Ninguna tragedia
Queriendo dar a Theresa May y a Pedro Sánchez argumentos para aparecer vencedores, como hicieron, lo que ha conseguido Bruselas[…]
Queriendo dar a Theresa May y a Pedro Sánchez argumentos para aparecer vencedores, como hicieron, lo que ha conseguido Bruselas es que aparezcan vencidos. Suele ocurre con los equívocos: los carga el diablo y terminan creando más problemas que resuelven, como veremos cuando el acuerdo del Brexit y sus anexos entren en vigor. Mientras tanto, seguiremos discutiendo.
De ahí que prefiera ocuparme de rebatir la opinión casi unánime de que la salida del Reino Unido es una «tragedia». Sin duda la pérdida de una potencia nuclear, primera en finanzas y segunda en población e industria es un golpe para la Unión Europea. Pero no hay que olvidar que ni su historia ni su actitud hacia Europa han sido benévolas. Más bien lo contrario: su política exterior se ha centrado en impedir que se uniese, no fuera a disputar su hegemonía en los mares, y en formar coaliciones contra el país más fuerte en cada momento -España, Francia, Alemania-, para derrotarlos. Ni que sólo ingresó en la Comunidad Europea al darse cuenta de que no podía impedir su plena integración, pero más para poner palos en las ruedas, como ocurrió al no adoptar el euro. Lo confirmó el Brexit, surgido ante los pasos definitivos que se estaban dando hacia la unificación fiscal y los acuerdos sobre inmigración. Quiere todo ello decir que, pese a la pérdida de la importante aportación económica de Londres a las arcas comunitarias, no cabe duda de que su salida acelerará la unión continental bajo Francia y Alemania, que es lo importante.
A España le afectará en la balanza de pagos, que nos es favorable, y en el turismo, al perder valor la libra. Pero nos beneficiará en un asunto clave: los ingleses empiezan a darse cuenta de que fuera de la Unión Europea hace mucho frío. Todo lo que les prometían los líderes nacionalistas, que iban a ser más ricos, más libres, más felices, que las inversiones acudirían como las moscas a la miel y podrían controlar la inmigración, ha resultado una falacia. Las empresas se van, la inmigración, al proceder principalmente del Commonwealth, continuará y tendrán que asumir las normas comunitarias si quieren seguir teniendo acceso a su mercado. O sea, han hecho un pan como unas tortas. Algunos de ocho apellidos ingleses lo preferirán con tal de no compartir techo y cocina con «the continent», como llaman despectivamente a Europa. Pero muchos de ellos, especialmente los jóvenes y la clase media, comprobarán que todo era la fantasía de unos cuantos ambiciosillos.
¿Y no son esas promesas las que han hecho los líderes independentistas a los catalanes, la riada de empresas que llegarían, el control de todos sus asuntos, el reconocimiento automático de la Unión Europea, que comerían perdices y vivirían felices? Y, si el Reino Unido, con todo su potencial, va a tener problemas fuera de la UE, ¿cuántos no tendría una República catalana en la cola para entrar en ella, con Bruselas alérgica al separatismo y España, su mayor mercado, con derecho a veto? Éste de verdad.