La economía frena al nuevo sultán
El temor a una crisis monetaria turca evita el choque de Erdogan con las democracias occidentales
Una característica común de los dirigentes autoritarios es su intolerancia a la censura. Recep Tayyip Erdogan lleva la crítica particularmente mal. De puertas para dentro, la resuelve apretando el perímetro de la legalidad en Turquía. Cara al exterior, recurre a la fórmula habitual de los autócratas: la condena a las ‘injerencias’ extranjeras y la afirmación del honor patrio. Esa mezcla de cabreo y nacionalismo estuvo a punto, a finales de la semana pasada, de consumar un choque frontal con las democracias occidentales al amenazar con expulsar a diez embajadores -entre ellos los de EEUU, Francia y Alemania- por reclamar la libertad de uno de los críticos más notables del presidente.
La prudencia, sin embargo, se impuso dos días después para evitar una crisis monetaria. Los mercados habían hablado por medio de una brusca caída de la lira turca. Y es que la economía, más que la presión diplomática, es lo que más amenaza el sueño neo-otomano de Erdogan.