Los bancos europeos necesitan capital
El tema recurrente del Banco Central Europeo, y de sus miembros en las últimas semanas, viene siendo el de la[…]
El tema recurrente del Banco Central Europeo, y de sus miembros en las últimas semanas, viene siendo el de la necesidad de agilizar la financiación a las pequeñas y medianas empresas europeas. Esta preocupación se ha transmitido también a los foros políticos, y nuestro presidente del Gobierno en la última reunión en Francia también sacó el tema a relucir y habló de la necesidad de alcanzar acuerdos para desbloquear la financiación privada, que en la actualidad se encuentra en el dique seco en países como el nuestro.
Creo que, afortunadamente, los dirigentes europeos comienzan al menos a centrarse en la verdadera raíz del problema, que asola a Europa, y se alejan de las tesis exclusivas de austeridad o de consolidación fiscal porque se dan cuenta, por fin, que por ahí no se soluciona nada.
El Banco Central Europeo ha dejado entrever que están estudiando la manera de agilizar los mercados de titulizaciones de créditos para poder fomentar los créditos de las PYMES. Estos productos, conocidos por sus siglas en inglés ABS, a pesar de la mala fama por ser, en parte, los originadores de la crisis bancaria norteamericana, ya que actuaron como cajón de sastre en donde se empaquetaron gran número de créditos de mala calidad, y las agencias de rating los calificaron por encima de su valor. Serían un instrumento útil, en principio, para que los bancos se animaran a incrementar su actividad crediticia.
Pero si profundizamos en su eficacia en los momentos actuales, nos damos cuenta de que su funcionamiento, que pasaría por el descuento de estos títulos por el BCE para la obtención de liquidez, estaría igualmente limitado. El Banco Central Europeo debería aplicar un criterio de valoración para pignorar los ABS, en donde debería tener en cuenta la posibilidad de fallido de los créditos que contiene y, además, deberían ir garantizados por los Estados o por el Banco Europeo de Inversiones para que el supervisor bancario no incurriera en riesgos excesivos.
Con todas estas precauciones, el riesgo, en forma de valoración, se transmitirían al banco que los descuenta, reduciéndose con ello los incentivos de inversión. Por otro lado, tampoco existiría garantía de que la liquidez obtenida se destinara a financiar las pequeñas y medianas empresas y optaran por destinarlos a la compra de deuda pública, en donde las necesidades de capital y el riesgo se vería sensiblemente reducidos y los márgenes prácticamente similares.
Bajo estas circunstancias, lo que podemos observar es algo que ya sabíamos, y es que el problema no es de liquidez sino de solvencia. En la situación de debilidad económica y de incertidumbre actual, y con los requisitos de capital exigidos, la mayoría de los bancos no se pueden permitir incrementar su nivel de riesgo, so pena de entrar en la zona de peligro si la situación persiste. Lo malo del asunto es que si los bancos no pueden, o por adoptar criterios de prudencia, no se deciden a dar créditos, no existe ninguna posibilidad de ver un repunte en donde ellos mismos vuelvan a ser rentables como lo eran anteriormente.
Por tanto podemos decir que la cuestión a resolver está localizada en la falta de capital bancario básico para poder dar un empujón a la economía en la situación de incertidumbre actual. Difícilmente podrán los bancos europeos obtener más capital mediante emisiones privadas, o ampliaciones, si el inversor no está seguro de que ésta es la última de todas las peticiones. Esto nunca se va a saber hasta que todo se de la vuelta.
La solución pasa por el refuerzo del capital bancario por parte de los Estados, solución mal vista por banqueros y por contribuyentes, pero es la que funcionó, en su momento, en Estados Unidos, que consiguió sacar de una vez del pozo sin fondo en la que estaban metidas las principales entidades financieras norteamericanas. Aquí, en Europa, ahora el problema es menos grave, pero la única posibilidad de que se rompa el bucle negativo en el que se encuentra todavía el circuito de crédito, pasaría por la garantía estatal, bien sea, en los casos necesarios, con préstamos (como ha ocurrido en España con los fondos de MEDE) o donde sea necesario con la participación directa de los Estados durante el tiempo necesario hasta que se reinicie el tan necesario circuito crediticio.