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Y, «en medio de aquello, todos, de repente, rompieron a cantar Shemá Israel». La cantata de 1947 fija uno de[…]

Y, «en medio de aquello, todos, de repente, rompieron a cantar Shemá Israel». La cantata de 1947 fija uno de los momentos más intensos en la música de Arnold Schoenberg. Él mismo escribió el poema que le sirvió de base. Schoenberg había huido a tiempo: las leyes de exclusión racial forzaron, en 1933, su exilio en los Estados Unidos. Un superviviente del Gueto de Varsovia es su oración por los seis millones de judíos exterminados en los campos nazis. Esta mañana, mucho antes de que amaneciera, he leído la noticia: ha muerto en Israel el último combatiente del gueto. He vuelto a escuchar esos casi insostenibles seis minutos y cincuenta y un segundos que dura la cantata. En su espeluznante amalgama de alemán e inglés. Y en la angustia de las dos palabras que, en hebreo bíblico, cierran el canto: no se sabe muy bien si abriéndolo a la esperanza o cerrándolo en el sinsentido. Pero es que optar entre esperanza y sinsentido, ante el dato escueto de la aniquilación de un pueblo, es algo que tal vez un Dios pueda decidir. Nunca un hombre.

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