Los samaritanos del supermercado, nuevos soldados de la transición justa
La reducción de residuos alimenticios es un elemento clave para reducir las emisiones de gases contaminantes y además es una herramienta de justicia social
Durante el día, Laura Gaga trabaja como funcionaria en Londres. Por las tardes y los fines de semana, trabaja para reducir los residuos alimenticios, una fuente importante de emisiones que contribuyen al calentamiento global.
En una tarde normal de domingo, Gaga, de 41 años, comprueba en una aplicación llamada Olio si su supermercado local Tesco o la tienda de sándwiches Pret A Manger han publicado que disponen de alimentos para recoger de forma gratuita.
Luego sale en su coche y recoge barras de pan y productos que no se prevé vender antes de su fecha de caducidad. Cuando llega a casa, publica en la aplicación la información de lo que ha recogido para que sus vecinos puedan hacer su pedido. Gaga, que también escribe en un blog y tiene un podcast sobre sostenibilidad alimentaria, es una de los 30.000 voluntarios de Olio.
«En Londres no hay que irse muy lejos para encontrar a alguien con hambre o sin hogar», comenta Gaga. «Me preocupa que se desperdicien alimentos, es algo innecesario y todos podemos hacer algo al respecto».
La basura alimenticia y los gases de efecto invernadero
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), el desperdicio de la industria alimentaria representa hasta un 10 por ciento del total de gases de efecto invernadero, como consecuencia de los gases que se generan en las explotaciones y en las fábricas durante la producción de alimentos que nunca llegan a consumirse y del metano que se emite cuando los residuos se descomponen en los vertederos.
Según el UNEP, el 14 por ciento de los alimentos se pierden desde la cosecha hasta la venta al por menor (lo que representa 400 000 millones de dólares en artículos que los consumidores nunca ven) y el 17 por ciento de la producción total de alimentos que llega al mercado es desechado por minoristas, proveedores de servicios alimentarios y consumidores.
Las APP de desperdicio de alimentos están en auge
Las aplicaciones de desperdicio de alimentos están en auge y ayudan a concienciar sobre un problema enorme, al mismo tiempo que brindan a los consumidores la oportunidad de tomar medias (siquiera pequeñas) para acabar con esta cuestión.
«Estamos empezando a ver tan solo la punta del iceberg», declara Mette Lykke, directora ejecutiva de Too Good To Go, una aplicación con sede en Copenhague que permite a los consumidores de 15 países europeos comprar repostería y otros productos a precio reducido en las horas próximas al cierre de pastelerías y cafeterías.
Too Good To Go, que cuenta con 46 millones de usuarios, se queda con una parte del precio que pagan los consumidores por los alimentos y declara haber evitado que se tiren 96 millones de comidas.
Olio, que funciona en 59 países, dice haber evitado el desperdicio de 32 millones de porciones, principalmente en el Reino Unido, lo que en 2020 se tradujo en 1.300.000 kilogramos. Los supermercados y las tiendas pagan a Olio las tarifas que suelen pagar a las compañías de recogida, comparte la fundadora Tessa Clarke.
Distintos enfoques normativos
Los gobiernos están abordando el problema de formas diferentes. En Francia, está prohibido que los supermercados destruyan los alimentos que no consiguen vender y, en su lugar, están obligados a venderlos.
Sin embargo, en otros países, la donación del excedente de alimentos a organizaciones benéficas por parte de los negocios está restringida por motivos legales u otros impedimentos, tales como barreras fiscales, responsabilidad y cuestiones de etiquetado de fecha, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
En Reino Unido, la organización sin ánimo de lucro FareShare, que redistribuye anualmente 5,2 toneladas métricas de excedentes de alimentos a organizaciones benéficas, afirma que las subvenciones a las plantas de digestión anaeróbica hacen que a los agricultores les resulte más barato tirar los alimentos a un biodigestor que hacerlos llegar a las personas hambrientas.
Hacer llegar los alimentos al lugar supone un reto logístico
Incluso cuando las tiendas de comestibles o los agricultores están dispuestos a destinar los excedentes de alimentos a organizaciones benéficas, hacerlos llegar al lugar adecuado (normalmente, comedores sociales o refugios para personas sin hogar) a tiempo para su consumo supone todo un reto logístico.
Ahí es donde pueden entrar en juego este tipo de aplicaciones: por ejemplo, Kitche, una aplicación incipiente con 25.000 usuarios en Reino Unido, se centra en los hogares, que constituyen la fuente del 61 por ciento del desperdicio de alimentos, según Naciones Unidas.
Kitche escanea los tickets del supermercado, de forma que los usuarios pueden controlar lo que tienen en el frigorífico y, además, les recuerda la comida que está a punto de caducar. Los usuarios habituales evitan que se tiren de forma innecesaria 8,2 kilogramos cada año, en palabras del portavoz Paul Bursche.
Aunque los consumidores pueden desempeñar un papel importante en la reducción de los residuos, los gigantes de la alimentación como Nestlé son los que más pueden influir, afirma Rob Opsomer, director ejecutivo de iniciativas sistémicas de la Fundación Ellen MacArthur, que hace campaña para que la economía sea más sostenible.
Según la Fundación, las 10 mayores empresas de distribución y consumo de Europa influyen directamente en el 40 por ciento de la producción de trigo, productos lácteos y patatas de la región.
Nestlé afirma que el 95 por ciento de sus fábricas ya ha alcanzado el estatus de cero desperdicio y su objetivo es alcanzar el 100 por 100 a finales de este año, lo que significa que ningún material acabará en un vertedero o se enviará a incineración sin recuperación de energía.
En Alemania, ha puesto a prueba Krumm Glücklich («Torcidas pero felices»), una línea de sopas elaboradas con verduras que, de otro modo, se desecharían. Las empresas de la Asociación de Alimentos Reciclados utilizan los ingredientes sobrantes para fabricar productos de consumo, desde patatas fritas vegetales hasta barritas y mezclas para hornear. Opsomer lo tiene claro: «tenemos que ir hacia arriba y mirar a las grandes empresas que ponen los productos en el mercado en primer lugar y mueven millones de toneladas de materiales».