El verano relevante
El contexto que moverá las inversiones los próximos meses lo construirá la pugna entre el bloque demoliberal y Rusia; China; y, en España, ERC
La crisis financieradesatada en julio de 2008 terminó de enterrar la convención, mantenida contra toda evidencia, de que en verano nunca pasa nada relevante. La historia de las últimas décadas es una sucesión de crisis, mucha de ellas interrelacionadas, en la que el sobresalto y el cambio repentino obliga a revisar las previsiones y a gestionar la realidad con un plan de contingencia en el bolsillo. La volatilidad –ese concepto que la geopolítica y los mercados han tomado prestado de la química– y la incertidumbre planean sobre la suerte de las naciones sin relación alguna con la climatología ni con las ganas de vacaciones que se tengan.
Nadie cabal se atrevería hoy a pronosticar con certeza los derroteros por los que discurrirán las agendas en los próximos meses.
A lo sumo, se puede formular una hipótesis informada, un «educated guess», sobre las circunstancias que los condicionarán. Eso, por supuesto, no excluye el impacto de lo imprevisible.
Pese a todo, se pueden apuntar tres ámbitos en los que es razonable esperar que nuevos acontecimientos, o la evolución de los que ya dominan la actualidad, determinen el contexto en los que se moverá la política, la economía y las inversiones: la pugna entre el bloque demoliberal atlántico –los Estados Unidos y la Unión Europea– frente a Rusia; las decisiones que tome China para compatibilizar el pleno funcionamiento de su economía con el control del coronavirus, y en España, el estado en que vaya a quedar el mapa político cuando se asiente la polvareda en Andalucía tras las elecciones del 19 de junio.
Ucrania seguirá en el centro
Entre todos los asuntos urgentes, la crisis de Ucrania es la que mayor número de interrogantes presenta. El primero es el de su duración. La que parecía que iba a ser una guerra breve lleva camino de convertirse en un impasse en el que cada parte espera que el agotamiento de la contraria le obligue a aceptar sus condiciones para detener los combates.
Esa situación, sin embargo, está lejos de producirse a medida que los aliados de la OTAN incrementan la cantidad y calidad del armamento (carros de combate, misiles avanzados) que permite a los ucranianos resistir el embate ruso.
Mientras duren las hostilidades, los riesgos para la economía de los países y para el bienestar de las personas seguirán gravitando en torno al precio de la energía y a las exportaciones de grano. El primer factor, que condiciona la capacidad financiera de Rusia para mantener su agresión, seguirá confrontando la voluntad occidental de aceptar sacrificios (inflación, inseguridad energética) con la resistencia de Moscú.
China no podrá seguir eludiendo indefinidamente el papel que pueda jugar sobre Ucrania
El segundo, se suma al efecto inflacionista de la energía y la deriva del impacto del cambio climático sobre las cosechas de África Oriental y del subcontinente indio. Estamos ante una crisis alimentaria en ciernes (leer Inversión #1.278) que, además de las implicaciones humanas de una hambruna, complicará aún más la economía mundial.
La cronificación del conflicto de Ucrania seguirá sometiendo a prueba la capacidad occidental de actuar en concierto, como demuestran las pegas de Turquía para aceptar el histórico ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN. Tras el verano, se harán todavía más manifiestas las diferencias de voluntad entre los países más dependientes del gas ruso, como Alemania, y los que menos, como España.
Cada ronda de sanciones de la Unión Europea contra Moscú evidencia que se está cerca de alcanzar el límite, cuando asome el invierno, de la unidad de acción entre los socios comunitarios.
La dependencia de China
La economía mundial también seguirá pendiente durante los próximos meses de la normalización de las cadenas de suministro con origen en China para industrias tan críticas como la automovilística o la electrónica.
La efectividad con la que China actuó durante las primeras fases de la pandemia contrasta con los problemas actuales (fundamentalmente una vacunación deficiente) para que se convierta en una endemia. Los esfuerzos de Europa y los Estados Unidos para limitar su dependencia de China –en materia de semiconductores, por ejemplo–tardarán años en hacerse efectivos.
Otro interrogante que surge de Beijing es su actitud frente al conflicto de Ucrania. El líder chino, Xi Jinping, tiene en su mano forzar a Vladimir Putin a aceptar una resolución que detenga las hostilidades o, por el contrario, mantener con vida la economía rusa mediante importaciones masivas de hidrocarburos.
China ha lucido un perfil bajo en los últimos meses, pero no podrá seguir eludiendo indefinidamente el papel que pueda jugar.
España, hacia el final de la legislatura
Las implicaciones de todo lo anterior afectarán de lleno a España, tanto en su economía como en la evolución de su política una vez entrados en la curva descendente de la legislatura. En realidad, la economía será en gran medida el argumento político de los próximos meses.
El Gobierno desea que el impacto acumulado de las medidas tomadas en los dos últimos años (ERTE, fondos europeos, salario mínimo, reforma laboral...) acaben convenciendo al electorado. Su problema, sin embargo, es que el argumento no termina de calar. Esa es la baza que seguirá jugando el Partido Popular que, desde la llegada de Alberto Núñez Feijoo a la calle Génova, abunda en el discurso de que solo ellos pueden enderezar los desaguisados que atribuyen al Gobierno. Y ahora, además, hacerlo sin gritar.
Las elecciones andaluzas marcarán en buena medida el futuro de la legislatura. Un resultado que permita al PP gobernar en solitario en la mayor comunidad autónoma tiene la capacidad de acelerar la carrera de Feijoo hacia la Moncloa, particularmente si se produce, simultáneamente, un hundimiento del PSOE en lo que fue su feudo andaluz. La mayor, para Feijoo, es evitar que Vox continue siendo imprescindible para gobernar. Tanto en Sevilla como en Madrid.
La actitud de los socios
Sin embargo, el factor que más condicionará el futuro de Pedro Sánchez seguirá siendo la actitud de sus socios: los que forman parte del gobierno de coalición y los que se sumaron desde fuera a su investidura.
Tras las elecciones andaluzas aflorarán, de nuevo, las fricciones entre las dos partes del Consejo de Ministros.
Cada nuevo enfrentamiento entre Unidas Podemos y PSOE abundará en la tesis de que la fatiga de materiales del Ejecutivo se acerca a un nivel crítico.
Sin embargo, la mayor amenaza para la continuidad de la legislatura no provendrá de los socios menores de la coalición, sino de los independentistas catalanes.
La elección de Laura Borràs al frente de Junts per Catalunya augura un aumento de la gestualidad rupturista del partido de Carles Puigdemont. La primera promesa de Borràs tras el congreso que la designó fue «estorbar al Gobierno».
El efecto más dañino, descontado lo anterior, para Sánchez no será tanto la capacidad de Junts para «molestar» como la que tiene de forzar a Esquerra Republicana a que abandone la colaboración parlamentaria con el Ejecutivo.
ERC tiene una particularidad genética que lleva al partido a hacer en momentos decisivos lo contrario de lo que debiera.
La imprevisibilidad, esa característica de los tiempos, forma parte del ADN político del partido imprescindible para que Sánchez siga en la Moncloa.
Las cita que anhela Sánchez
Buena parte de la estrategia socialista para llegar con fuerzas a las próximas elecciones generales gira en torno a la exposición internacional de Sánchez en las dos citas internacionales más relevantes que protagonizará España en lo que resta de legislatura: la cumbre de la OTAN en Madrid, a finales de este mes, y la presidencia de la Unión Europea en el segundo semestre de 2023.
Ambas iban a ser, además de su contenido específico, una ocasión para que el presidente del Gobierno luzca su faceta más cosmopolita y proclame que España ha vuelto a la primera línea de la gobernanza europea.
Ese protagonismo quedará diluido en la agenda atlántica de Madrid, que presumiblemente se centrará en la crisis de Ucrania sin mucho espacio para otras consideraciones. En cualquier caso, la Moncloa espera que la cumbre sea, por fin, el escenario de la imagen que más se anhela: la de una larga reunión con Joe Biden, con mesa o sofá por medio, en lugar de los brevísimos encuentros en los pasillos de Bruselas y Roma con los que se ha tenido que conformar hasta ahora.
Por su lado, lo que determinará el éxito de Sánchez en relación con la presidencia rotatoria española de la UE, entre julio y diciembre de 2023, será el hecho de que siga en la presidencia del Gobierno cuando se inaugure el periodo. Y aunque lo logre, las fotos no mitigarán las dificultades socialistas para conquistar otro mandato.
La experiencia de los últimos años ha demostrado sobradamente la vigencia del viejo adagio militar: ningún plan sobrevive al contacto con la realidad.