Escocia, pase lo que pase, cambiará el mapa de Europa

El referéndum por la independencia de Escocia, al margen de su resultado, ha abierto una espita importante en Europa. Sí,[…]

El referéndum por la independencia de Escocia, al margen de su resultado, ha abierto una espita importante en Europa. Sí, incluso aunque la respuesta mayoritaria sea "no". Porque, de acuerdo con los últimos sondeos, ese "no" va a ganar por muy escaso margen. O, dicho de otra manera, el "sí" a la independencia, aunque no llegue a ser mayoritario, va a ser muy importante. Y ese resultado seguirá dando alas a la reivindicación del movimiento por la emancipación de Escocia. Puede ir ganando más fuerza todavía si el Gobierno de Londres no hace las cosas suficientemente bien. Si no se abre un periodo de negociaciones para que todo el mundo se sienta lo suficientemente cómodo. También los que han votado "sí" a la independencia.

Afortunadamente, la gestión de la crisis económica desde Londres ha sido mucho más acertada que la que se impone desde Bruselas y, sobre todo, desde Fráncfort, a los socios del euro, aunque en los últimos meses, Draghi esté modulando un poco el discurso.

El primer ministro británico Gordon Brown, injustamente olvidado, fue quien con mayor clarividencia atinó con el mejor modo para salir de la crisis: nacionalizaciones de bancos, sin contemplaciones. La intervención del Estado es casi un anatema en un país, el Reino Unido, que lleva ya algunas décadas de tradición ultraliberal, incluso bajo mandato del presunto socialdemócrata Tony Blair.

Así es, el sistema financiero británico fue nacionalizado prácticamente en su totalidad. Además, se puso en marcha un fortísimo plan de estímulo fiscal. Y, por último, el Banco de Inglaterra realizó un plan parecido al de la Reserva Federal norteamericana. El éxito de este conglomerado de medidas se mide en cifras de crecimiento muy sólidas y en una drástica reducción del desempleo. Pero, sobre todo, en el pronóstico de todos los analistas, que apuestan porque el Banco de Inglaterra será el primero de entre los de los países desarrollados en subir los tipos de interés. Su gobernador, Mark Carney, ya ha dicho que ve la primera subida del precio del dinero la próxima primavera.

Pero, pese a todo, Escocia quiere la independencia. La identidad puede engordarse con el dinero pero, por sí sola, mueve montañas.

Y decimos que, independientemente del resultado, el referéndum escocés cambiará el mapa de Europa. Si el "sí" pierde por poco, como parece que va a ocurrir, las regiones, las nacionalidades, las naciones descontentas de la Europa continental y, sobre todo las de la Europa del euro, verán que lo suyo tiene más posibilidades de éxito. Por la razón que apuntábamos antes: la zona euro está gestionando muy mal la crisis. Precisemos: muy mal para los intereses de la mayoría, para los que sufren los rigores de la austeridad fiscal.

Las razones económicas pueden exacerbar los sentimientos particularistas en la Europa continental. Y, por eso, no sólo avanza el nacionalismo secesionista, también lo hacen otros movimientos particularistas más peligrosos como la extrema derecha en Francia, con el voto a Marine Le Pen. Y en Suecia, la extrema derecha recogió un 13% de los sufragios en las elecciones del pasado fin de semana. Y sólo ponemos dos ejemplos, los más evidentes.

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Flandes, Córcega, el Véneto, Cataluña, el País Vasco... Cada vez tienen más razones objetivas para decir "adiós" a sus respectivos Estados. Y los propios Estados miembros, Incluso a la zona euro. Aunque esto último son ya palabras mayores. Porque, aunque el Banco Central Europeo no ha hecho tanto como el Banco de Inglaterra o como la Reserva Federal, una exclusión de la Unión Monetaria provocaría un incremento de los costes de financiación que puede llegar a estrangular al país. O eso es, al menos, lo que se dice.

Un continente siempre en movimiento

Estos movimientos independentistas, separatistas, secesionistas, llámense como se quieran, no deberían sorprendernos. Las fronteras de Europa nunca han estado quietas. Europa siempre ha sido un continente formado por micronaciones. Cuando estas micronaciones se vieron sometidas por los grandes Imperios, la guerra fue la constante. De entre los grandes países europeos, sóo Francia tiene una larga tradición centralista. De hecho, fueron los Borbones, franceses, los que impusieron el centralismo en España cuando llegaron en 1700. Antes de esa fecha España era, en la práctica, un Estado descentralizado, federal. Y sólo otros dos países, Italia y Alemania, libraron batallas por su unión. El segundo, por dos veces. Y ni esto es una garantía para su duración en el tiempo, puesto que en Italia los movimientos separatistas del norte ya son muy veteranos.

¿Una apuesta de futuro? Un cambio del mapa de Europa. Y no sólo por la crisis económica, ni por el empujón que una decisión política, la de la celebración del referéndum independentista en Escocia, puede dar a los pueblos de la tierra a volver a soñar con su emancipación. También por el déficit democrático de las instituciones nacionales y supranacionales. Ése es el fallo que se ha cometido en el siglo XX: construir entes por encima de los Estados que no están sometidos al control de los ciudadanos, que la gente estima muy lejanos, que los trabajadores consideran gestionan contra sus intereses. Casi parecen proyectos megalómanos al servicio del ego de sus fundadores. Porque no queremos pensar que el suyo fue un proyecto para servir los intereses espurios del capital.

La Unión Europea fue una buena idea que puesta en práctica tiene numerosos déficits que se han hecho evidentes durante la crisis. Esas carencias son sobre todo democráticas. Sólo hay que ver cómo se reparten los "comisariados", como se convierte, o es, en esencia, un reparto del poder entre las élites. Ante eso parece que la respuesta es una exacerbación del nacionalismo o las batallas por la recuperación de la soberanía.

De esa falta de democracia se están contagiando los Estados miembros. Casos los hemos tenido en abundancia: cambio de la Constitución e incumplimientos de los programas electorales de los dos últimos Gobiernos en España; Ejecutivos no elegidos por los ciudadanos en Italia y en Grecia; maniobras "raras" de los mandatarios de Italia (Matteo Renzi arrebató el poder a Enrico Letta) y, más recientemente, de Francia, en cuyo ejecutivo se ha realizado una verdadera purga para asegurar que se cumple el mandato de la austeridad.

Esperemos que todos estos fenómenos (la multiplicación y la exacerbación de los movimientos separatistas y de extrema derecha) se tomen como toques de atención a las élites. La integración europea sigue siendo un reto. Y el secreto del éxito es que sea realmente inclusiva, por democrática. De lo contrario, poco a poco, lo que iremos viendo será su disgregación.

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