La nación indispensable vs la economía indispensable
La competencia estratégica entre China y los Estados Unidos es el mayor manifiesto de la dicotomía que confronta valores políticos frente a intereses económicos
El principal debate global del siglo XXI es el que, reducido a sus esencias, confronta valores políticos frente a intereses económicos. El dilema no es nuevo y lleva siglos condicionando las relaciones internacionales.
Hoy en día, el escenario en que más se manifiesta esa dicotomía es la competencia estratégica entre China y los Estados Unidos. Y, de momento, China lleva la delantera.
Los primeros pasos de la presidencia de Joe Biden en la escena mundial se han caracterizado por la premura en recuperar el papel de liderazgo del que abdicó Donald Trump: «America is back».
El guiño de París
Apenas un mes después de ocupar el despacho oval, materializó esa promesa regresando al Acuerdo de París sobre el clima. Al simbolismo de la decisión, siguió la concreción en la cumbre climática organizada por Washington hace pocos días.
Los EEUU reducirán un 52 por ciento sus emisiones de CO2 para el 2030. El objetivo se acerca en ambición al acordado por la Unión Europea (55 por ciento sobre niveles de 1990) a tiempo para la convocatoria de Biden.
El reto evoca el que John Kennedy se fijó en su célebre discurso de 1962 sobre la carrera espacial. Lograr el nuevo objetivo requerirá una transformación acelerada del mercado energético y un esfuerzo tecnológico e industrial comparable al que exigió llegar a la Luna en 1969.
El trasfondo de aquella iniciativa fue la rivalidad estratégica con la URSS. El que sustenta la apuesta climática de Biden es la competencia económica con China.
La diferencia entre un reto y otro radica en que EEUU tenía entonces recursos tecnológicos y financieros cuasi ilimitados mientras que, ahora, el dinero y el conocimiento dan ventaja –o, al menos, paridad— a su rival.
La pulsión proteccionista
Pese a los loables pronunciamientos a futuro, lo que no ha cambiado sustancialmente con la transición en la Casa Blanca es su actitud en materia comercial.
La nueva administración no ha rebajado las barreras impuestas por la anterior (aranceles del 25 por ciento sobre 370.000 millones de dólares de productos chinos) y no tiene prisa por hacerlo hasta que Beijing cumpla su promesa de aumentar en 200.000 millones de dólares sus importaciones de EEUU.
La percepción de que China es culpable de la destrucción de millones de empleos, con la que Trump logró atraer a buena parte del electorado en 2016, sigue viva en la psique norteamericana y en el radar de sus políticos.
Republicanos y demócratas comparten la necesidad de no alienar aún más a ese segmento del electorado. Es uno de los escasos terrenos en los que existe algo parecido a un consenso bipartidista en el Capitolio.
El papel de Tai
Esa sintonía se reflejó en la persona de la nueva representante comercial de Washington (equivalente a ministra de comercio exterior). Katherine Tai, logró el refrendo unánime de su nombramiento en el Senado.
Tai, cuyos padres nacieron en la China continental, es la primera persona de origen asiáticoamericano del Gabinete Biden. Le avala su competencia técnica, pero destaca su reputación de firmeza frente a Beijing: entre 2007 y 2014, fue la abogada principal de los EEUU en los litigios presentados contra China ante la Organización Mundial del Comercio.
Además, es capaz de expresarse en mandarín, idioma que habla fluidamente. Es revelador que la nueva administración conserve el talante proteccionista de la de Trump.
China, mientras tanto, impulsa el multilateralismo comercial, aunque le cueste asumir todas sus reglas. Mantiene, por ejemplo, su opacidad administrativa y ha vuelto a erigir barreras para proteger a su banca frente a la competencia internacional.
Activismo democrático
La vieja teoría de que el progreso económico traería la libertad política a China ha quedado definitivamente enterrada por el autoritarismo creciente de Xi Jinping.
Pese a ello, Biden ha preferido marcar sus diferencias con China, y con el legado de Trump, enfatizando los valores democráticos –condena de represión de los uigures y del movimiento prodemocracia en Hong Kong— en lugar de dar un giro en el frente comercial, en el que pierde terreno.
El activismo norteamericano frente a la expansión marítima china, en materia de tecnología y ciberseguridad y en el delicado asunto de Taiwán (la línea roja de Beijng) apuntan en la misma dirección.
Washington quiere reforzar el apoyo de sus aliados en la región. El primer ministro japonés, Yoshihide Suga, ha sido el primer jefe de gobierno en visitar al nuevo inquilino de la Casa Blanca.
El RCEP
El comunicado conjunto emitido tras el encuentro menciona explícitamente la seguridad de Taiwán, algo que Japón había evitado desde 1969. Biden aspira a recuperar el papel de «nación indispensable» (terminó acuñado en 1996 por la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright) que los Estados Unidos tuvieron durante el siglo XX. Pero China se afirma como la «economía indispensable» del siglo XXI.
En 2020, se convirtió en el primer socio comercial de la Unión Europea, con operaciones valoradas en 709.000 millones de dólares frente a los 671.000 millones que sumó EEUU.
Y, en Asia, China consolida su posición al impulsar el Acuerdo Integral de Asociación Económica (RCEP por sus siglas en inglés) que agrupa a 15 países, entre los que destacan los aliados norteamericanos más tradicionales de la región como Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.
El 30% del PIB global
Los firmantes del RCEP conforman la mayor área mundial de libre comercio con más del 30 por ciento del PIB global. El cualquier caso, lo que más diferencia las estrategias de China y los Estados Unidos dos es el factor tiempo.
Biden tiene, en el mejor de los casos, ocho años para reformular la política norteamericana respecto de su primer competidor global. Por el contrario, Xi ha logrado eliminar una limitación similar y puede mantenerse de por vida en la presidencia.
Sostener su posición y esperar es una opción de la que carecen los Estados Unidos. Pese a todo, ambas partes tienen la voluntad de seguir hablando sin las estridencias y bandazos que caracterizaron el cuatrienio de Trump.
Cero emisiones en 2060
La política climática es terreno en que se han mostrado más dispuestas a colaborar, aunque China mantiene el horizonte de su neutralidad de emisiones en 2060, una década más tarde que norteamericanos y europeos.
Frente a otros ámbitos, la competencia entre ambos países en este sector reportará beneficios globales al estimular el progreso de tecnologías limpias (China lidera ya el mercado mundial de placas fotovoltaicas) y dejar de ser los dos mayores contaminadores del planeta. En los demás terrenos, China sabe que el tiempo juega a su favor.