Los cuatro retos que plantea el "estancamiento económico secular"

El Fondo Monetario Internacional ha vuelto a insistir en ello estos días: los países tienen que ajustarse a una nueva[…]

El Fondo Monetario Internacional ha vuelto a insistir en ello estos días: los países tienen que ajustarse a una nueva realidad de menor crecimiento potencial. Aunque debería decir que no sólo los países deben hacerlo, sino también el resto de agentes económicos. "Desde el estallido de la crisis financiera internacional, muchas economías han experimentado una disminución del crecimiento de la calidad productiva, lo cual podría implicar una mejora más lenta de los niveles de vida en el futuro", comenta el más reciente informe de la institución sobre perspectivas de la economía mundial. 

El FMI, pues, se abona a la tesis del "estancamiento secular", de la que ya habló Larry Summers, precisamente, en la conferencia anual que celebró la institución hace un año, y que comienza a darse por sentada por un gran número de teóricos. 

Pese a los grandes esfuerzos realizados por prácticamente todos los bancos centrales del mundo y a los estímulos fiscales puestos en marcha, también, por una gran mayoría de Estados a excepción de los de la Europa continental que han apostado decididamente por la austeridad, este modelo económico parece haber llegado al límite de sus fuerzas. Ya no será capaz de ofrecer prosperidad a los pueblos. 

Es un verdadero shock, si tenemos en cuenta que siempre se ha basado en la filosofía del progreso indefinido, del crecimiento infinito, una idea que se reforzó tras la superación de la anterior gran crisis del capitalismo, la de los años setenta. 

Sí, también entonces, en los setenta a raíz de la crisis del petróleo, se puso en cuestión que la economía pudiera crecer de manera indefinida. La recuperación de los preceptos de la economía clásica, el neoliberalismo, la retirada paulatina de la actividad del Estado como regulador e interventor en la economía y la reducción de límites a la acumulación capitalista dieron un nuevo impulso al PIB, aunque el precio social que se pagó fue muy elevado. La caída del Muro de Berlín en 1989 legitimó todavía más el camino tomado por Occidente de exacerbación de las esencias del capitalismo.

Como entonces fue posible superar todas las adversidades, los forofos del crecimiento económico piensan que tomando las mismas medidas que adoptaron Estados Unidos y el Reino Unido entre finales de los setenta y principios de los ochenta (desregulación, bajadas de impuestos, liberalización, privatizaciones...), el mundo volverá a crecer y a crear empleo. En eso se basa, seguramente, el programa electoral de Ciudadanos, por un lado, y el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, por otro. 

También confían en que, como en el anterior ciclo económico, la innovación y la tecnología proporcionarán un importante "plus" a la productividad. Aunque ésta es una fe mucho más extendida por todo el espectro económico. 

Los más escépticos consideran que ya no hay nada que hacer. Afirman, además, que el estancamiento secular no es un concepto para explicar lo que nos viene en el futuro, sino el contexto en el que vivimos desde hace dos décadas, en las que sólo ha sido posible el crecimiento económico que han proporcionado las burbujas. La primera, la tecnológica; la segunda, la inmobiliaria; la tercera, la actual, la gran burbuja de deuda. 

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Tengan razón unos u otros; creamos la tesis del estancamiento secular, o seamos optimistas por naturaleza, lo cierto es que, a tenor de las previsiones oficiales, el mundo crecerá poco en los próximos años. Y existen numerosos retos que hay que afrontar antes de que, en el mejor de los casos, regrese el poderoso crecimiento del PIB: 

1. Creación de empleo. El estancamiento secular se está cebando especialmente con el empleo, hasta tal punto que, desde hace años, muchos teóricos afirman que, de no cambiar el modelo del mercado de trabajo, hablar de pleno empleo como objetivo de política económica es una estupidez. "No hay trabajo para todos", afirman muchos expertos. Esta situación es especialmente dramática para sociedades como la española, en la que muchos derechos de ciudadanía social están ligados al lugar que se ocupa en el mercado de trabajo.

Los más concienciados con la idea de que este modelo económico no proporcionará nunca más trabajo para todos proponen algunas transformaciones para mejorar esta situación que pasan por el reparto del trabajo, así como por la ampliación de los derechos sociales que incrementarían el número de operarios necesarios para hacerlos efectivos. Los más pesimistas, los que dan todo por perdido, los que creen que la figura tradicional del trabajador con un empleo formal a tiempo completo está en vías de extinción, plantean la renta básica, bien complementaria, bien universal, bien sólo para quienes no logran un puesto de trabajo. 

2. El sostenimiento y reforzamiento del Estado del Bienestar. Ciertas medidas que buscan resolver el problema del empleo en nuestras sociedades agravarían los problemas financieros que arrastra el Estado del Bienestar. 

Los Gobiernos, ante la creciente debilidad del mercado de trabajo, deben reinventarse para garantizar el bienestar de todos los ciudadanos, más allá de su condición de trabajadores. Para ello, hay que desvincular derechos sociales del mercado laboral. Éstos deberían comenzar a estar ligados a la condición de residente en un determinado Estado. Ello, lo sabemos, incrementa los costes de sostenimiento de lo público, está claro. Por ello, los Gobiernos deben diseñar un sistema fiscal mucho más eficiente que el actual. Y, como dice Piketty, hacer pesar la recaudación, no ya sobre los trabajadores, sino sobre los capitales. 

Los impuestos sobre el factor trabajo han llegado ya al límite de sus posibilidades, sobre todo teniendo en cuenta que los empleos de calidad, que los puestos de trabajo a partir de los que es posible recaudar cantidades significativas, cada vez serán más escasos. Mientras que esta situación de estancamiento de la economía da lugar a que los capitales ociosos hinchen patrimonios personales y, también, burbujas. El grueso de la recaudación ha de ir pasando, paulatinamente, de pesar sobre el trabajo a hacerlo sobre los patrimonios y sus rendimientos. Ello, además, resolvería una de las peores enfermedades que nos está dejando la crisis económica: la desigualdad social. 

3. El freno en la génesis de burbujas en los mercados financieros. La ingente liquidez que están inyectando los bancos centrales no está teniendo como destino la inversión productiva. En una economía cuya expansión ha llegado al límite, ya no es necesario producir mucho más. Nos sobran cosas. Ese dinero "sobrante" hinchará burbujas, como la que se lleva alertando mucho tiempo se está formando en la deuda. Como la que se formará en la Bolsa, puesto que los beneficios no justifican los ratios a los que cotizan muchas acciones alrededor del mundo. 

Las autoridades han de controlar los flujos de capitales y desincentivar la génesis de las ineficiencias propias del libre mercado, con el objetivo de que su corrección, que siempre es abrupta, no genere traumas económicos, sociales y políticos como los que estamos sufriendo. ¿Cómo desincentivar la especulación financiera?, ¿con impuestos? 

4. El desendeudamiento. Algunos consideran que es el elevado endeudamiento el que está impidiendo crecer a las economías porque, antes de invertir, los agentes económicos han de ir pagando sus deudas. De acuerdo con esta tesis, la economía no crecerá hasta que no se produzca el desendeudamiento completo. Pero también podemos dar la vuelta al argumento: es posible pensar que, dado que no hay crecimiento económico, no se genera el dinero suficiente para devolver lo que se debe. 

Nos quedemos con uno u otro razonamiento, bien con el de que la deuda es un freno al crecimiento, bien con el de que la falta de crecimiento impide el pago de la deuda, lo que está claro es que es necesario repensar el problema, con vistas a una reestructuración global en todos los agentes económicos, desde los Estados, hasta las familias y las empresas. No estaría mal hablar de una quita global de la deuda.

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