La espiral
El viaje de Sánchez a Barcelona ha dejado claro que tras las elecciones andaluzas el precio del alquiler de La[…]
El viaje de Sánchez a Barcelona ha dejado claro que tras las elecciones andaluzas el precio del alquiler de La Moncloa se ha disparado, pero también que su arrendatario está dispuesto a acudir al mercado negro de la política para pagarlo. La imagen de un dirigente se forja por lo general a partir de sus primeros actos y la de este presidente se ha consolidado como la de un yonqui del poder, un hombre enganchado a la droga alucinógena del Falcon, el protagonismo mediático o las fotos protocolarias con jefes de Estado. Si a Rajoy le cayó encima, con mayor o menor justicia, el estereotipo de un gobernante rutinario y apático, su sucesor representa ante la opinión pública el paradigma de un ansia desmesurada por el disfrute del cargo. Su terca negativa a convocar elecciones para legitimar su mandato lo convierte en un funámbulo capaz de cualquier incoherencia que lo ayude a sostenerse en equilibrio precario. Sin el refrendo de las urnas nunca será otra cosa que un jugador de fortuna, un mandatario provisional, un arribista desahogado que tras beneficiarse de una carambola se atrinchera en el despacho.