Europa: de la inestabilidad del mercado a la independencia energética
Las situaciones de tensión geoestratégica suelen tener como trasfondo la pugna por el control de los recursos. Por ello, un cambio de modelo como el que plantea la transición energética genera resistencias
La tensión que se vive en Oriente Medio a causa de la guerra en Gaza y las marcadas posiciones antagonistas entre Irán e Israel está provocando subidas en los precios del petróleo a nivel mundial.
Desde el inicio de 2024 acumula una subida del 10 por ciento hasta alcanzar los 93 euros el barril. Si se toma como referencia mayo de 2023, en el que cotizaba a 70 euros, el incremento supera el 30 por ciento.
El transporte de combustibles fósiles y la influencia de terceros países
La posición geoestratégica de Irán lo posiciona como un territorio clave, con gran influencia en el tráfico marítimo de este combustible.
En torno al 20 por ciento del comercio mundial de crudo, uno de cada cinco barriles, atraviesa el golfo de Omán, que conecta el golfo Pérsico con el golfo de Omán y el mar Arábigo.
Precisamente uno de los condicionantes principales de los mercados de combustibles fósiles es la necesidad de ser transportados. Son pocos los países que tienen reservas suficientes y que ofertan estos combustibles, mientras que son muchos los Estados que los consumen.
Así, entran en juego terceros países: bien por los que discurren infraestructuras energéticas (como oleoductos o gaseoductos) o bien los que están próximos a zonas costeras de comercio marítimo, como es el caso de Irán.
De esta forma, cualquier evento de desestabilización o de tensión en alguno de estos países tiene impacto en el mercado. Se percibe un incremento del riesgo de ruptura o de reducción del suministro y, como consecuencia, suben los precios.
Evolución de los precios y geoestrategia
El precio del barril de petróleo Brent europeo se está recuperando desde el mínimo histórico de 17 euros por barril de abril de 2020, provocado por el confinamiento derivado del Covid-19.
La recuperación de la actividad económica y de la movilidad, junto a la estrategia de reducción de oferta de los países productores de petróleo que forman la OPEP, elevó el precio hasta los 75 euros por barril a comienzos de 2022.
Posteriormente, la guerra de Ucrania elevó este valor más del 50 por ciento hasta el máximo de la serie reciente: en torno a los 116 euros en junio de 2022. En la actualidad, su valor se sitúa entre los 78 y los 81 euros por barril.
Las proyecciones de la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA) apuntan a una estabilización del precio del petróleo en torno a los 80 u 85 euros por barril.
De igual forma, el precio del gas natural ha caído desde los 300 €/MWh alcanzados en 2022 hasta los 30 €/Mwh actuales.
El final del invierno septentrional contribuye a la reducción de los precios. Habrá que ver pues qué sucede a finales de verano, cuando los países del hemisferio norte comiencen nuevamente a almacenarlo para poder afrontar el invierno con garantías.
Según las proyecciones de la EIA, se espera que el precio del gas natural se mantenga en torno al valor actual, con pequeñas variaciones de entre el 10 y el 20 por ciento.
Energía y geoestrategia, dos caras de la misma moneda
Las situaciones de tensión geoestratégica suelen tener como trasfondo la pugna por el control de los recursos. Por ello, un cambio de modelo como el que plantea la transición energética genera resistencias. El objetivo de abandonar el uso de los combustibles fósiles provoca tensiones.
Aquellos países y economías que no quieren dejar de tener el control sobre el mercado (OPEP y otros países productores) ni ver reducida su influencia ni sus ingresos ejercen su poder en forma de reducción de la oferta, adquisición de participaciones relevantes en empresas energéticas de otros países o limitación del suministro, como hizo Rusia con el gas, entre otras estrategias.
De hecho, los eventos de desestabilización no hacen más que beneficiar a las economías exportadoras de combustibles fósiles, en forma de alza de precios.
Dependencia versus transición energética europea
El nivel de estrés energético al que se vio sometida la Unión Europea tras la invasión rusa a Ucrania propició una reflexión seria: debía reducir su dependencia energética de estos combustibles. Sin embargo, sigue en el mismo punto.
La dependencia del petróleo supera el 90 por ciento y la del gas natural es mayor del 80 por ciento. No así en cuanto al principal proveedor. Se ha conseguido eliminar la influencia de Rusia como socio energético preferente al pasar, desde febrero de 2022, del 31 por ciento al 3 por ciento.
El mayor beneficiado de la crisis rusa ha sido Estados Unidos, que ha pasado a ser el principal proveedor de petróleo de la UE (17 por ciento del total importado) y de gas natural licuado (49 por ciento del total importado).
Un efecto directo de la invasión rusa de Ucrania ha sido la subida de los precios de estos combustibles. Antes de la invasión, en 2022, la UE pagaba de media por importar estos recursos fósiles 1.000 millones de euros diarios.
En la actualidad esta cifra ha subido hasta los 1.400 millones de euros diarios. Ello equivale a casi 500.000 millones de euros al año que se marchan fuera de la UE para pagar la factura energética fósil.
Impulsar el cambio
Estas cifras animan a acelerar la transición energética europea. Es clave la desconexión del consumo de combustibles fósiles, sobre todo en el sector del transporte.
En la medida en que la UE abandone el uso de estos combustibles dejará de producirse la fuga de rentas derivada de la importación de estos recursos. Con ello estará incrementando su independencia y su poder de decisión sobre la energía, un aspecto crítico para el futuro.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.