El gran problema económico de España

El gran problema económico de España pasa por una clase política que crea desafección ciudadana en un marco de caos social, violencia, crisis sanitaria y mala imagen exterior del país

El gran problema económico de España pasa por una clase política que crea desafección ciudadana en un marco de caos social, violencia, crisis sanitaria y mala imagen exterior del país

El gran problema económico de España pasa por una clase política que crea desafección ciudadana en un marco de caos social, violencia, crisis sanitaria y mala imagen exterior del país

O el primero, si se prefiere: la política. En vez de solución, problema. Y tan gordo como para impedir el abordaje y la superación de otros que son perentorios: temporada turística, pensiones, mercado laboral, investigación y educación... Así estamos.

Un ambiente tóxico, alimentado solo por maniobras tácticas. La atmósfera idónea para quienes se crecen en la disputa endogámica del poder, para quienes se ocupan única y descarnadamente de aquello que puede favorecer sus particulares objetivos, coincidan o no estos con los intereses generales.

Un espacio público en el que las conductas reprobables ya no desentonan, ayuno de ejemplaridad, donde incluso se puede airear sin sanción social el propósito de contravenir la norma establecida… incluso aunque esta tenga rango constitucional.

Caos político, pero también social

Así estamos, y sin visos de mejora. ¿Exageración? No. Repásese el día a día más cercano. Actos vandálicos en las calles de ciudades catalanas tolerados cuando no aplaudidos desde despachos oficiales.

Una nueva composición del Parlament que acoge a no pocos diputados bajo la lupa judicial y cuya presidenta está imputada por corrupción.

Mociones de censura aquí y allí, obra de tramoyistas encubiertos. Personajes secundarios que intercambian sus respectivos papeles.

Entradas y salidas aparatosas del escenario, que lo importante son los golpes de efecto, no perder protagonismo. El tejemaneje y la intriga como prácticas habituales.

Y todo, mientras la emergencia sanitaria dista de estar controlada y a la crisis económica aún le queda recorrido. De ahí que no se exagere al ver en esa política depreciada el primer problema de la economía española y, acaso también, de las actuaciones en el ámbito de la salud. 

Déficit de gestión 

Porque el clima no ayuda al trabajo de gestión, y éste es el que antes y más reclama un tejido productivo brutalmente dañado y lo que necesitaría un plan nacional eficiente de vacunación, sin ir más lejos.

La recuperación sanitaria y la recuperación económica no se consiguen con eslóganes; exigen dedicación y capacidad gestora, justo lo que queda orillado por el ruido, la gresca y los golpes de efecto que se han adueñado del espacio público.

Y cuando no puede dedicarse tiempo, el recurso para salir del paso es la improvisación: un ejemplo muy próximo, los 11.000 millones de euros para ayudar a autónomos y empresas más afectados por la pandemia.

Desafección ciudadana

No parece este país para políticos comprometidos con la gestión. Consecuencia interna mala para todos: la desafección ciudadana, el descrédito de la democracia representativa por causa del comportamiento de quienes tendrían que ser sus máximos valedores.

Las encuestas no dejan de reflejarlo: inquietud ante una democracia que se está debilitando, desapego de enredos ajenos a las dificultades reales que deben afrontarse, rechazo de modos y maneras indeseables.

Y hacia fuera las cosas tampoco pintan bien. La política exterior siempre acaba reflejando la interior, y requiere meditada estrategia, tenacidad, acciones cuidadosamente planeadas. Tampoco hay tiempo para ello.

Temor diplomático

La vida discurre en el patio de vecindad. ¿Cómo, si no, explicar el «bloqueo de las embajadas» ante el que la Asociación de Diplomáticos Españoles ha mostrado su preocupación? Largos meses sin representa España en Londres o en la India, y son solo ejemplos.

¿Alguien se acuerda de la Estrategia de Acción Exterior para el cuatrienio 2021-2024 enviada al Parlamento en su día por la ministra de Asuntos Exteriores del Gobierno español?

No debe ser fácil, desde luego, proyectarse fuera cuando desde dentro —desde dentro del propio Gobierno de la nación— se denigra el marco institucional o se hacen pronunciamientos opuestos sobre cuestiones con trascendencia internacional (última muestra: el levantamiento de la impunidad de Puigdemont en el Parlamento europeo).

Mala época también para la reputación exterior del país, poniendo en peligro lo ganado con esfuerzo durante muchos años: mayor interlocución internacional acompañada con un no poco asombroso proceso de extraversión empresarial fuera de nuestras fronteras. 

Pérdida de imagen exterior 

No puede haber política exterior de calidad sin una buena política interior, repitámoslo: son las dos caras de la misma moneda.

Ambas son imprescindibles para conseguir confianza ajena a la vez que autoestima. La merma de esta —y hay motivos para ello— se traducirá más pronto que tarde en pérdida de imagen exterior, de prestigio en la esfera internacional.

Y menguante es la posición española ahí. Conviene estar atentos a los toques de atención que comienzan a multiplicarse detectando entre nosotros tensiones disuasorias para la actividad inversora, componentes específicos de inestabilidad e inseguridad jurídica (¡cuando la expropiación de viviendas por el Gobierno balear se pregona ya como modelo a seguir!).

Dos señales de alarma diferentes pero muy significativas acaban de sonar: George Soros, el influyente dueño de uno de los mayores fondos de inversión del mundo, advirtiendo de la «demasiada» incertidumbre de la situación política española, y las primeras relevantes bajas presenciales —Ericsson, Nokia, Sony— en el Mobile World Congress previsto para el final de junio en Barcelona. Así estamos. Como con ocasión de las primeras reacciones al embate de la pandemia se dijo: ¿Qué separa la calamidad de la catástrofe? La política. 

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