La diligencia

Ese tren extremeño es una burla hiriente, vejatoria, contra la cohesión de España. Y hasta contra las leyes de la[…]

Ese tren extremeño es una burla hiriente, vejatoria, contra la cohesión de España. Y hasta contra las leyes de la física mecánica, porque apenas hay diferencias entre cuando está parado y cuando anda. El modelo de desarrollo a dos velocidades que quiso impedir la estructura autonómica, ahora tan denostada, aún rige en buena parte de la organización ferroviaria. Existe un AVE rutilante, prototipo tecnológico de nación avanzada, que convive con vetustos trenes del siglo pasado, si no del anterior, en muchos trayectos de media distancia. Una ciudad de un cuarto de millón de habitantes como Granada ha estado tres años sometida por pura incompetencia a una incomunicación sádica. El despliegue de la red puntera, que es un acierto incuestionable, sólo tiene sentido combinado con un sistema racional de escala mediana. El contraste chirriante entre regiones modernas y atrasadas proyecta una idea de desigualdad discriminatoria que genera entre la población preterida una amarga sensación de desconfianza. El esfuerzo de equilibrio territorial que propició el ingreso en la Europa comunitaria se ha descompensado en los últimos años de forma clara. Hay un país hiperconectado, con ferrocarriles rápidos, aeropuertos de última generación y banda ancha, y otro sumido en la soledad y el aislamiento de las viejas sociedades agrarias. La llamada «España vacía» tiene mucho que ver con esa asimetría de equipamiento generada por una política sin previsión estratégica y atenta sólo al relumbrón y la propaganda.

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