Georgia es la nueva incertidumbre para los inversores del IBEX
El Partido Demócrata solo podrá desarrollar un programa de gobierno ambicioso si obtiene la mayoría en el Senado
La diferencia entre presidir y gobernar es más que una cuestión semántica en los Estados Unidos. Y las IBEX que esperan con ansias el cambio de presidencia no las tienen aún todas consigo. Joe Biden ganó convincentemente el derecho a lo primero en las elecciones de hace cinco semanas.
Pero para ejecutar su programa económico (del que dependen firmas como Iberdrola, ACS y Ferrovial, entre otras) y, de paso, someter al país a un urgente tratamiento de «destrumpización», necesitará de una mayoría legislativa suficiente para gobernar. Es lo que se dilucidará en Georgia el próximo 5 de enero.
Una de esas particularidades de la política local obliga a la ciudadanía de ese estado a repetir la elección de los dos senadores que le corresponden. Los republicanos David Perdue y Kelly Loeffler defienden nuevamente sus escaños porque el 3 de noviembre no alcanzaron el quorum mínimo de votos exigidos para vencer.
Y una de las ironías de la historia norteamericana de discriminación racial es que la ley de 1960, que establece ese mínimo, se ideó para dificultar que un afroamericano llegase al Senado, caso del pastor baptista Raphael Wornock, que disputa el escaño a la blanca y millonaria Loeffler.
Si su partido gana los dos escaños en juego, Biden tendrá la posibilidad real de sacar adelante un programa que mitigue la polarización causada por Trump en el país y revierta su aislacionismo internacional. Una suerte de New Deal para el siglo XXI –verde, inclusivo y multilateral— con que sueñan los miembros más liberales (léase progresistas) de la coalición de sensibilidades que le apoyan.
Los demócratas cuentan ya con la mayoría en la Cámara de Representantes lograda en las parciales de 2018 y mantenida en noviembre. La victoria de Wornock, ministro de la misma iglesia de Atlanta de la que fue pastor Martin Luther King hace medio siglo, y la de Jon Ossoff, que se enfrenta a Perdue, daría al Partido Demócrata 50 de los 100 escaños del Senado.
Con ese resultado, el voto de calidad de Kamala Harris que, como vicepresidenta, presidirá la Cámara, facultaría al nuevo presidente a sacar adelante sus iniciativas legislativas y lograr la confirmación de cuantos altos cargos someta al Senado para su ratificación.
Entre los asuntos más urgentes figuran programas federales por valor de dos billones (dos millones de millones) de dólares que propone Biden para afrontar los daños de la pandemia, una reforma inmigratoria en profundidad, medidas para acelerar la descarbonización de la economía, renovar las infraestructuras en clave medioambiental y regresar a la escena internacional: al acuerdo de París sobre el clima, al pacto nuclear con Irán, a la Organización Mundial de la Salud...
Segunda oportunidad
Esta segunda oportunidad del Partido Demócrata refleja, sin embargo, su fracaso relativo en las elecciones generales del 3 de noviembre: recobró el poder ejecutivo, pero no el legislativo. Ningún factor influyó más en la elección de Biden que el rechazo a Donald Trump entre una parte de la base que lo había aupado en 2016.
Pero no todos entre los que votaron ticket Biden-Harris apoyaron a los restantes candidatos del Partido Demócrata en los diferentes estados. Millones de electores optaron por el ‘split vote’ (papeleta partida) con el fin de echar a Trump pero conservar la política económica republicana y la reducción de impuestos de los últimos cuatro años.
Es habitual que el vencedor en la carrera presidencial logre también la mayoría en el Senado para su partido. En 1980, la victoria de Ronald Reagan propició la de nuevos 12 senadores republicanos sin los que no hubiera sido posible la «Reagan revolution» conservadora.
En 2004, el reelegido George W Bush logró cinco senadores más. Y en 2008, el impulso del «Yes we can» cosechó ocho escaños imprescindibles para la aprobación del ‘Obamacare’, la ley que en 2010 dio seguro médico a 24 millones de ciudadanos que no lo tenían. Biden acompañó a Barack Obama como vicepresidente en sus dos mandatos entre 2008 y 2016 y sabe lo que significa no tener mayoría en el Senado, como ocurrió a partir de las elecciones intermedias de 2014.
Zona cero de la poliítica
El presidente electo ha prometido que se esforzará por lograr acuerdos con los republicanos –extender la mano hacia el ‘otro lado del pasillo’—, como hizo durante décadas en el Senado. Pero es improbable que ese noble propósito se haga realidad si los republicanos retienen la mayoría senatorial que encabezada Mitch McConnell, el defensor más leal y poderoso de Trump.
McConnell no pudo cumplir en 2012 su promesa de «hacer que Obama sea presidente durante solo un mandato». Es lo que intentará conseguir contra Biden, entre otras cosas porquemTrump se va a dedicar a fiscalizar cada paso que dé el Partido Republicano desde el momento que abandone la Casa Blanca.
Georgia es hoy, según el New York Times, la «zona cero» de la política americana. La nueva llamada a las urnas pone de manifiesto los males históricos que aún lastran su vida pública, principalmente el racismo, y otros más recientes, como la división propiciada por el trumpismo y la eclosión de las acusaciones falsas y las fake news.
La elección es una cuestión de alcance mundial que afectará a todos los ámbitos de la administración entrante. Ambos partidos despliegan todos sus recursos –entre ellos, inversiones millonarias en publicidad electoral— y la presencia sobre el terreno de figuras de primera fila en apoyo a sus candidatos: tanto Trump como Biden, Harris, Pence, Obama...
La campaña republicana está condicionada por la insistencia de Trump en reconocer la derrota en las presidenciales. Pese a que apoya nominalmente a sus candidatos, éstos temen que el presidente saliente desincentive la participación a fuerza de mantener las dudas sobre la limpieza del proceso difundidas incesantemente por su entorno. Es lo que hizo hace poco en un mitin en Georgia, una de las escasas salidas del presidente cesante si se excluyen las dedicadas al golf.
Elementos del ala más fundamentalista del republicanismo local han llegado a pedir que no se acuda a votar. «¿Total, para qué, si el sistema está corrompido?», afirman. Esta actitud –no reconocer que Trump ha perdido la presidencia— impide a los estrategas republicanos difundir el argumento más crucial para su partido: que solo retener el control del Senado puede frenar el supuesto avance hacia «el socialismo» del que acusan a Biden.
Las elecciones «especiales» como las de Georgia y las parciales de medio mandato (a los dos años de cada convocatoria presidencial) tienden favorecer la participación republicana –votantes mayoritariamente blancos, socialmente conservadores y de edad media más elevada. Mientras tanto, las minorías afroamericana e hispana, proclives a apoyar a los demócratas, son más reacias en este tipo de comicios.
En Georgia, el 32 por ciento del electorado es afroamericano y el 7 por ciento es hispano. Es además uno de los estados en los que más ha crecido la población: un 30 por ciento en la última década. Buena parte de esos nuevos residentes se concentran en la capital del estado.
Atlanta y sus alrededores son el ejemplo más notorio del Nuevo Sur, en el que se ha asentado una inmigración interior joven y educada atraída por un pujante tejido empresarial y donde la población negra avanza en poder político y económico a un ritmo mayor que en el resto del país.
Si ese segmento retorna masivamente a las urnas y una parte de los blancos moderados que ya votaron a Biden lo hacen esta vez por sus dos candidatos al Senado, los demócratas contarán con el andamiaje para sostener una administración transformadora. Si no, Biden se tendrá que conformar con devolver la decencia a la Casa Blanca, intentar reparar los daños internacionales de Trump y esperar mejor suerte en las elecciones de medio mandato de 2022. Será la diferencia entre recobrar la dignidad de la presidencia o cargarla, además, de contenido.