Intrahistoria de las negociaciones que salvaron in extremis la COP29
Dos semanas de difíciles negociaciones dejaron a la COP29 al borde del fracaso. Esta realidad lanza serias advertencias sobre el futuro de la diplomacia climática
Las negociaciones sobre miles de millones de dólares en fondos climáticos para los países en desarrollo se habían estancado en la COP29 el sábado. Las amargas recriminaciones de los representantes defraudados alimento una desesperada sesión a puertas cerradas en lo que parecía un impasse fatal. El hecho de que la comida se hubiera acabado casi por completo la noche anterior en el Estadio Olímpico de Bakú convertido en territorio de las Naciones Unidas durante la cumbre anual, solo empeoró el estado de ánimo.
Mientras las conversaciones se estancaban, un grupo de enviados de algunos de los países más vulnerables —incluidos los estados insulares que se consideran las primeras víctimas del aumento del nivel del mar y las temperaturas descontroladas— se retiraron abruptamente.
Aunque llevar las negociaciones sobre el clima al límite no es nada nuevo y las negociaciones suelen prolongarse un día más allá de la fecha límite oficial, la huelga negociadora en Azerbaiyán planteó la posibilidad de un escenario que había ocurrido sólo una vez en tres décadas: el colapso de la principal vía de negociación de la COP. Con una facción de los países más amenazados quejándose de que habían sido sistemáticamente ignorados por los países cuya riqueza se debía a la quema de combustibles fósiles, parecía que las conversaciones financieras estaban a punto de desmoronarse.
El impasse del sábado marcó el punto más bajo de 14 días de conversaciones en Azerbaiyán, y fue un momento que lanzó advertencias sobre el difícil futuro de la cooperación climática global. La elección de Donald Trump apenas una semana antes del inicio de la COP29 prometía eliminar a los Estados Unidos de futuras negociaciones, después de años productivos en los que el país unió fuerzas con el principal emisor, China, para forjar consensos.
El riesgo del paso atrás acechaba a la cumbre, con Arabia Suadí liderando una maniobra de retaguardia para dejar de lado un acuerdo sobre "la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles", que se había ganado con esfuerzo en las conversaciones de la COP28 del año pasado en Dubái.
Sin embargo, en lugar de provocar un colapso total, los frustrados enviados volvieron a la mesa con determinación para lograr un acuerdo final, incluso aunque fuera decepcionante. Al final, se impuso una palpable sensación de ansiedad por los peligros de abandonar la COP29 sin un nuevo compromiso financiero: en las conversaciones del año próximo en Brasil, concluyeron los negociadores, si se producían más obstáculos, probablemente sólo se ofrecería una fracción de la financiación a los países pobres.
La ronda paralela
Un grupo más pequeño de negociadores se encerró en una pequeña sala del segundo piso, lejos de las cámaras, para analizar los puntos esenciales. La táctica funcionó. Dos horas y media después, los enviados llegaron con un marco para un acuerdo. Diplomáticos sonrientes se apiñaron en un ascensor abarrotado mientras un puñado de abogados se quedó atrás para convertir el posible compromiso en un texto oficial.
Los países pobres habían obtenido algunas concesiones clave de sus homólogos ricos, incluida una promesa de, al menos, 300.000 millones de dólares en apoyo anual para combatir el cambio climático. Eso representa el triple de la promesa anual de 100.000 millones de dólares que estaba a punto de expirar, y 50.000 millones de dólares más por año de lo que se había propuesto el día anterior.
Pero eso distaba mucho de lo que querían los países en desarrollo: apenas miles de millones en lugar del billón de dólares anuales que se había solicitado para generar energía libre de emisiones y aumentar la resiliencia al calor, la sequía, los incendios forestales y las tormentas violentas. El mundo necesita reducir rápidamente la contaminación que calienta el planeta para tener alguna esperanza de permanecer cerca del umbral crítico de los 1,5 grados establecido en el Acuerdo de París, y no hay duda de que el dinero convocado en Bakú no será suficiente.
Incluso antes de que se secara la tinta del acuerdo de la COP29, ya había escepticismo sobre lo que se había logrado realmente. El negociador de la India, Chandni Raina, condenó el acuerdo de 300.000 millones de dólares como una “ilusión óptica”. Parte de la objeción se debe a que el acuerdo suma varias sumas para esa cifra principal. En el futuro, se tendrán en cuenta las contribuciones de la India, China y otros países en desarrollo a los prestamistas multilaterales como el Banco Mundial, lo que podría reducir lo que se espera de las naciones ricas. En la Corporación Financiera Internacional, por ejemplo, la India y el Reino Unido son accionistas prácticamente paritarios.
Tampoco está claro qué se considera financiación climática, un problema incluso en el marco del acuerdo previo de proporcionar 100.000 millones de dólares anuales. La mayor parte del dinero se destina a los países en desarrollo en forma de préstamos, en lugar de subvenciones, lo que lo hace poco atractivo o directamente inutilizable para las naciones endeudadas.
Y el nuevo total de 300.000 millones de dólares anuales con un plazo de diez años no está ajustado a la inflación. Eso significa que 100.000 millones de dólares propuestos en virtud del acuerdo anterior en 2020 tendrán el mismo poder adquisitivo que 155.000 millones de dólares en 2035, suponiendo una modesta tasa de inflación anual del 3%. Con el riesgo de que la inflación se dispare, es posible que 300.000 millones de dólares en 2035 ni siquiera dupliquen la cantidad de financiación climática que reciben hoy los países en desarrollo.
El mayor compromiso a pesar de todo
Sin embargo, el plan adoptado formalmente poco antes del amanecer del domingo representa el mayor compromiso financiero jamás producido en las conversaciones sobre el clima de la ONU. Se negoció a la sombra de dos guerras, el aumento del populismo y las presiones inflacionarias que están tensando los presupuestos nacionales. Y es una validación de que el actual sistema de diplomacia climática todavía puede impulsar el progreso a escala global, incluso si se da en forma de pasos vacilantes, en lugar de saltando.
“No creo que haya ningún partido que diga que ha conseguido todo lo que quería, y sin embargo creo que, al final, es un paso adelante importante para todos nosotros”, dijo el responsable de la UE en materia de clima, Wopke Hoekstra. “Fue una oportunidad para mostrar unidad y unirnos en tiempos geopolíticos realmente muy complicados”.
La COP29 ya era una batalla que se libraba desde mucho antes de que los 50.000 participantes llegaran a Bakú. El papel de anfitrión recayó en Azerbaiyán en circunstancias extrañas, después de que Rusia bloqueara las candidaturas de dos países de la Unión Europea debido a las consecuencias de la guerra en Ucrania. Azerbaiyán, que tiene estrechos vínculos con Rusia, consiguió la presidencia de la COP sólo después de aceptar intercambiar prisioneros con su antiguo enemigo, Armenia.
Eso puso el control de la cumbre en manos de un país autocrático que depende de los combustibles fósiles para el 90% de sus exportaciones y que durante décadas estuvo en gran medida ausente de las conversaciones sobre el clima. Las riquezas petroleras de Azerbaiyán proporcionaron un telón de fondo ineludible para las negociaciones. Bombas hidráulicas que se movían con movimientos de cabeza extraían crudo del suelo a sólo unos kilómetros de donde los delegados discutían sobre las medidas que podrían cambiar la dependencia mundial de los combustibles fósiles.
El presidente del país, Ilham Aliyev, utilizó un discurso inaugural para proclamar que el petróleo y el gas son un " regalo de Dios" e insistió en que "no se debe culpar" a los países por tenerlos.
La COP29 siempre iba a ser una cuestión de dinero. El mandato principal era reemplazar un compromiso que estaba a punto de expirar, firmado por primera vez en 2009, que obligaba a las naciones ricas a entregar 100.000 millones de dólares por año en financiación principalmente pública para ayudar a las naciones más pobres. La división de clases que siempre es un elemento de las negociaciones sobre el clima no se había superado antes de que comenzaran las conversaciones el 11 de noviembre.
Para algunas naciones ricas, cualquier cifra superior a 100.000 millones de dólares se consideraría una cesión. Los países en desarrollo, con niveles de deuda y costes crecientes debido a los extremos provocados por el clima, señalaron informes creíbles de expertos respaldados por la ONU que mostraban que serían necesarios billones de dólares.
Se ofrecieron sumas mucho menores. En un momento dado, a principios de la segunda semana de conversaciones, circularon rumores de una propuesta de 200.000 millones de dólares. “¿Es una broma?”, preguntó el negociador boliviano Diego Pacheco en una de las sesiones, provocando aplausos y risas.
Los países ricos que debían pagar más también querían asegurarse de que otras naciones intensificaran sus ambiciones de reducción de emisiones. La UE y los EEUU trataron de reafirmar el compromiso que atrajo los titulares de la cumbre del año pasado en Dubái, que por primera vez produjo un consenso sobre una transición mundial para abandonar los combustibles fósiles. Su objetivo era arraigar la promesa de manera aún más formal en el proceso de la COP, ayudando a evitar retrocesos y a impulsar una promesa en papel para convertirla en una acción en el mundo real.
Pero el esfuerzo de la UE y los EEUU encontró oposición desde el principio, lo que provocó una disputa de horas sobre la agenda de la cumbre que obstaculizó las conversaciones. Arabia Saudí, que ha presentado el acuerdo del año pasado como una lista de opciones para reducir las emisiones, se opuso a cualquier objetivo explícito de los combustibles fósiles en el texto de este año. La ministra de Medio Ambiente de Brasil, Marina Silva, criticó el esfuerzo como una distracción de las conversaciones sobre el dinero de la COP29.
Pero la vía financiera no iba mejor. Los países donantes se mostraron reacios a discutir las posibles cifras en dólares hasta después de acordar el alcance de lo que se cubriría y cuánto vendría en forma de donaciones y otros tipos de financiación de bajo coste. Las cifras reales en dólares se explorarían en consultas privadas entre ministros e incluso se incluirían en un borrador de trabajo informal. Pero cuando la presidencia azerí publicó su primer borrador de un plan financiero a primera hora de la mañana del 21 de noviembre, justo un día antes de la fecha límite de la cumbre, se habían omitido la mayoría de las cifras.
Los delegados frustrados culparon a la presidencia azerí, que carecía de la experiencia negociadora de los anteriores anfitriones de la COP. Según estas personas, podría haber sido adecuado lanzar un borrador sin cifras concretas -y con pocos intentos de consenso- al principio de las conversaciones, pero no sirvió para salvar las enormes brechas entre los países ricos y pobres cuando faltaba poco tiempo para el final oficial de la cumbre.
Las tensiones se hicieron públicas durante una reunión de cinco horas esa tarde. La representante de Arabia Saudí, Albara Tawfiq, dijo que el reino se oponía a los intentos de “trasladar” la responsabilidad de proporcionar financiación climática a países más desarrollados, lo que impidió un intento de la UE y Estados Unidos de ampliar el grupo de contribuyentes.
“Estamos negociando” sin cifras claras sobre la mesa, dijo la negociadora principal de Colombia, Susana Muhamad. El país ofreció un ejemplo vívido de lo que está en juego. Las inundaciones acababan de arrasar Colombia, afectando a 150.000 personas. Pero la financiación asequible para proyectos que mejorarían las defensas contra las inundaciones sigue estando fuera del alcance. ¿Quién va a pagar, quiso saber Muhamad, cuando Colombia ya está muy endeudada y pide préstamos a tasas de interés del 10%? “Las víctimas del cambio climático”, insistió, deberían estar “al frente de la decisión”.
Las conversaciones continuaron en privado mientras se agotaba el tiempo. Un nuevo borrador de propuesta publicado el 22 de noviembre ofreció un primer atisbo de progreso y cifras específicas. Los países ricos se comprometerían a aportar 250.000 millones de dólares al año para 2035, pero la suma provocó una reacción inmediata por ser demasiado insignificante.
Durmiendo en sillones tapizados
Los negociadores trabajaron toda la noche, algunos durmiendo la siesta en sillones tapizados. Unos pocos se fueron a los hoteles para descansar una hora para refrescarse. Azerbaiyán terminó cada vez más marginado a medida que los países se encargaban de redactar el texto y presentarlo como un acuerdo cerrado. Estados Unidos y la UE finalmente acordaron aumentar el compromiso de financiación básica a 300.000 millones de dólares al año, pero se resistieron a cambiar lo que cuenta para esa promesa.
Las naciones pobres y vulnerables se sintieron ignoradas. “No podíamos soportarlo más”, dijo Michai Robertson, negociador de la Alianza de Pequeños Estados Insulares. El club de los países más ricos había puesto más énfasis en foros diplomáticos como el Grupo de los 20 países y la coalición BRICS de las principales economías emergentes. Y ahora, dijo, parecía que la misma dinámica llegaría a dominar las conversaciones sobre el clima de la ONU.
Cuando el sábado por la mañana se iniciaron las conversaciones a puerta cerrada, punto por punto, sobre un posible nuevo plan financiero, ya había un profundo resentimiento entre las pequeñas islas y un grupo de los países menos desarrollados. Esos enviados se marcharon dos horas después del inicio, mientras los activistas marchaban lentamente coreando: “No hay peor acuerdo que un mal acuerdo”.
Pero los países pobres habían escuchado un mensaje diferente en las salas de negociación: si se retiraban ahora, se arriesgaban a un resultado aún peor el año próximo. A veces la amenaza se hacía explícita, dijo un negociador, pero siempre era el subtexto. Los principales peligros provenían de la perspectiva de que la inflación afectara aún más a los presupuestos occidentales y de una delegación estadounidense enviada por Trump posicionada para desempeñar el papel de saboteador (una espera de un año antes de que los países se retiren del Acuerdo de París significa que la salida de Estados Unidos se producirá después de la COP30).
Una determinación sombría se apoderó de todos. “Necesitamos un acuerdo”, dijo Juan Carlos Monterrey Gómez, representante especial de Panamá para el cambio climático. “Si no logramos un acuerdo, creo que será una herida fatal para este proceso, para el planeta y para la gente”.
Los diplomáticos, cansados, volvieron a reunirse en la oficina del piso superior de la presidencia. Los representantes de los países desarrollados, entre ellos la UE, Estados Unidos y el Reino Unido, adoptaron un tono conciliador. “Parecían arrepentidos por no haber escuchado realmente nuestras prioridades de alto nivel”, dijo Robertson, negociador del grupo de islas.
Los países en desarrollo presionaron para que se les entregara menos dinero a través de la “contabilidad creativa”, un término general que se refiere a los préstamos otorgados a través de bancos multilaterales de desarrollo como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Buscaban que se les entregara más dinero a través de los vehículos multilaterales existentes, como el Fondo Verde para el Clima, que ofrecen transparencia, un enfoque en la adaptación y, para algunos, un nivel mínimo de apoyo. “Intentamos dirigir el debate en esa dirección”, dijo Robertson. “Parecía que los países desarrollados no tenían fe en… nuestras instituciones que se supone que debemos construir para proporcionar financiamiento climático”.
Los países ricos acordaron fijar el total básico en 300.000 millones de dólares y convertir esa suma en cifra de apoyo, afirmando que era “al menos” lo que se debería entregar cada año hasta 2035. Se negaron a ceder en los cambios en los tipos de financiación que se contabilizarían para el total. Pero al final, la facción rica cedió a una prioridad máxima de los países en desarrollo al aceptar un “aumento significativo” de los recursos canalizados a través de los fondos climáticos existentes . El acuerdo final establece que las salidas financieras a esos programas deberían, al menos, triplicarse para fines de la década.
El tango que bailan 195 personas
Las naciones ricas también acordaron en el texto final una “revisión” del compromiso financiero en 2030, una medida que según Monterrey Gómez de Panamá abrió la puerta a “intensificarlo” antes de 2035. En otro cambio destinado a cortejar a las naciones africanas, los países donantes acordaron un lenguaje que establece una nueva hoja de ruta “de Bakú a Belém” para mejorar la cooperación internacional en la ampliación de la financiación climática a 1,3 billones de dólares. La iniciativa explorará opciones para establecer “niveles mínimos de asignación” para los países en desarrollo.
Incluso con un plan de acuerdo en la mano el sábado por la noche, Hoekstra no respiraba tranquilo. Las objeciones de cualquier país pueden hacer estallar un acuerdo, ya que los pactos de la COP deben lograrse por consenso. "Estas cuestiones siempre tienen que ver con el contenido, el proceso y, en muchos sentidos, también con la empatía", dijo el responsable climático de la UE a los periodistas. Al final, dijo, "se necesitarán 195 para bailar el tango".
Al final resultó que hubo un reticente. Cuando los negociadores se reunieron en la sesión plenaria principal para sopesar el acuerdo final, la India intentó objetar formalmente el tamaño y la estructura del plan financiero. Los negociadores del país levantaron la mano -y finalmente fueron ignorados- mientras la presidencia de la COP daba su veredicto sobre el acuerdo. Se sabe que los presidentes de la COP que luchan por alcanzar un consenso a veces miran para otro lado cuando se plantean objeciones.
Los delegados que salían de la sesión final pintaron un panorama sombrío del resultado. Pocos negociadores se consideraron satisfechos y muchos más dijeron que les quedó un sabor amargo en la boca.
Los países ricos fracasaron en su intento de lograr una verdadera ampliación del grupo de donantes para que China, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos pudieran compartir la carga de apoyar a las naciones en desarrollo. Al final, simplemente se alentará a estos países a realizar contribuciones voluntarias. La UE y los EEUU también fracasaron en su intento de lograr un respaldo total al compromiso del año pasado de hacer la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles, y en cambio se conformaron con una reafirmación más genérica.
La India es un ejemplo de la sensación generalizada de que las necesidades de los pobres han sido pisoteadas una vez más por el mundo rico. “Estamos muy, muy decepcionados. Esto ha sido una maniobra orquestada”, dijo Raina, negociador de la nación más poblada del mundo. El hecho de aprobar el acuerdo financiero sin escuchar la oposición de la India es “indicativo de falta de confianza, de falta de colaboración”.
En medio de las tensiones en la sesión plenaria final, los funcionarios chinos intentaron calmar a las enojadas delegaciones de la India, Arabia Saudí, África y el pequeño grupo de islas, según personas cercanas a la delegación china que pidieron no ser identificadas porque no estaban autorizadas a hablar públicamente. Los funcionarios estadounidenses estuvieron en algunas de las mismas reuniones el domingo, pero podrían no estarlo después de la retirada prometida por Trump. Zhao Yingmin, viceministro de ecología y medio ambiente de China, mantuvo una serie de conversaciones individuales con los delegados en las últimas horas para advertir que las cosas serían peores sin el acuerdo financiero de la COP29, según una de las fuentes.
Para Robertson, el negociador de las islas, el resultado implica que la diplomacia internacional sigue viva. Puede que sea imperfecta, pero para los países que están fuera de los centros de poder del mundo es quizá lo mejor que tienen. “Al final del día”, dijo, “el temor para nosotros siempre es: si colapsa la COP, ¿adónde iremos?”.
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