Heridas y cicatrices de la crisis
Las autoridades europeas habitualmente vinculan la baja rentabilidad actual de los bancos- vista desde una perspectiva histórica- con la elevada[…]
Las autoridades europeas habitualmente vinculan la baja rentabilidad actual de los bancos- vista desde una perspectiva histórica- con la elevada morosidad. Consideran que los activos dudosos en la cartera de las entidades limitan la capacidad para dar créditos y asumir nuevos riesgos. En su opinión, finalizar el ajuste del balance de los bancos es también imprescindible para avanzar de forma decidida en la unión bancaria.
Estos mensajes son totalmente razonables,pero es obligatorio poner números para valorar la gravedad del problema. Los activos dudosos para el conjunto de los bancos europeos se estiman en más de un billón de euros, una cifra muy significativa. Aunque apenas es un 4,5 por ciento de los activos totales. Es cierto que con importantes diferencias entre países, desde el 47 por ciento de los bancos griegos hasta apenas un 2 por ciento de las entidades alemanas. Sin duda, un problema para la banca, a pesar de no ser la principal de sus preocupaciones.
En esta misma línea, el FMI realizaba una valoración similar en su último informe de estabilidad financiera. La institución achaca los problemas de rentabilidad a medio plazo de los bancos europeos a los retos estructurales del sector: demasiados bancos, demasiado grandes y con demasiadas sucursales. Tampoco se olvidaba en este documento de las entidades con capital público y de las deficiencias de mercado y administrativas, importantes obstáculos para reducir de forma significativa y rápida la morosidad de las carteras.
La morosidad acumulada es una de las heridas de la crisis. Las cicatrices son los límites para asumir riesgo a los que se enfrentan la banca en términos de regulación de capital y resolución. Y todo ello considerando la elevada competencia dentro y hacia el sector, en un escenario de bajo crecimiento económico y tipos de interés casi nulos. La morosidad en cartera no parece ser obstáculo para que los bancos europeos proporcionen financiación. El saldo de crédito crece casi el doble del crecimiento nominal de la economía. Además, si la demanda solvente lo necesita, las entidades están preparadas para un crecimiento mayor, ya que tienen depositado en el BCE un volumen de fondos equivalente al 60 por ciento de la cifra de créditos dudosos. Un volumen de fondos por el que pagan un 0,4 por ciento a la autoridad monetaria.
La cifra consolidada de morosidad en España es similar a la media europea, equivalente al 4,5 por ciento del crédito total. Una tasa que podría ser mucho menor si no fuera por el continuo ajuste de la deuda llevada a cabo por las familias. La cifra de créditos morosos cae a ritmos del 13 por ciento, suponiendo un ajuste de 15,4 millones de euros en el último año. Más de 100 millones de descenso desde el punto máximo alcanzado en 2013, lo que supone un ajuste equivalente al 45,8 por ciento en todo este periodo. Por cierto, con un nivel de cobertura con provisiones equivalente al 45 por ciento del total, o del 90 por ciento si añadimos el valor del colateral.
Pese a todo lo anterior, en los dos últimos años se ha producido una mejora significativa en la rentabilidad de los bancos europeos, no lejos ya del coste estimado de capital. Naturalmente, siempre se opondrá que son factores coyunturales los que están mejorando la cifra de resultados. Quizás olvidamos con ello los importantes ajustes dentro del sector, con una caída del 26 por ciento en el número de entidades. Y con apelaciones a capital y saneamientos de activos. Sin olvidarnos del nuevo crédito, cuando los bancos son imprescindibles a la hora de financiar la economía europea dado el reducido tamaño promedio de las empresas. La competencia y la digitalización son los principales retos a los que se enfrentan nuestros bancos en el futuro. Pero, en términos de rentabilidad, su principal limitación es también la política monetaria expansiva llevada a extremo. Esperemos que sea una herida y no una cicatriz con la que tengamos que convivir a medio y largo plazo.