Una «rentrée» política con guion sorpresa

SIN SUSCRIPCIÓN ● Los pronósticos políticos incrementan cada año su margen de error. Pero, en los últimos tiempos, se ha ensanchado hasta invalidar las estrategias de los partidos

Pedro Sánchez

El curso político se reanudará en septiembre en el mismo punto, y con la misma agenda, que termina el actual. La preocupación central de los partidos será reforzar sus opciones ante las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023, preludio de las generales que, si se cumple el calendario de la legislatura, seguirán unos meses después.

La política entrará en un modo pre-electoral largo y marcado por el espectro de la inflación, por la crisis energética y por la influencia de nuevos acontecimientos internacionales que complicarán los planes de sus protagonistas.

Los elementos en juego se pueden ubicar con la ayuda del recurso del que se valen habitualmente los consultores políticos cuando necesitan representar gráficamente la posición de sus clientes frente a sus rivales: una matriz 2 x 2.

En el eje vertical se sitúa a los partidos y a sus líderes; en el horizontal, se colocan los asuntos que más preocupan al electorado, lo que los anglosajones llaman los «issues». El consenso de las encuestas recientes –incluso, por primera vez, hasta la del CIS de Tezanos– es que la irrupción de Alberto Núñez Feijóo en el escenario nacional ha colocado al Partido Popular en la posición más ventajosa.

Los partidos y los «issues»

Eso es así si los temas dominantes el día que se vaya a votar son los que desgastan al Gobierno, la irritación que genera su presidente en estratos crecientes de la población, la preocupación por la economía y el rechazo a las formaciones situadas a la izquierda del Partido Socialista y a los independentistas vascos y catalanes.

Pero si se ponen otros asuntos en el eje de abscisas –la solidaridad europea frente a la crisis que se avecina, la seguridad en un entorno bélico que no tiene visos de mejorar, el temor al auge de la ultraderecha en Europa y los Estados Unidos o el impacto de la desigualdad en segmentos cada vez más amplios de la población– las preferencias de la ciudadanía pueden cambiar.

Mientras Juan Manuel Moreno Bonilla se permite el lujo de tomar posesión de su cargo en plena calle sin temor a que le abucheen, el presidente del Gobierno está frustrado por el escaso reconocimiento a su gestión: los ERE durante la pandemia, los fondos europeos, el ingreso mínimo vital, la subida del salario mínimo y de las pensiones, las medidas para mitigar la crisis energética...

De ahí que quiera sustituir los «issues» que inquietan al electorado por otros alineados con la actividad del Ejecutivo. Los cambios que acaba de introducir en la dirección del PSOE –y los que pueda efectuar en el Gobierno– responden a esa necesidad.

El instrumento creado para impulsar la estrategia gubernamental es el nuevo núcleo duro creado en la Moncloa -compuesto por cinco ministros y cuatro cargos del partido-, que rodeará al presidente.

La elevación de personalidades de mayor calibre político y personal (María Jesús Montero, Patxi López, un Miquel Iceta infrautilizado desde que Sánchez se lo llevó a Madrid, Óscar López...) y el volantazo a la izquierda (impuestos a la banca y a las energéticas, bonos de transporte, cheque cultural), se orientan a recuperar la moral socialista tras la conmoción de Andalucía y resaltar su identidad progresista. La premisa de Sánchez es que el Gobierno no se ha sabido explicar, que ha fallado la comunicación. La pregunta es si aumentar la pedagogía logrará revertir la curva descendente.

Tradicionalmente, hacer política desde el poder es más fácil que hacerla desde la oposición. El Boletín Oficial del Estado es un arma poderosa para cualquier Ejecutivo. Pero su efectividad para el actual está mermada por los compromisos a los que obliga la coalición con Unidas Podemos (UP) y los complicados equilibrios que exige la abigarrada mayoría parlamentaria necesaria para que el Congreso apruebe las leyes que alimentan el BOE.

Izquierda dividida

La agenda legislativa pendiente incidirá sobre las iniciativas progresistas con que Sánchez pretende robar el viento de las velas de sus socios de coalición. Pero su reto principal –trasladar esas intenciones a los presupuestos generales de Estado– promete nuevos episodios de enfrentamiento en el seno del Gobierno. Y es que la prioridad actual de UP es mantener el control sobre el espacio situado a la izquierda del PSOE frente a las pretensiones de Yolanda Díaz. La manera de hacerlo es insistir en que ellos, y sólo ellos, son los que garantizan que Sánchez se mantenga en el carril izquierdo hasta el final de la legislatura.

Las criticas abiertas de Pablo Iglesias a la sucesora que él mismo nombró y las defenestraciones de cargos en la órbita de Díaz (por ejemplo, la de Enrique Santiago en la Secretaría de Estado para la Agenda 2030) apuntan a que Ione Belarra y Pablo Echenique se aplicarán en poner tantos palos en las ruedas de Sumar como las que ponga en las del PSOE. De momento, Díaz ya ha adelantado que su plataforma no estará en condiciones de competir en las elecciones municipales. El «yolandismo» puede morir antes de nacer como consecuencia de la vena «pablista» de Podemos.

Todo lo anterior dará múltiples oportunidades al PP para presentarse como el antídoto a los males que atribuye al sanchismo e, incluso, robarle votos al PSOE «de siempre». Sin embargo, tendrá que hacerlo con un argumentario más tangible y menos emocional que el que ha articulado hasta ahora. Vox ha acusado en las encuestas su pinchazo en Andalucía. Pese a ello, promete aumentar el ruido para acabar con toda la «porquería legislativa» que atribuye al Gobierno.

Por tanto, Feijóo afrontará un reto doble: demostrar que tiene la capacidad de gobernar –como ha conseguido Juan Manuel Moreno– sin el enorme quebradero de cabeza que supondría sentar a Santiago Abascal en el Consejo de Ministros.

Si se repasan los análisis que por estas fechas publican los medios de comunicación, se comprobará que el porcentaje de acierto en los pronósticos disminuye año a año. La política siempre ha dejado espacio a la sorpresa y a los giros de guion. Pero, en los últimos tiempos, ese margen se ha ensanchado hasta el punto de invalidar con frecuencia las estrategias de los partidos. La única certeza razonable es que la «rentrée» será agitada.  

El factor italiano

Hay quien dice que la política española se parece cada día más a la italiana. Hasta ahora, tal afirmación ha sido harto cuestionable. Lo que no lo es tanto es la posibilidad de que lo que ocurra en Italia en los próximos meses tenga un impacto notable en España y en el conjunto de la Unión Europea.

La dimisión de Mario Draghi pone fin a 18 meses en los que la política italiana dejó de ser una ópera bufa para convertirse en ejemplo de concertación ante las dificultades impuestas por la pandemia. Pero, como el escorpión que pica al elefante una vez que éste le ayuda a cruzar el torrente («porque es mi naturaleza»), Italia vuele a las andadas por obra y gracia de los sospechosos habituales: Silvio Berlusconi, Matteo Salvini y ese constructo mutante llamado Movimiento 5 Estrellas.

Fracasado el intento final de recomponer la unidad durante unos meses más, la dimisión de Draghi representa el final de un gobierno de unidad nacional de facto y aboca a recuperar el caos político. Lo curioso es que el principal beneficiario de los acontecimientos es precisamente el partido que eligió mantenerse al margen de este último –y fracasado–experimento en materia de gobernanza.

Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) encabeza las encuestas de voto para las elecciones convocadas el 25 de septiembre. Su presidenta, Giorgia Meloni se inició en la política hace tres décadas en el Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por los seguidores de Benito Mussolini. Ha sido diputada nacional desde 2006, vicepresidenta de la Cámara de Diputados y ministra con Berlusconi. Pese a dejar el MSI y romper con «il Cavaliere» en 2012, el lema –y la ideología– de Fratelli d’Italia se parece mucho al del fascismo: «patria, familia y religión».

Meloni adquirió notoriedad en España durante la campaña de Vox en Andalucía. Su inflamada retórica –«sí a nuestra civilización y no a quienes quieren destruirla»; «sí a la universalidad de la cruz y no a la violencia islamista»; «sí a las fronteras seguras, no a la inmigración ilegal»– hizo las delicias de la audiencia en Marbella, aunque no pareció servir de mucho a su imitadora local, Macarena Olona. Y hasta le causó problema en casa. Meloni ha reconocido que su entusiasmo fue excesivo.

La posibilidad de que Meloni acceda a la presidencia del Consejo al frente de una coalición de la ultraderecha sí puede beneficiar a sus correligionarios españoles. Para Feijoo, el ascenso de los Fratelli en Italia advierte sobre el peligro de que el populismo más identitario acabe por fagocitar a la derecha tradicional. La emoción y la nostalgia sobre la solvencia para gobernar.

Si cabe, Meloni crea más alarma en las cancillerías de Francia, España y Alemania y en la Comisión Europea. Un giro hacia la extrema derecha en el próximo Gobierno italiano le alinearía con los de Hungría y Polonia y supondría un nuevo impulso para Marine le Pen en Francia.

La amenaza que tal eventualidad supone para la cohesión mantenida hasta ahora, y a duras penas, en el Consejo Europeo ante la sucesión de crisis desatadas desde el referéndum del Brexit en 2015 ha dejado de ser una posibilidad remota para emerger como un peligro inminente cuyas dimensiones solo se conocerán cuando voten los italianos el mes que viene.

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