Grecia, España y el error de abandonar la cultura de la pobreza
Algunos nos negamos a denunciar los excesos que han cometido los poderes públicos para no dar más armas al "enemigo"[…]
Algunos nos negamos a denunciar los excesos que han cometido los poderes públicos para no dar más armas al "enemigo" para que siga desmontando el Estado con nuestra aquiescencia. Nos ciegan los prejuicios y, sobre todo, el miedo a perder lo que teníamos. Para defendernos, nos cargamos de argumentos como: "El de España no es un problema de deuda pública, sino de deuda privada. Mirad los datos, es fácil comprobarlos: están en Eurostat, en el Banco de España, hasta 'The Economist' los publica para señalar que quienes han pecado no han sido los políticos sino la clase empresarial". "Ésa sí que es una verdadera clase, no la política", incidimos. También decimos: "España no ha gastado más que sus socios europeos, sino menos". O: "El nuestro no es un problema de gasto, sino de ingresos. Los ricos se van de rositas, no pagan los impuestos que deben. De hecho, en España se pagan menos impuestos que en el liberal Reino Unido post thatcherista". Y lo afirmamos hinchados de razón: lo dicen los datos, sólo hay que darse un paseíto por Eurostat.
Pero en ocasiones nos dan lecciones de primera. Nos tiran por tierra todos los argumentos. Y lo hacen los de nuestro bando. Al principio, nos duele. Al final, le damos la razón y las gracias a esa gente imprescindible violadora de tabúes. A los liberados de prejuicios y de intereses. A los que nos hacen pensar y llegar a la conclusión de que éste es el momento, no de mantener lo viejo, las presuntas conquistas que nos apuntamos en el "haber" hace ya mucho tiempo, sino de remover las estructuras, aunque nos pongamos en peligro a nosotros mismos. Porque lo tenemos en nuestro "debe". Es el momento de ser radical. Nos referimos al "radical" de la tercera acepción que da la RAE.
Petros Márkaris es de estas personas. Hace un par de meses recopiló en un pequeño libro, "La espada de Damocles", unos pocos ensayos que escribió en paralelo a su trilogía de novelas negras que tiene a la Atenas de la crisis como escenario. Nosotros sólo hemos leído "Con el agua al cuello" y nos ha gustado. Márkaris necesitaba "autoexplicarse" la crisis. O desahogarse.
Aprovechando ese puñado de ensayos, vamos a escribir un par de artículos o tres con reflexiones y paralelismo entre Grecia y España.
Los ensayos de Márkaris no son joyas literarias. Pero sí consiguen romper los mitos que hemos construido sobre la crisis griega, al menos los españoles, o en el sur de Europa. Desde aquí vemos la Grecia víctima. Márkaris, que no nació en Grecia, sino en Estambul, y cuyos ancestros tampoco son helenos, sino armenios, nos muestra la Grecia culpable. Y en muchos de sus aspectos, sus críticas a Grecia bien pueden ser un espejo para España.
Márkaris es radical a su manera: explica las raíces de la crisis griega, que no se remontan al gobierno conservador de Kostas Karamanlís, el que mintió sobre la deuda y el déficit del Estado. Se remonta a mucho, mucho más atrás: "Cuando llegué a Atenas a mediados de los años sesenta, vi cómo en casi todos los barrios pobres, de los tejados de las casas sobresalían estructuras de hierro. Aquellas varillas de hierro representaban el sueño del segundo piso. Una familia tenía que ahorrar a lo largo de casi toda la vida para que el hijo o la hija pudieran tener su propia vivienda. Los griegos de hoy en día se construyen casas de verano y residencias rurales, y no se rompen mucho la cabeza pensando en cómo van a devolver el dinero", escribe Márkaris. "Esta mentalidad se ha ido imponiendo lentamente desde comienzos de los años ochenta, es decir, desde el ingreso de Grecia en la Comunidad Económica Europea. Hasta entonces, Grecia era un país pobre que sabía vivir decentemente con su pobreza. Después de su experiencia de años con el ahorro, incluso había desarrollado una 'cultura de la pobreza'". "Los griegos ya no necesitaban la 'cultura de la pobreza', pero tampoco habían desarrollado ninguna 'cultura de la riqueza'. El consumo se convirtió en la fuerza motriz de la sociedad". "Ahora que la pobreza vuelve a amenazarnos, carecemos de los valores necesarios para lidiar con ella, porque los sacrificamos en nombre de la riqueza. Y, por eso, tengo miedo", confiesa.
En los años de la transición democrática griega, entre 1975 y 1980, estaba justificada la esperanza en que se estaba construyendo un futuro mejor, más próspero, "pues, al fin y al cabo, (el pueblo) había luchado por la democracia durante más de cincuenta años", la entrada en la Unión Europea en 1981 marca, a su juicio, el inicio de "los años de las falsas ilusiones" en los que la regla era: "Pertenecemos a la gran familia de Europa, somos ricos, podemos permitirnos tener aquello con lo que hace años sólo podíamos tener". "El país no sólo vivía por encima de sus necesidades, sino que dio la espalda por completo a su pasado". ¿No les suena? ¡España y Grecia coinciden en el cambio de mentalidad y en la cronología!
Sí, nosotros, que nos hemos resistido a decir que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que hemos criticado a quienes lo han repetido como un mantra, añoramos el tiempo en que España era pobre, pero digna. La España en la que la gente no se endeudaba para irse de vacaciones o para comprarse una tele. La España en la que vivir de alquiler no era una deshonra ni tirar el dinero. Nos ha costado. Pero, al final, lo hemos dicho. Y seguimos tranquilos con nuestra conciencia: siempre hemos detestado la mentalidad de nuevo rico o, en términos más pedantes y antiguos, siempre hemos denunciado casos de falsa conciencia.
Aunque, como dice Márkaris, quedan islas: "Si el país aún no está en quiebra se debe a esta minoría, que trabaja desde hace décadas de forma productiva y vive con moderación". Márkaris no habla desde una clase social elevada, anclada en el sistema de partidos y que se aprovecha de ello a manos llenas. Márkaris, antiguo militante izquierdista, no es sospechoso de culpar de la crisis a los de abajo. Porque es que tampoco la tienen. O, al menos, no toda, ni tampoco la principal.
¿Y quién tiene la culpa de verdad? Ésa será la segunda entrega.