Queda mucho por vender en el «banco malo»
Será difícil desprenderse de la cartera de la Sareb en el plazo establecido, lo que obligará a buscar otras soluciones o acuerdos temporales
«El camino largo y sinuoso que lleva a tu puerta nunca desaparecerá». Difícilmente la letra del The long and winding road de The Beatles serviría como eslogan para una campaña publicitaria de una inmobiliaria. Sin embargo, sí que puede describir los avatares por los que atraviesa habitualmente una sociedad de gestión de activos tras una crisis financiera, los también llamados «bancos malos».
Las grandes crisis cuentan con diferentes componentes que, combinados, generan turbulencias, depresiones económicas y, desgraciadamente -al menos, hasta la fecha- grandes costes para las arcas públicas. Entre los mecanismos que se emplean para sanear y dar viabilidad al sector financiero, están esas sociedades de activos.
A ellas se transmiten patrimonialmente los inmuebles (terminados o en construcción) y/o préstamos en situación de morosidad o con difícil salida al mercado. En el origen, por lo tanto, está gran parte de la dificultad. Lo que se gana es proponer al sector financiero un nuevo comienzo. Algo así como extirpar aquello que no funciona para empezar -con la voluntad de mejores reglas y supervisión- una nueva fase de viabilidad.
No se trata de hacer magia ni de dar una solución sin coste. Las entidades que transmiten los activos lo hacen registrando una pérdida, pero el poder traspasarlos les concede el saneamiento que el mercado no les da en momentos tan delicados. En los bancos malos normalmente hay participación pública en el accionariado, pero también del sector financiero. Se trata de una forma de compartir la factura porque el contagio y la mala reputación no conviene a ninguno de ellos.
Finalmente, otro elemento crucial es el tiempo. Las sociedades de gestión de activos suelen tener un plan de venta a muy largo plazo. Esto aporta la ventaja de posible recuperación de valor de algunos de esos inmuebles y préstamos a lo largo del tiempo, sobre todo cuando se abandona la recesión y se encaran tiempos de bonanza. Es una de las razones por las que es complicado valorar los costes fiscales de una crisis bancaria hasta que pasan, al menos, 15 o 20 años y se puede evaluar qué se ha recuperado y qué no.
En el siglo pasado, entre las grandes crisis en las que hubo sociedades de gestión de activos, se consideró un éxito el caso de las nórdicas, con costes fiscales equivalentes al 4 por ciento del PIB. La española de la década de 1970 -también entre las del top histórico- tuvo costes del entorno del 15 por ciento del PIB.
Reducción del 43% de la cartera
La Sociedad de Activo procedente de la Reestructuración Bancaria en España, la Sareb, nació en 2012 como parte del Memorando de Entendimiento que se suscribió para recibir la ayuda europea al sector financiero. En el origen, la Sareb manejaba activos por valor de 50.781 millones de euros. A finales de 2021 estos se habían reducido a 28.895 millones de euros, lo que supone una reducción del 43 por ciento de la cartera.
La crítica fácil sostendría que aún no se ha llegado ni a la mitad cuando han transcurrido dos tercios del tiempo para lograrlo. La sociedad está prevista para una duración de 15 años. Quedan 5 y mucho por vender. Sin embargo, considero que es importante valorar el esfuerzo realizado porque estos diez años han sido todo menos fáciles.
La Sareb ha tenido que lidiar con una cartera amplia y muy compleja y con varias recuperaciones en falso del mercado inmobiliario, con muchas idas y venidas. El sector bancario y sus activos en toda Europa han tardado en situarse en un plano de valoración razonable del mercado.
Es imposible que el efecto neto de la Sareb sea una ganancia, pero sí podrían reducirse las pérdidas
Asimismo, la situación de los tipos de interés (nulos o negativos) tampoco ha favorecido la transmisión de préstamos y de activos hipotecarios en todos los casos.
En el momento en el que, además, parecía que todo se iba a normalizar, llegó una pandemia que ha dejado temblando la economía durante dos años, con el remate final de un conflicto bélico en Ucrania que está haciendo imposible una normalización financiera tranquila, con una inflación disparada.
La Sareb ha tenido que pasar, también, por distintas fases de concreción de sus formas de gestión, adaptándose a las necesidades del mercado y a los cambios en sus formas de accionariado y financiación. El último, tal vez el más relevante, es la reducción de la participación de las entidades financieras, lo que ha dejado al banco malo, de facto, en manos del Estado.
El plan parece claro: dadas las dificultades de venta y la orientación que marcan, entre otras, la nueva ley de la vivienda, se va a procurar promocionar la orientación social de la salida de los activos, fundamentalmente en términos de alquiler. España claramente necesita más oferta de vivienda social y si la Sareb puede colaborar en ese frente, con los incentivos adecuados, puede ser una buena opción.
Buscar otras soluciones
Es imposible que el efecto neto de la Sareb sea una ganancia, pero sí podrían reducirse las pérdidas, sobre todo respecto a las que hubiera habido de no haber creado esta sociedad. Y sí, va a ser difícil lograr desprenderse de toda la cartera en el plazo establecido, lo que hará que haya que buscar otras soluciones o acuerdos temporales. Esto no es nuevo ni afecta al banco malo español, lleva siendo así desde hace más de cuarenta años en muchas experiencias internacionales similares.
También hay confusión respecto a qué tipo de gestión es necesaria. Se habla con demasiada ligereza de contratos cedidos a servicers y hedge funds, como si se tratara de oscuras figuras que vienen a aprovecharse del mal ajeno. Vender estos activos (incluida una cartera ingente de deuda impagada) no resulta para nada sencillo y debe contratarse con los mejores especialistas.
En definitiva, si la Sareb logra o no sus objetivos -misión harto complicada desde el inicio, por las fuertes pérdidas implícitas que tenían los activos transferidos- será cuestión de tiempo, pero la forma será muy importante. Ese carácter social y esa pedagogía tan necesaria para entender qué se está haciendo y que no es sencillo.