¿Empiezan a ser los bonos competencia para la rentabilidad por dividendo?
En Europa, la rentabilidad por dividendo sigue siendo mucho más atractiva que los cupones de los bonos, pero en Estados Unidos la deuda puede empezar a ser una opción cada vez más pertinente.
Aunque la semana pasada en estas mismas páginas, la conclusión mayoritaria entre los analistas era que los bonos, pese al reciente repunte de los tipos de interés, aún no constituían una competencia seria para la renta variable o no, al menos, para los inversores más puros de bolsa, que no se pueden sentir satisfechos con rendimientos del 3 por ciento, quizás la cosa sea diferente para otro perfil de inversor. ¿Para cuál? Quizás, para quien entró en bolsa obligado por las circunstancias, es decir, por los bajos rendimientos de los activos conservadores. Éste, de forma justificada, quizás esté empezando a pensarse si no es mejor volver a la deuda y olvidarse de la volatilidad bursátil, este año mayor que el pasado. Este inversor, probablemente, dio el salto de la renta fija a la variable fijándose en acciones con altos dividendos puesto que, en teoría, son más estables, más seguras y cuentan con un colchón (el propio dividendo) que amortigua las minusvalías. ¿Olvidarse del dividendo y optar por los cupones de los bonos es la decisión correcta?
Victoria Torre, de Self Bank, cree que se pueden combinar las dos estrategias. Aunque con precauciones: en bolsa, se han de escoger compañías con dividendos sostenibles y en el mercado de bonos hay que vigilar el repunte de las rentabilidades ligado al aumento del riesgo de crédito. En todo caso, Torre señala que, hoy por hoy, la rentabilidad por dividendo es más competitiva que los intereses de la renta fija, aunque también avisa de que se asume más riesgo con la Bolsa que con la deuda.
Los datos avalan la opinión de Torre: el mercado de deuda soberana europea da un interés de entre el 0,5 por ciento y el 1,5 por ciento, según el país del que hablemos, mientras que la rentabilidad por dividendo de los índices oscila entre el 2,7 por ciento del Dax alemán, el 3,73 por ciento del Ibex-35 y el 4,33 del Ftse 100. Además, dentro del selectivo español, hay un puñado de compañías cuyo dividendo renta más de un 4 por ciento.
Félix López, de Atl Capital, plantea el ejercicio de preguntarse qué es más atractivo para un inversor, si los bonos que emite Telefónica (caso extrapolable a Red Eléctrica, Enagás, BME, Endesa, en España, Daimler y Total, en Europa) o sus acciones. Son, en general, compañías que se financian muy barato en el mercado de deuda, lo que implica que lo que tienen que remunerar a los inversores en su deuda es poco, entre un 1 por ciento y un 2 por ciento (el rendimiento de un bono a nueve años que Telefónica emitió en enero es de un 1,44 por ciento), mientras que su rentabilidad por dividendo es muy atractiva (de cerca de un 5 por ciento en la operadora). Los dividendos son mucho más tentadores que los cupones, por lo que el inversor que huyó de la renta fija cuando sus intereses estaban en mínimos podría ser proclive a quedarse en la bolsa.
Algunos de los valores que enumera Félix López son los que tiene Natalia Aguirre, de Renta 4, en su cartera de alta rentabilidad por dividendo y otros más: Enagás, Endesa, Iberdrola, Atresmedia, Repsol, Telefónica, Merlin y BME.
La apuesta por la renta variable y su dividendo no se basa sólo en que su rendimiento sea más atractivo. Félix López añade que, por el momento del ciclo en que está el Viejo Continente (aún pendiente de la retirada de estímulos del BCE), en la renta fija en euros hay más que perder que ganar: los intereses tienen que subir y los precios de los bonos, por tanto, han de bajar. Así, según López, si bien la rentabilidad por dividendo se encuentra en su media histórica, su prima sobre el rendimiento de los bonos sí está en máximos históricos. El principio de la reversión a la media juega en contra de la renta fija. O, dicho de otro modo, quizás es pronto para cambiar acciones por bonos. Así, según el estratega de inversiones Víctor Alvargonzález, en Europa aún no hay inversores que se planteen cambiar sus inversiones en renta variable por la renta fija.
En EE.UU. sí compite
La historia al otro lado del Atlántico es algo diferente. Y López lo ilustra afirmando que está mirando una emisión a dos años de Telefónica que renta un 3,3 por ciento. Este interés gana algo de atractivo frente las acciones de la compañía, más volátiles y sin retorno asegurado. Cuando se invierte teniendo como criterio el dividendo, hay que recordar que éste puede quedar anulado con la caída de la acción.
La competencia de la renta fija en EE.UU. es más clara y Alvargonzález constata que los grandes gestores americanos están preguntándose si han de invertir en una cesta de bonos del Tesoro, que da una rentabilidad media del 2,5 por ciento, o en un 'mix' de títulos de deuda pública y deuda corporativa de alta calidad, para llegar a un rendimiento del 3 por ciento. ¿Es suficiente con esa rentabilidad si a cambio se reduce el riesgo y la volatilidad inherentes a la bolsa? La respuesta no es sencilla porque hay que tener más elementos en consideración: el crecimiento de los resultados empresariales constituye un antídoto contra el trasvase de dinero de la renta variable a la fija, asegura Alvargonzález, que añade: «Si no hay crecimiento de los beneficios, no hace falta pedirle mucha rentabilidad a la renta fija, pero si las ganancias de las empresas siguen al alza, se eleva el listón de lo que se le pide a la deuda», asegura.
Thor Vega, de Gesconsult, señala que, si alguien es optimista con la Bolsa, no ha de fijarse en las acciones con alta rentabilidad por dividendo, puesto que suelen comportarse peor en los buenos momentos de Bolsa. Así, mientras dure la bonanza, se inclina por acciones cíclicas. Y, en cuanto a los bonos, en un escenario macro positivo, sólo los aconsejaría a inversores que buscan estabilidad o reservar liquidez en busca de una oportunidad de inversión.
Cuidado con la divisa
La deuda americana puede ser una alternativa para los inversores locales y también para los europeos. Pero si un inversor europeo se deja tentar por ese diferencial de rentabilidad que ofrece la deuda americana y la prefiere a los dividendos, tiene un factor más a vigilar: el dólar. La evolución de la divisa puede tanto sumarle como restarle (hasta anularle) rentabilidad a su inversión.
Aguirre señala que cuando el tipo de cambio con el euro estaba en 1,25 unidades, muchos inversores compraron deuda americana sin cubrir la divisa. Pero dice que a 1,20 (o por debajo, como está ahora) tomar esa decisión es más difícil. Bien es verdad que hay factores, como el debilitamiento de la economía europea, que en teoría deberían apoyar al dólar. Para Alvargonzález, el euro ha tocado techo en 1,25 unidades y señala que ahora un inversor del área euro que invierta en EE.UU. asume un menor riesgo divisa. Pero López plantea la posibilidad de que el euro gane posiciones si Europa avanza en su proceso de normalización monetaria.
Otra opción para los inversores europeos de lograr rendimientos con la deuda superiores a la rentabilidad por dividendo puede ser la deuda emergente. No en vano, ofrece retornos de entre un 4 por ciento y un 6 por ciento a diez años, en líneas generales, y hasta un 8 por ciento en algún caso, en moneda fuerte y muy por encima de esos niveles en moneda local. Pero, para Alvargonzález, constituye una tentación peligrosa, también por el riesgo divisa, aunque depende del país del que se trate. La devaluación del peso argentino ha tenido un nada despreciable efecto contagio.
Otra opción para los inversores europeos de lograr rendimientos con la deuda superiores a la rentabilidad por dividendo puede ser la deuda emergente. No en vano, ofrece retornos de entre un 4 por ciento y un 6 por ciento a diez años, en líneas generales, y hasta un 8 por ciento en algún caso, en moneda fuerte y muy por encima de esos niveles en moneda local. Pero, para Alvargonzález, constituye una tentación peligrosa, también por el riesgo divisa, aunque depende del país del que se trate. La devaluación del peso argentino ha tenido un nada despreciable efecto contagio.
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