Lo que aprendimos de economía a partir de la caída de Lehman Brothers
El diagnóstico y las primeras medidas adoptadas tras la hecatombe provocada por la caída de Lehman Brothers fueron acertados, pero las más transformadoras no se terminaron de aplicar.
A punto de que se cumplan diez años del acontecimiento que se ha convertido en el mito fundacional de la crisis financiera, la caída de Lehman Brothers, aunque ésta hubiera arrancado un año antes, si bien quizás no hubiera sido tan grave y tan profunda si las autoridades estadounidenses hubieran decidido otro final para la entidad, es posible hacer un inventario de lecciones (o recordatorios) que nos ha dejado la pasada década.
1. La última crisis financiera dejó de manifiesto el elevado grado de financiarización de la economía y el efecto multiplicador que en las crisis económicas tienen las dinámicas de los mercados de capitales. Los "animal spirits" de los que hablaba John M. Keynes, las ventas masivas de acciones, de bonos y de complejos artefactos financieros por parte de unos inversores aterrorizados, son capaces, por ellos mismos, de destruir la solvencia de bancos, empresas y Estados, al igual que sus desaforadas compras previas ayudaron a hinchar burbujas o, como mínimo, a llevar los precios por encima de su valor justo.
Se pasó de la exuberancia irracional de la que hablaba el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan y que impedía valorar bien los riesgos a todos y cada uno de los actores de los mercados (desde prestatarios a prestamistas, desde las agencias de rating a las casas de análisis y, por tanto, a los propios inversores) a la desconfianza absoluta, a pensar que el valor justo de ciertos o de muchos activos era cero. Otra vez Keynes: los mercados se pueden mantener irracionales más tiempo del que un actor puede mantenerse solvente. Y según la importancia y la dimensión de tal actor, los efectos en la economía real pueden ser devastadores. En el caso que nos ocupa, el ojo del huracán, el epicentro del terremoto estaba en la banca, en la desconfianza en los activos problemáticos que pudieran esconder, en las minusvalías latentes que tenían en sus balances. Las sospechas de unas entidades sobre otras, agravadas por quiebras, primero pequeñas, luego la enorme de Lehman, a continuación las que se evitaron con nacionalizaciones, secaron el crédito interbancario, pusieron en serios aprietos a las entidades débiles y como consecuencia, mermaron la financiación a la economía real.
Después de siglas como MBS (mortgage backed securities) o CDO (collateralized debt obligation), los paquetitos financieros construidos con deuda hipotecaria y de todo tipo y de calidad desigual sobre todo en Estados Unidos y en el Reino Unido y que se diseminaron por todo el mundo, aprendimos el concepto de "credit crunch": la restricción crediticia.
El poder de los mercados (de la comunidad inversora, en la que, sin duda, hay manos muy fuertes con capacidad real de mover los precios y los ánimos) es muy grande y tiene efectos en la economía real. Pero también sucede al revés.
En España, la crisis financiera llegó más tarde y puede cundir la idea de que la gravedad de la situación de la economía real y el deterioro progresivo fueron los que ocasionaron los problemas en una banca sin exposición a productos complejos americanos y que presumía del volumen de sus provisiones, es decir, del colchón para absorber shocks económicos. Pero con el paso de los meses, de los trimestres y de los años, el valor de sus activos, especialmente inmobiliarios, que es en los que habían concentrado su cartera de crédito, fue bajando y ocasionando problemas en las entidades. Sobre todo en las cajas de ahorros, que no tenían manera sana de fortalecer su balance: a diferencia de los bancos, no podían ampliar capital. El atajo que utilizaron (también los bancos, pero sin tan tumultuosas consecuencias), las preferentes de tramposo nombre, instrumento ya existente pero que en la crisis se vendieron en ventanilla y a cualquiera como cuentas corrientes y depósitos, fueron causa de verdaderos dramas.
2. Las consecuencias de las equivocaciones en política económica pueden ser devastadoras. Se comprobó con la que llevó a dejar caer a Lehman Brothers. También con el error de diagnóstico de la situación de la banca española, por infraestimar los riesgos que había asumido concentrando toda su actividad en el sector inmobiliario que contribuyó a sobredimensionar. Tampoco se acertó a la hora de calcular la duración y la gravedad que terminó teniendo la crisis económica en España en particular.
Pero también hubo aciertos en el diagnóstico, es decir, a la hora de determinar por qué el mundo estaba asistiendo a una verdadera hecatombe: la culpable era la desregulación financiera de los años previos. Y pronto se tomaron medidas para rectificarla.
Barack Obama, al llegar a la Casa Blanca, en enero de 2009, comenzó a hablar de la necesidad de cambios en la regulación y un año y medio después, en julio de 2010, se aprobaba la Ley Dodd-Frank, no sin dificultades y sin presiones de la industria financiera. Algunos de los puntos importantes que describen Emiliano González Mota y José Manuel Marqués Sevillano, del Banco de España, de la norma son, por ejemplo, la limitación del tamaño de las entidades financieras, el coto a los riesgos en que pueden incurrir, la separación de la banca comercial de la banca de inversión para que los errores en la segunda no se lleven por delante a la primera y el diseño de procesos de resolución que no tengan coste para los contribuyentes.
Todo ello suena bastante bien. Pero la realidad es que los bancos ahora son más grandes. El sector se ha concentrado. No hay más que echar un vistazo a lo que ha ocurrido con la banca española.
Sin embargo, no hay minusvalorar que durante el estallido de la crisis y en los años inmediatamente posteriores, se sabía lo que había que hacer. Faltó voluntad política para controlar a la banca cuando estaba más débil, cuando estaba, incluso, rescatada con dinero público. Fue la gran oportunidad perdida para rediseñar el sistema financiero mundial. Aunque nunca es tarde para retomar el camino que se sabía acertado y, sobre todo, necesario.
3. Otra de las cosas que hemos aprendido en los últimos años es que los Estados y los Gobiernos siguen siendo poderosos. Fueron ellos los que diseñaron planes de rescate para las entidades. Fue el dinero público el que salvó al sector financiero. No sólo en Estados Unidos. También en Reino Unido, con el eficacísimo Gordon Brown durante esos años. Y en Holanda, en Bélgica, en España, o en Alemania de manera mucho más taimada...
Fueron también los Estados los que, en las primeras reuniones del G-20 tras el estallido de la crisis, supieron que ante el parón del sector privado, el sector público tenía que responder con estímulos. Particularmente decisiva fue la reunión de los veinte grandes en Washington a finales de 2008. En su filosofía se enmarca el plan de gasto público más voluminoso desde la Gran Depresión que puso en marcha Barack Obama en diciembre de 2008. E incluso el criticadísimo Plan-E de José Luis Rodríguez Zapatero, también por aquéllas fechas. Y no olvidemos el enorme esfuerzo presupuestario de China.
Hubo un momento en que todos fueron keynesianos.
Bien es verdad que el encuentro de las potencias en Washington estuvo lejos de convertirse en el que había propuesto el ex presidente francés Nicolás Sarkozy diez días después de que quebrara Lehman Brothers: una convocatoria de los principales líderes mundiales para reconstruir el sistema financiero partiendo de cero, una refundación del capitalismo.
De hecho, el orden económico actual se parece demasiado al del año 2006. No sólo porque el sistema financiero funciona parecido y continúa siendo demasiado poderoso. También porque las políticas de estímulo público se abandonaron muy pronto, no fueron de aplicación en la crisis de deuda europea, por ejemplo, sino que se acentuó la austeridad que en Europa manda desde Maastricht. ¿Combatir una crisis de deuda con gasto público? Puede parecer estúpido, pero se pueden dar dos respuestas más o menos sensatas: que gaste quien no tenga problemas con sus finanzas públicas (Alemania); ¿y lo que se planteó en Grecia, Irlanda y Portugal no fueron rescates?, ¿rescates de las economías o de los acreedores?
Sí, la crisis financiera estadounidense que tuvo una réplica muy agresiva en Europa a partir de 2010 también nos ha enseñado lo dura que puede ser la Unión Europea y lo difícil que se puede convertir pertenecer al euro. Dos primeros ministros, Yorgos Papandreou y Silvio Berlusconi, fueron depuestos sin elecciones y fueron sustituidos por hombres de Fráncfort y de Bruselas: Lukas Papadimos y Mario Monti.
4. Los Estados han salvado al capitalismo de sí mismo, pero todo hubiera sido diferente sin la política monetaria desarrollada por la Reserva Federal, el Banco de Inglaterra y, más tarde, el Banco Central Europeo.
Barack Obama formó un tándem perfecto con el presidente de la Fed, Ben Bernanke: la política fiscal expansiva tuvo en los programas de compra de activos que puso en marcha un especialista en la Gran Depresión a su compañero perfecto. Y si el BCE de Jean-Claude Trichet se equivocó subiendo los tipos de interés en el año 2011, el de Mario Draghi ha demostrado que un banco central puede ser imbatible y que las solas palabras de quien lo dirige cambian la dirección del mercado: su "whatever it takes", su advertencia a quienes especulaban contra el euro y contra sus Estados salvó a la moneda única y a sus economías, en particular a la española y a la italiana, que eran las siguientes posibles fichas de dominó en caer tras Grecia, Irlanda y Portugal.
A la audacia de Draghi no se le da la importancia que merece: impuso su criterio, convenció de la necesidad de una política monetaria expansiva, de que el Eurobanco interviniera en los mercados de bonos privados y públicos, a sus compañeros alemanes, nada partidarios de ponerles las cosas más fáciles a los pecadores del sur, de cobrar las deudas en euros depreciados o de correr el riesgo de que imprimir dinero diera lugar a su temida inflación (que, oh casualidad, también ayuda a mermar el monto del apalancamiento).
Ahora es verdad que la normalización de la política monetaria, sobre todo de la americana, está ocasionando problemas: es la razón de fondo que los analistas esgrimen para explicar la crisis emergente.
5. Aunque había pobreza y desigualdad antes de la crisis, y muy enquistada en países como España o Estados Unidos, la crisis económica y financiera ha elevado la conciencia social sobre estos problemas, ahora muy agravados.
La preocupación se deriva tanto de la propia existencia de la desigualdad y la pobreza como por sus consecuencias en el panorama político y a largo plazo en el propio desarrollo económico. Tal es así que en los últimos años organizaciones como el FMI o el Banco Mundial, así como la reunión de Davos, han hecho hincapié en la necesidad de la redistribución de la riqueza. Pero se ha hecho tan poco al respecto que cabe pensar que los suyos sólo son mensajes diseñados por los departamentos de márketing para mejorar la imagen de instituciones con muy mala reputación.
Hablar de que se ha hecho poco sería ser demasiado optimista. Si el Estado fue muy proactivo y eficaz en la salvación del sistema capitalista para que fuera posible que continuara el "business as usual", no ha mostrado la misma preocupación por reducir el sufrimiento de la población que vivía la crisis, algo que sí hizo el New Deal de Roosevelt. Al contrario, ese "business as usual" que los poderes públicos ayudaron a reconstruir ahora disfruta de mayores márgenes porque paga salarios más bajos y menos impuestos.