Cómo desenamorarse en cien días: un romance a la francesa

Los primeros 100 días son clave para un presidente. ¿Qué tal lo ha hecho Macron en sus primeros pasos?

Los cien primeros días de gobierno son un hito importante para todos los presidentes. Emmanuel Macron, el mandatario francés más joven desde Napoleón, llego al Elíseo después de una ilusionante campaña que le otorgó un importante crédito político. Pese a que los primeros días de su mandato fueron idílicos, han comenzado a cernirse nubarrones sobre la figura de Macron, apodado «Júpiter», el rey de los dioses del Olimpo romano y un sobrenombre sin duda más benévolo que «Flamby» -en referencia a una conocida marca de flanes- o «Sarko».

¿Qué ha pasado? La primera complicación surgió con los affaires judiciales, que obligaron a dimitir a cuatro ministros de Macron envueltos en circunstancias reprobables. Irónicamente, el ministro de justicia François Bayrou, a quien se había encomendado luchar contra la corrupción política, se vio obligado a presentar su renuncia (junto con Sylvie Goulard) acusado de uso indebido de los asistentes del Parlamento Europeo. Richard Ferrand dimitió entre denuncias de nepotismo, mientras que la ministra de trabajo Muriel Pénicaud ha visto comprometida su posición por una investigación ética. Después estalló la crisis con el ejército por los recortes presupuestarios, que se saldó con la renuncia del jefe del Estado Mayor Pierre de Villiers en una decisión que no tiene precedentes en la historia moderna de Francia, ya que el ejemplo anterior data nada menos que de 1958. La falta de experiencia parlamentaria del partido de Macron (La République en Marche) también arroja dudas sobre la capacidad del presidente para reformar a fondo el país. Pero la guinda la han puesto claramente los problemas en el frente social. La inminente reforma del mercado laboral a golpe de decreto-ley y sin debate parlamentario y el recorte previsto de las ayudas a la vivienda han provocado un auténtico desplome del porcentaje de aprobación del presidente.

Cien días después de su investidura, únicamente un tercio de los franceses (36%) afirma estar satisfecho con las medidas del presidente, frente al 46% que aprobaba la gestión de François Hollande en 2012. Se trata de la peor valoración de un presidente francés al cabo de los primeros cien días de mandato. Para poner esta cifra en contexto, basta decir que es peor que la valoración de Donald Trump, que amenaza con iniciar una guerra nuclear con Corea del Norte (entre otras muchas cuestiones preocupantes). Las perspectivas tampoco son buenas, ya que únicamente el 23% de los encuestados cree que el país avanza en la dirección correcta, frente al 45% que lo hacía en agosto de 2017, tres meses después de la elección de Nicolas Sarkozy.

En el plano positivo, durante la luna de miel con el electorado Macron logró cumplir algunas de sus promesas más emblemáticas, ya que acabó con las viejas divisiones entre los partidos al formar un gobierno progresista y propició una renovación sin precedentes en la Asamblea Nacional. Además, reafirmó sus prioridades políticas a través del portavoz del gobierno Christophe Castaner: «restaurar la confianza del pueblo en las instituciones democráticas, renovar nuestro modelo social, reformar el sistema educativo, impulsar la transición ecológica y reactivar el sueño europeo». Los tres primeros meses del presidente galo también han estado marcados por la agenda internacional con las visitas a Francia del presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo ruso Vladímir Putin. Haciendo gala de una agenda política ambiciosa y progresista dentro y fuera de sus fronteras, Macron ha vuelto a colocar a Francia en el mapa político internacional.

El siguiente gran obstáculo serán las movilizaciones sociales previstas para el otoño, que ya plantean un serio desafío a su autoridad. Será fascinante ver cómo gestiona el presidente la reacción de la calle, ya que podría marcar su mandato de cinco años.

Desde las elecciones, las vicisitudes de la política francesa no han influido apenas en las rentabilidades de los OAT (el bono gubernamental de Francia), que sí han reaccionado ante los movimientos procedentes de Japón y el BCE. Antes de los comicios, los inversores nipones pasaron a ser vendedores netos a medida que aumentaba el riesgo de victoria electoral de Le Pen o de Mélenchon, lo que provocó que el diferencial entre el OAT francés y el bund alemán se ampliara de 30 a 80 pb. Después de las elecciones, estos inversores han vuelto a comprar y el diferencial se ha ido estrechando gradualmente hasta los 30 pb. En junio, el discurso de Draghi en Sintra provocó una oleada de ventas que benefició al OAT frente al bund, mientras que Francia (junto con Italia) ha ido cobrando un mayor peso en las compras del programa cuantitativo del BCE. A este nivel, optaría por un posicionamiento neutral en el diferencial entre el OAT y el bund, puesto que no tiene mucho más margen de caída y el bono alemán registraría un mejor comportamiento relativo ante un episodio de aversión al riesgo.

-Timothee Pubellier, gestor de renta fija en Kames Capital Macro

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