Las paradojas de la ESG
La inversión con criterios ESG va a seguir siendo muy importante, pero necesita evolucionar. Muchos de los mitos que la envuelven se están viendo cuestionados, pero va ser clave para mitigar el cambio climático
La inversión financiera con criterios ESG ha entrado en una primera fase de madurez donde empiezan a ponerse en duda algunas ideas prefijadas respecto a este tipo de inversiones.
Tras la “fiebre” por estos fondos en 2020 y 2021, en 2022 se están viendo salidas netas de dinero. Según Morningstar, en el primer trimestre de 2022 los fondos sostenibles tuvieron retiradas de fondos por primera vez en dos años.
Este tipo de inversión es definida por el profesor Roberto Rigobom del MIT como aquella inversión que “hits the target while missing the point”. Viene a decir que la inversión sostenible se basa en una serie de métricas y metodologías complejas, con frecuencia parciales, pero que se olvida de estudiar cuál es su contribución cierta a la mejora real de estos problemas en el mundo.
En el año 2021 se marcó el máximo histórico de emisiones de CO2 según datos de la Agencia Internacional de la Energía. Comparando el aumento de las emisiones a nivel global con el aumento de este tipo de fondos en los últimos años, parece que los inversores no están apuntando en la dirección correcta.
Los mitos alrededor de la ESG
Por ello, la Universidad de Standford ha estudiado una serie de mitos que rodean a este tipo de inversión, para entender las limitaciones e incertidumbres de la ESG, de tal modo que inversores, reguladores y empresas puedan ajustar mejor sus criterios de decisión.
El primer mito respecto a los criterios ESG se refiere al tipo de problema que la ESG quiere resolver. Para algunos, resuelve un problema de horizonte temporal, según el cual la gestión con criterios ESG reduce los riesgos del largo plazo, y por tanto genera mayores beneficios y más sostenibles.
Para otros, resuelve un problema de equilibrio entre los distintos grupos de interés de una empresa. Parte de la premisa que la maximización del beneficio financiero perjudica a otros grupos de intereses no financieros y que persiguen otros objetivos como la mayor igualdad de género, aumentar el impacto social de la empresa, o minimizar los daños al medio ambiente.
No se trataría como en el primer ejemplo de aumentar los beneficios a largo plazo, sino de distribuirlos mejor entre los distintos grupos de interés. No hay que olvidar que la paciencia y el largo plazo son criterios cada vez menos presentes en los mercados de capitales
Un segundo mito es la idea de que este tipo de inversión genera una mayor rentabilidad. No existe suficiente evidencia para periodos amplios de tiempo y elevados volúmenes bajo gestión para sostener esta afirmación. En 2022 las mayores revalorizaciones se encuentran en las acciones de empresas de petróleo y gas, mientras que las de compañías de movilidad eléctrica sufren fuertes caídas.
En esta ecuación hay que incluir además los elevados costes asociados a este tipo de gestión, reconocidos tanto por la SEC como por la UE, aspecto que con frecuencia es olvidado por los “puristas” de la ESG.
Un tercer mito está relacionado con los esfuerzos que las compañías realizan en nombre de mejores prácticas de ESG, cuando en el fondo son decisiones ya tomadas buscando una mejor gestión operativa, y rebautizadas como ESG. En el caso por ejemplo de Coca-Cola, algunos de sus programas de reciclados de latas, vidrio o plásticos están en funcionamiento desde hace más de treinta años.
Estaríamos ante el problema del llamado “greenwashing” que puede afectar tanto a compañías industriales o a gestores de fondos en la publicidad de sus fondos “sostenibles”. Los reguladores están haciendo un esfuerzo significativo para acabar con estas prácticas.
El cuarto mito esta referido a la idea de que los mayores niveles de transparencia exigidos a las compañías van a resolver el problema de la homogeneidad y calidad de la información sobre estos aspectos. En estos dos últimos años, lo que se ha puesto de manifiesto es la confusión que puede generar el exceso de información y el elevado coste para las empresas de generar nuevos reportes.
La necesidad de aumentar el personal dedicado a estas funciones, las mejoras de los sistemas de información, el coste en asesores externos y los costes de la auditoria de esta información, suponen un impacto no menor, cuando todavía no están estandarizadas a nivel mundial las métricas de estos parámetros.
El enorme coste para las empresas que supone la regulación europea puede ser inútil si las métricas europeas difieren, por ejemplo, de las EEUU
Recordemos que además estas solicitudes de información están procediendo tanto de reguladores públicos (UE) como de múltiples organismos privados como SAAB, IIRC, IFRS, CDBS, lo cual genera confusión. El enorme coste económico para las empresas que supone la regulación europea puede ser inútil si las métricas europeas difieren, por ejemplo, de las de Estados Unidos.
Otro mito alrededor que la realidad ha puesto en cuestión es la validez de los ratings de ESG proporcionados por compañías como MSCI o Sustainalytics. En función de estos ratings, los gestores realizan su selección de inversiones.
Recientemente hemos visto como Tesla, la compañía que probablemente mejor representa la idea de sostenibilidad, era excluida del índice ESG de S&P 5OO, mientras se mantenía en dicho índice Exxon, una de las mayores petrolíferas a nivel mundial. Las diferentes agencias de rating presentan significativas divergencias entre los criterios o variables que analizan para evaluar la calidad de la ESG, como el valor o importancia que asignan a cada una de esas variables.
Se ha demostrado de momento poca correlación entre estos ratings y la evolución de las compañías. Agrupar en un rating común conceptos y variables tan dispares como los relacionados con el medio ambiente, gobierno corporativo y cohesión social, sigue siendo una asignatura pendiente.
Por último, la idea de que la política de ESG está marcada por los consejos de administración de las compañías y que dicha política está bien definida en todos los niveles de la organización, parece alejada de la realidad.
En 2021 una encuesta de PriceWaterhouse Coopers entre miembros de consejos de administración reflejaba que solo un 25 por ciento de los mismos entendían bien los riesgos de la ESG y solo un 64 por ciento admitían que los objetivos de ESG determinaban la estrategia de sus compañías.
Otro estudio de Willis Towers Watson, consultora especializada en Recursos Humanos, reflejaba que solo un 4 por ciento de los planes de retribución a largo plazo de los consejeros delegados incluían el cumplimiento de objetivos de ESG.
La inversión con criterios ESG va a seguir siendo muy importante, pero necesita evolucionar. Durante los próximos 20 años, las inversiones necesarias para atenuar el cambio climático van a ser muy relevantes. Los mercados financieros jugarán un papel clave en su financiación y necesitan información homogénea y de calidad para poder decidir mejor el destino de sus inversiones.
Los ratings y fondos de ESG probablemente van a tener que orientarse a temas específicos, clima, aspectos sociales o gobierno corporativo evitando la mezcla actual. Los ciudadanos van a necesitar que se les explique con sencillez que costes van a tener que asumir para asegurar un mundo mejor a las siguientes generaciones.