las Cortes que el nuevo presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, había sufrido un atentado en su domicilio. «Nuestro camarada fue tiroteado y algunos de los proyectiles entraron en la habitación de este», aseguraban.

Las instituciones alimentaron ese clima de preguerra hasta el último momento y, de hecho, el rechazo contra el futuro dictador estuvo promovido desde el Ayuntamiento por el mismo alcalde republicano de Santa Cruz, José Carlos Schwartz, según defiende el historiador Ramiro Rivas en su libro «?Y Franco salió de Tenerife» (Laertes, 2018). Y no hay que olvidar tampoco que, a principios de año, varios generales ya habían acordado sublevarse si, como finalmente ocurrió en febrero, el Frente Popular ganaba las elecciones. Esas primeras gestiones fracasaron, pero la semilla estaba ya plantada.

A la sombra del golpe

Era tan evidente la sombra del golpe de Estado, que Franco no pudo mantener en secreto su plan. Se difundió desde su despacho en la capital tinerfeña y llegó hasta los oídos de la CNT, de la Defensa Confederal de Canarias y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Tres organizaciones que contaban con la ayuda de Antonio Vidal, un destacado intelectual anarquista catalán que vivía exiliado en Santa Cruz desde la dictadura del general Primo de Rivera. Allí había constituido él mismo la FAI un año antes y había impulsado y organizado este primer atentado contra Franco, según cuenta el investigador canario Ricardo García Luis en «Crónica de vencidos» (La Marea, 2005).

En su obra, este Premio Nacional de Historia 2012 recoge testimonios de primera mano para reconstruir lo acontecido en junio y las dos primeras semanas de julio de 1936. Se sabe que Vidal pidió ayuda a dos camaradas convencidos y bregados en la acción para acabar con Franco y abortar el golpe: Antonio Tejera Alonso (Santa Cruz de Tenerife, 1907), conocido como «Antoñé», un militante anarquista con diez años de experiencia que había coincidido con Buenaventura Durruti en la cárcel de Albacete, y Martín Serarols Treserras (Barcelona, 1900), apodado «El Catalán», que se había exiliado a Tenerife tras la Revolución de Asturias y acabó siendo fusilado a principios de 1937.

Los tres estaban convencidos de que era un atentado sencillo y en un momento oportuno. El primer error de Vidal, sin embargo, fue solicitar ingenuamente la colaboración del gobernador civil de la República, Manuel Vázquez Moro, para su empresa. Le pidió apoyo logístico, pero este se negó de inmediato. En realidad era lo normal, dado el alto cargo institucional que ocupaba. No podía secundar un plan para matar a un oficial que, hasta entonces, se había mostrado leal a la República. De hecho, el 23 de junio de 1936, Franco enviaba una carta al ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, advirtiéndole del malestar que se estaba generando dentro del Ejército y poniéndose a sus disposición para sofocarlo si así lo requería, según explica el historiador Antoni Batista en «Matar a Franco: los atentados contra el dictador» (Debate, 2015). Vázquez Moro, que había sido antes alcalde de Jerez de la Frontera (Cádiz), no tuvo mucha suerte a pesar de su negativa a colaborar en el atentado: fue detenido tras la asonada y fusilado el 13 de octubre por los franquistas.

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El segundo error que cometió Vidal fue invitar a un cuarto compañero anarquista a la reunión donde se decidió asesinar al famoso general gallego. Este, inmediatamente después, a los altos mandos militares involucrados en la sublevación e informó de sus planes. El nombre de este ha permanecido en el anonimato hasta hoy, pero su chivatazo bien ayudó a que Franco tomara precauciones, llegando a dormir desde entonces con las puertas y las ventanas de su dormitorio cerradas a cal y canto a pesar del calor del verano. Llevaba pocos meses en la capital tinerfeña, pero ya intuía que cualquier día podía ser objeto de un ataque.

Los tres anarquistas, no obstante, siguieron adelante con su plan y encontraron a una colaboradora infalible: la propietaria del restaurante Odeón y regente de la Comandancia Militar de Canarias donde se hospedaba el objetivo. Esta mujer era, además, quien le lavaba la ropa y sabía que se iba a dormir temprano, con la puerta y la ventana abiertas, supuestamente. Parecía que nada podía fallar, porque la cantina tenía acceso a la nave del pabellón donde estaba la habitación. Por allí penetraron los magnicidas la noche del 14 de julio de 1936. Se escurrieron a través de una trampilla que daba a la azotea. Caminaron después por ella sin ser vistos por los soldados y atravesaron, por último, un corredor de la comandancia hasta llegar a la puerta del cuarto de Franco.

Sabían que se encontraba dentro, a escasos cinco metros de ellos. La idea era abrir la puerta y liquidarlo de inmediato, pero no estaban al tanto de las precauciones del militar, que, efectivamente, tenía la ventana y su puerta cerradas por dentro con llave. Franco era consciente del clima de violencia que se vivía en España. Sabía qué dos días antes el teniente José del Castillo había sido asesinado por grupos armados de derecha y que José Calvo Sotelo había corrido la misma suerte por parte de los opuestos la noche anterior. Y ahora, encima, había llegado a sus oídos que él podía ser el siguiente.

«¡Auxilio!»

Estando tan cerca del éxito, los tres anarquistas no se lo pensaron dos veces e intentaron forzar la puerta para echarla abajo, pero resultó que el general también había clausurado la puerta con una tranca de portalón de un castillo medieval. Según la versión aportada por Antoñé en el libro de García Luis, Franco se percató de inmediato y comenzó a gritar pidiendo ayuda: «¡Socorro, auxilio, pistoleros!». Lo calificó de «cobarde» y aseguró que, si hubiera sido valiente y mantenido la serenidad, les podría haber matado allí mismo, «disparando desde dentro, ¡pum pum pum!», pues esta misma puerta era de persianas fijas de madera y desde el interior podía verse todo lo que ocurría fuera, al contrario de a la inversa.

Otras fuentes señalan que se llegaron a escuchar disparos antes de los avisos del general. Mientras que su primo, el teniente coronel Francisco Franco Salgado-Araújo, aseguró en su libro «Mi vida junto a Franco» que este ni se inmutó y siguió durmiendo como si nada hubiera ocurrido. Una versión esta última que fue sostenida por su hagiógrafo, Luis de Galinsoga, o el periodista e historiador Joaquín Arrarás, amigo y autor de otras dos biografías del dictador en 1937.

Aunque las versiones son distintas en los detalles, ninguna duda de que Franco estuvo a punto de morir aquel día. Ni que ninguno de los tres asaltantes fue apresado tras el altercado. Consiguieron escapar rápidamente sin ser vistos. Y cuando se descubrió la participación de Vidal meses después, este evitó que lo detuvieran ocultándose bajo una lápida en el cementerio de San Rafael y San Roque de Santa Cruz de Tenerife, consiguiendo después huir e iniciar una brillante carrera como espía al servicio de la República durante la guerra.

Vidal desapareció del mapa y nadie volvió a saber de él ni en las islas Canarias ni en España. Ricardo García Luis defendió durante mucho tiempo que este huyó a Estados Unidos. Una versión que ha podido corroborar ABC a través de su sobrina, Deborah Alcaraz: «Efectivamente, Vidal era mi abuelo, aunque yo le conocí como Martín Herrera. Descubrimos su historia como Vidal hace solo siete años, al igual que se había ido a Estados Unidos a iniciar una nueva vida. Ahora tengo una gran familia allí».

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