El mundo que nos viene
Hablar de cómo cambian los tiempos es un tópico, ya que si hay algo constante en la historia son los[…]
Hablar de cómo cambian los tiempos es un tópico, ya que si hay algo constante en la historia son los propios cambios. No todo son iguales; en la economía se distingue entre los cambios adaptativos, que permiten a las industrias existentes la posibilidad de adaptarse a la nueva situación, y los disruptivos, que son aquellos que marcan un principio y un fin (por ejemplo, el ferrocarril o la automoción respecto al transporte con tiro animal). La historia está plagada de ejemplos de uno y otro. La peor estrategia en todos los casos es negar el propio cambio; los modelos de negocio adoptan de un modo inmediato las novedades proporcionadas por la tecnología y que los hacen más eficientes, hasta el punto de que las empresas que no los siguen dejan de ser competitivas y tienden a desaparecen. Es el concepto al que ya hemos aludido en esta columna con el término de destrucción creativa, que adaptó desde la filosofía el economista Joseph Schumpeter.
Es cierto que es demasiado común la afirmación de que los cambios que vienen van a ser disruptivos, pero la cuarta revolución industrial en la que estamos inmersos están siéndolo más frecuentes que en anteriores ocasiones (y si no fijémonos en empresas como Kodak o Blockbuster). Creemos que se van a modificar mucho el modo de hacer negocios. Por ejemplo, estamos inmersos en un crecimiento exponencial de la capacidad computacional, pero el inicio del salto exponencial se sitúa en ¡2005! y no porque no hubiera avances antes, sino que los anteriores resultan nimios frente a las dimensiones actuales. Esto tiene que tener drásticas consecuencias en inteligencia artificial, por ejemplo, que permeará en todas las actividades. Otros fenómeno que nos llama la atención es la deflación energética, la caída de los precios de la energía hasta el punto de que esta va a ser abundante, barata y... limpia. Efectivamente, la energía procederá de fuentes limpias y renovables, aunque todavía quedan un par de décadas de transición. Hemos citado los dos fenómenos más llamativos, aunque los ejemplos son más abundantes, como puede ser relativos a la salud.
Desde el punto de vista de la inversión se ha analizado este fenómeno mucho más desde la oportunidad de la rentabilidad que del riesgo. Las carteras estáticas tienen el riesgo de que las compañías que las componen dejen de ser competitivas por no adaptarse a los cambios tecnológicos, o lo que es peor, por no poder adaptarse porque el cambio es disruptivo.
Tradicionalmente hemos recomendado la diversificación porque es uno de los pocos casos en los que podemos reducir el riesgo de nuestra cartera sin sacrificio alguno en términos de rentabilidad. Y abogábamos en favor de esta diversificación tanto en término horizontal (clases de activos) como vertical (distintos valores dentro de cada clase de activo).
Pero a la vista del mundo que nos viene, con cambios disruptivos que pueden borrar incluso la viabilidad de la empresa en la que estamos invirtiendo, la recomendación de diversificación vertical se hace todavía mucho más necesaria, sobre todo para minimizar los daños de las compañías amenazadas.
Una de las vías que emplean los inversores para construir su diversificación es la referencia de índices. Pero el problema que presentan algunos, como puede ser el Ibex o, aunque en menor medida, el EuroStoxx, es la alta concentración en algunos valores o sectores. Si el cambio disruptivo afecta a todo un sector las consecuencias se extenderán a todas las compañías del mismo y la diversificación no nos añadirá protección por la alta correlación entre las empresas de la cartera. En este sentido cuanto más geografías, sectores y compañías comprenda un índice de referencia mejor nos estará protegiendo frente a los riesgos. Este será claramente mucho más recomendable a los inversores para construir sus carteras estratégicas que otros con elevadas concentraciones en geografías, sectores o valores.
No contemplemos los cambios que vienen solo como una amenaza para nuestra cartera, sino también como una oportunidad, pues estos propiciarán un resultado del proceso productivo igual o mejor al existente y con menores costes. Y es lógico que las empresas capten una parte de esos rendimientos en forma de beneficios, aunque cedan otra porción a los consumidores.