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El cisne verde se hace mayor

Entre el 2 y el 4 de junio el Bank for International Settlements reúne a la banca central mundial para ahondar en la idea del 'green swan': la transformación de los 'señores del dinero' en activistas del cambio climático

En el mes de enero de 2020 vio la luz un exhaustivo trabajo del Banco de Pagos Internacionales y del Banco de Francia titulado “El cisne verde: los bancos centrales y la estabilidad financiera en la era del cambio climático” (“The green swan: central banking and financial stability in the age of climate change”, en inglés).

Fue la pandemia la que impidió que este “paper” tuviera la merecida difusión, como primer intento de análisis holístico del impacto del cambio climático en la estabilidad financiera y, por lo tanto, en el mandato de los bancos centrales.

A partir de ahí, sin perjuicio de anteriores iniciativas menos integradoras y más parciales, fue más fácil para estas centenarias y adaptativas instituciones, no sin una enorme dosis de valentía, en todo caso, adentrarse en un terreno tan complejo y todavía, admitámoslo, tan desconocido e incomprendido.

Junto al Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra o la Red para la Ecologización del Sistema Financiero (NGFS por sus siglas en inglés), el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea, presidido por el Gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, encabeza esta vanguardia, y, de hecho ha incluido en su programa de trabajo y entre las prioridades estratégicas para 2021 y 2022, aprobado en abril de 2021, la evaluación, la medición y la mitigación de los riesgos financieros asociados al cambio climático (en esta misma línea apunta, a falta del desarrollo reglamentario, nuestra reciente Ley de Cambio Climático y Transición Energética en sus artículos 32 y 33).

En “El cisne verde” se señala abiertamente, nada menos, que en la comunidad financiera se está produciendo una “ruptura epistemológica”, orientada al desarrollo de enfoques basados en análisis de escenarios a largo plazo.

Probablemente, estemos siendo testigos, en una coyuntura cenital o de fin de ciclo, de un verdadero cambio de paradigma en la economía y en las finanzas, en la forma que magistralmente expuso Thomas S. Kuhn hace varias décadas, en la que lo que fenece se resiste a dar paso a lo que trata de nacer, con la dificultad añadida de que las agujas del reloj avanzan inexorablemente en nuestra contra: la auténtica integración de lo no financiero con lo financiero, la armonización de la actividad empresarial —de la financiera, en especial— con el largo plazo y la de lo público con lo privado, la superación del enfoque centrado en el accionista y en el inversor para dar cancha a la atención de todos los grupos de interés, la consideración real del impacto de la actividad empresarial en la sociedad y del de ésta en aquélla… La “tragedia del horizonte” contiene un elemento cultural pero también otro generacional.

Retomando el hilo de “El cisne verde”, este trabajo también admite que los bancos centrales tendrán que navegar por aguas inexploradas (“uncharted waters”) en la época del cambio climático, y que aquéllos podrían convertirse en “rescatadores climáticos de última instancia” (“climate rescuers of last resort”), adquiriendo activos financieros devaluados para salvar, una vez más, al sistema financiero.

El cisne verde admite que los bancos centrales tendrán que navegar por aguas inexploradas en la época del cambio climático

Curiosamente, este enfoque supondría quizás no la quiebra pero sí una importante excepción a los mecanismos de rescate bancario diseñados tras la crisis financiera de 2008, inspirados en la sustitución de los rescates con dinero público (“bail-out”) por otros con cargo, primordialmente, a los accionistas y acreedores, así como a algunos depositantes no garantizados, de las propias entidades (“bail-in”). La cuestión merecería una mayor reflexión en la que ahora no nos podemos detener.

Todo esto provocará, si no tuviéramos ya bastante con una “primera ruptura epistemológica” como la mencionada anteriormente, una segunda: los bancos centrales tendrán que ser más proactivos en la llamada a un cambio más profundo, coordinado y a largo plazo, sin salirse, por el momento, de los mandatos de estabilidad de precios y financiera.

Para ello, se apela a las “5 C”: contribución para la coordinación del combate contra el cambio climático (“contribute to coordination to combat climate change”).

La estabilidad climática y la financiera se intercomunican una con la otra: es hora de que nos quitemos una venda de los ojos, se viene a concluir.

Sería conveniente, sin embargo, conocer abiertamente cuál es la visión de los legisladores que moldean el mandato de los bancos centrales, más allá de interpretaciones más o menos creativas e ingeniosas del vigente marco normativo, que ante un problema de esta envergadura podrían ser insuficientes o contraproducentes.

Sería conveniente conocer abiertamente cuál es la visión de los legisladores que moldean el mandato de los bancos centrales

En fin, del 2 al 4 de junio de 2021 se desarrollará la conferencia “El cisne verde - Coordinando las finanzas sobre el clima” (“The Green Swan Conference – Coordinating Finance on Climate”), promovida por el Banco de Pagos Internacionales, el Banco de Francia, el Fondo Monetario Internacional y la Red para la Ecologización del Sistema Financiero, con una mirada puesta en el “paper” de 2020 que venimos comentando y otra en la COP26 de Glasgow de fin de este año.

La agenda del acto es amplísima en cuanto a ponentes y contenidos, y comprende a especialistas provenientes de todas las áreas: banca central, reguladores, sector financiero, sociedad civil y academia.

La lectura del título de las diversas sesiones y paneles muestra el atractivo de todas las intervenciones sin excepción. Se trata, por tanto, de un evento de extraordinario nivel que será el origen de la emisión de un abundante caudal de documentos para la consulta y el estudio por parte de todos los agentes implicados.

No obstante, creemos que sería preciso, de un lado, que este encuentro facilitara dentro de lo razonable la concreción de los pasos que debe dar la comunidad financiera, sobre todo las entidades reguladas y supervisadas, y, de otro, que no perdamos de vista que los que entrarán en contacto, en último término, con dichas entidades, además de los Gobiernos y las grandes corporaciones, serán las empresas de menor tamaño y los particulares, a quienes también habría que ganarse para esta causa.

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