Telefónica ha sido un valor que ha dado tantas alegrías a los inversores que no es difícil encontrar quienes mantienen la esperanza de que algún día recupere el brillo perdido. Ese momento parece que tardará en llegar, por lo que cada vez se hace más duro ver a un valor que llegó a moverse alrededor de los 30 euros por acción (en marzo de 2000, cuatro meses antes de que César Alierta fuera nombrado presidente) penar en los últimos meses entre los 3 y 4 euros.
Especialmente compleja es la situación de su actual CEO, Álvarez-Pallete, que cogió los mandos de la operadora en abril de 2016 cuando sus títulos cotizaban a 9,31 euros. Desde entonces no han parado de desangrarse, un desplome permanente, que le ha llevado a perder más de la mitad del valor que tenían. Es paradójico que uno de los CEO mejor valorados haya sido abandonado por el mercado. Ninguna de sus iniciativas ha tenido recompensa bursátil. La acción no se ha creído los planes de transformación y diversificación de la compañía. Es cierto que ha hecho un gran esfuerzo por reducir la deuda, vendiendo todo tipo de activos, pero los inversores siguen premiando el crecimiento y castigando unas planas expectativas de negocio.