Una dulce y milenaria tradición

Ya he confesado en más de una ocasión que, pasada la adolescencia y durante algunos años, formé parte de la[…]

Ya he confesado en más de una ocasión que, pasada la adolescencia y durante algunos años, formé parte de la cofradía disgustada con la Navidad. Y existen argumentos, claro. El primero de ellos es que, tras el calendario egipcio, vino el romano, que fue reformado por el juliano, y, tras éste, los estados católicos adoptaron la reforma del Papa Gregorio XIII, porque en el siglo XVI no acatar las órdenes de un Papa estaba muy mal visto. Quiere esto decir que puede que Jesús naciera el 24 de diciembre de hace 2018 años, pero que tampoco resultaría descabellado que hubiese venido a este planeta unas semanas antes o unas semanas después. Luego, estaba el argumentario de la paradoja, es decir, conmemorar la llegada del hijo de Dios, en el seno de una familia tan modesta que su madre tuvo que parir en un establo, con una exhibición de gastos, lujos y regalos que no tienen mucho que ver con el sentido más real y profundo de la efemérides. Y, al fondo, esa soberbia juvenil de creer que el progreso no consiste en avanzar en los misterios de la desintegración del átomo, o en la incómoda y persistente labor de extender la libertad y la justicia con el esfuerzo personal, sino en desacreditar las liturgias tradicionales, como si desterrar los birretes del claustro universitario, no afeitarse o acudir a cualquier acto con atuendo diferente al establecido por la costumbre supusiera un gran avance para la Humanidad. Estos infantilismos persisten y no hay año en el que, procedente de alguna concejalía o consejería autonómica, a cuyo frente está un progre de guardia, no recibas en estas fechas una felicitación por el solsticio de invierno. Naturalmente no te aclaran si se trata de la fiesta romana, de la iraní, de la japonesa o de la del cono sur, donde el solsticio queda más bien en junio, entre el 21 y la noche de San Juan. El encuentro con esta cursilada me produce una mezcla de languidez y de lástima, porque fui cómplice de estas tonterías contemporáneas en años muy jóvenes, pero veo que hay muchas personas camino de los cincuenta que siguen apoyando esta cómoda y ridícula vía para creerse que trabajan por el progreso de la sociedad.

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