Estabilidad
Como los agoreros proliferan y se multiplican entre nosotros, no estará de más prestar atención a lo que de alentador[…]
Como
los agoreros proliferan y se multiplican entre nosotros, no estará de más
prestar atención a lo que de alentador nos trae el curso de los días. Anticipar
males y desdichas se vende mucho mejor, desde luego, que el discreto apunte de
hechos positivos, pero no por ello hay que desistir. En determinadas ocasiones
se ha dicho con autoridad el optimismo es una obligación moral, y aún más si esa actitud o propensión del
ánimo encuentra respaldo en datos o situaciones perceptibles.
Reparemos,
por ejemplo, en los resultados de las elecciones autonómicas en Galicia y el
País Vasco. Nos son pocas las conclusiones que pueden obtenerse en dirección
contraria al rampante derrotismo en tantos medios. Dos tienen especial relevancia.
Primera: se han mantenido los porcentajes de quienes, sobre el censo total de
votantes, han acudido a las urnas, lo que supone un nivel de participación
comparativamente alto en términos europeos. El "hartazgo" de política, como se
repite sin tregua, por ahora no se traduce afortunadamente en indiferencia o
abandono ante el llamamiento electoral (ahora en Galicia la participación ha
sido superior a la de 1989, 1997 y 2001, y en el País Vasco a la de 1986, 1990
y 1994). En segundo lugar, y fundamental, en ambas consultas los votos se han
inclinado mayoritariamente por refrendar trayectorias de pragmática gestión
pública y realizaciones materiales frente a programas ideologizados más o menos
radicales, apostando en definitiva, tanto en Galicia como en Euskadi, por la
estabilidad, un bien que tantos beneficios nos ha dado durante siete lustros (y
que solo se valora cuando se pierde). Si a ello se suma, en el caso del País
Vasco, la firme decantación del PNV hacia una vía claramente distanciada del
nacionalismo independentista catalán, el balance es todo menos negativo. No
estamos ante una ciudadanía desnortada, ni ante una democracia vaciada por el
alejamiento masivo de quienes han de sostenerla, tentados eventualmente de
situarse extramuros del sistema: la temida polarización se ha revelado más
mediática que real. Tómese nota.
Las
previsiones de crecimiento de la economía española ofrecen otro campo abonado
para los cultivadores del desánimo, encargándose los registros del PIB,
trimestre a trimestre, de poner en solfa vaticinios pesimistas. Un ejemplo
llamativo: si la situación política generada por las dificultades para formar
Gobierno se prolongara seis meses más, se decía a bombo y platillo en febrero
de este año por sesudos analistas, la variación anual del PIB perdería entre
0,4 y 0,7 puntos porcentuales en 2016, generando una subida de la prima de
riesgo de nuestra deuda de 70 puntos básicos y la pérdida de bastante más de
100.000 empleos; y bien, ocho meses después esa cuantificación se ha dado de bruces
con la realidad, conservando la economía española un encomiable pulso, que es sobresaliente
en el marco de toda la UE, y no solo de la eurozona. Conviene ser muy cauto al
aventurar predicciones en economía, y presentarlas sin demasiado ruido para no tener
luego que responder de ellas, por más que la memoria sea corta.
¿Cuándo
nos decidiremos a poner en valor lo (mucho) bueno que tenemos? Un poco más de
autoestima también contribuiría a la estabilidad.